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Observaba la ventana de mi habitación como si fuera lo más entretenido del mundo, débiles rayos de luz entraban a través de la gran cortina blanca; los ajetreados pasos de los trabajadores que se movían por toda la casa taladraban mi cabeza sin cesar. Sonó el despertador; otra noche más sin dormir absolutamente nada. Pasarme las noches en vela se había vuelto un hábito para mí, aunque no siempre había sido así. Brinqué sobre mi cama al oír tres fuertes golpes sobre mi puerta.

- Señorita Min, su padre desea tomar el desayuno con usted. - Bufé por lo bajo, ¿acaso me había quedado dormida? - Sabe que al señor Soo no le gusta esperar, así que intente no demorarse mucho en bajar. - Escuché sus pasos alejarse de la puerta.

Pellizqué fuertemente mi mejilla, maldiciendo por lo bajo una vez corroboré que estaba despierta; ese maldito pellizcón dejaría marca. Por un momento llegué a pensar que ese cambio de actitud en mi padre podría tener algo que ver con mi cumpleaños, pero descarté esa idea de inmediato al recordar que en los anteriores ni siquiera llegó a felicitarme. Que su hija cumpla el día de hoy su mayoría de edad no es algo que creo que le importe así que, ¿qué demonios querrá?

Observé el reloj en mi pared, ya habían pasado unos minutos desde que vinieron a avisarme. Sin intención alguna de aguantar uno de los enfados de mi padre me levanté de la cama y fui hasta mi armario, sacando aquel aburrido uniforme negro. Agarré mi ropa interior y me encerré en el cuarto de baño para asearme. Como cada mañana antes de vestirme, me paré frente al espejo para observar mi cuerpo, como si de esa forma todas esas cicatrices que lo llenaban fueran a desaparecer. ¿Por qué no podía tener un cuerpo libre de marcas como el de cualquier otra adolescente?

- Llegas dos minutos tarde. - Dijo sin levantar la vista de su plato. - Sabes perfectamente que mi desayuno es a las siete en punto.

- Lo siento, una no se levanta esperando que su sádico padre desee tomar desayuno con ella. - Observé por el rabillo del ojo mientras me sentaba frente a él cómo este apretaba su mandíbula.

Tragué saliva fuertemente cuando lo escuché reír, desde luego, algo no andaba bien. - Veo que te has levantado con la pierna equivocada. - Sonrió mientras depositaba los cubiertos sobre su plato, clavando ahora sus ojos en mí. Sentí una ola de sudor frío recorrer toda mi columna. - Bueno, hoy es tu cumpleaños, ¿no? - Asentí lentamente con mi ceño fruncido. - Felicidades, - sonrió de nuevo y esta vez sentí cómo mis tripas se revolvían en mi estómago, esto no le pegaba para nada. - Como podrás ver, no he tenido tiempo de comprarte nada porque he estado ocupado...

- ¿Matando a gente inocente? - Le corté sus palabras. - Tranquilo no te preocupes, no esperaba más de tí. - Di un bocado a mi tostada, intentando ignorar su oscura mirada sobre mí.

- ¡Que sea la última vez que me hablas así! - Soltó sus cubiertos bruscamente sobre la mesa haciendo estremecer a todo el personal que ahí se encontraba, en cambio yo me mantuve firme en mi sitio. No era la primera vez que hacía algo así. - ¡Soy tu padre y merezco respeto por tu parte! - Dando un último golpe sobre la mesa empezó a caminar hacia la puerta.

- Termínate el desayuno y márchate a clases. - Espetó antes de desaparecer del comedor, sus guardias acompañándolo a ambos lados.

- ¿Crees que he sido demasiado dura, Michael? - Escuché cómo el susodicho se acercaba a la mesa desde detrás de mí.

- Sí, te has pasado un poco. - Pude notar la decepción en su voz.

- No sé, es decir, ¿qué esperaba? ¿Que después de todo lo que me ha hecho durante estos años pueda creer que de verdad al fin haya recapacitado y vaya a hacer de padre? Lo siento, pero creo que las cosas no funcionan así.

PerfidiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora