II

102 35 7
                                    


No podía creer lo que estaba viendo, sentí como mi corazón se rompía en mil pedazos y las lágrimas no tardaron en comenzar a caer por mis mejillas. Mis piernas temblaban y se sentían más débiles de lo normal, caí de rodillas al frío suelo y estreché entre mis brazos al fallecido.

Michael... ¿por qué haría una cosa así? Escondí mi cabeza en el cuello del mayor y continué llorando ahí. Su cuerpo, que antes radiaba calor y buenas vibraciones ahora estaba completamente frío y sin vida. Sentía que mi mundo se venía abajo, él era lo único que tenía y el que me daba fuerzas en aquella casa para seguir viviendo, ahora que ya no está... ¿qué motivo tengo para seguir aquí?

- Te dije que no lo hicieras. - El chico suspiró y apoyó uno de sus brazos sobre mi hombro, provocando que mis músculos se tensaran con su tacto.

- ¿Por qué lo has hecho?

- Te respondería encantado a esa pregunta, pero temo decirte que ahora mismo aquí no estamos a salvo, así que debemos marcharnos cuanto antes.

- ¿Marcharnos? - Bufé. - Uno, no te conozco y dos, acabas de matar a la única persona que me importaba y eso no lo dejaré pasar. - Arrebaté de la mano del difunto su pistola y la apunté patosamente hacia el joven.

- Wow, wow. - Levantó sus manos. - Minjee, te pediría que te calmaras, antes de que las cosas empezaran a ponerse feas.

- ¿Cómo cojones sabes mi nombre? Nadie lo sabe... ¡Que no te acerques te he dicho! - Cargué la pistola como mi guarda espaldas en su tiempo me había enseñado y volví a apuntarla al muchacho, mostrándole que no estaba bromeando.

- Ya te he dicho que debemos marcharnos. En nuestra residencia se encargarán de responder a todas tus preguntas. - Chasqueó su lengua molesto cuando se percató de que no tenía intención de bajar el arma ni de obedecerlo. - No comiences algo que después vas a lamentar. - Su vista se clavó en algo que se encontraba detrás mía y pronto una sonrisa ladina apareció por la comisura de sus labios.

Estaba a punto de girar mi cabeza hacia donde el extraño miraba pero no me fue posible, pues antes de hacerlo un objeto punzante fue clavado en mi nuca; haciendo que soltara un leve quejido. Caí de rodillas al suelo, jadeando por el dolor que aquel pinchazo me había ocasionado. Pronto mi visión se volvió borrosa y negra por unos segundos, mis párpados comenzaban a pesar demasiado y por mucho que intenté mantenerlos abiertos, acabé cerrándolos completamente.

(...)

Desperté confundida y asustada, parpadeando varias veces para aclarar mi visión y acostumbrarla a la claridad que entraba por una especie de ventana. Mis ojos recorrieron el extraño lugar en el que me encontraba, el cual no me era para nada familiar.

«¿Qué demonios hago en un dormitorio? - me pregunté». Acto seguido levanté las sábanas y miré bajo éstas, suspirando aliviada al comprobar que tenía la ropa puesta.

Fruncí el ceño, mientras recapitulaba en mi cabeza todo lo que había pasado, agrandando los ojos una vez recordé que había sido secuestrada por aquellos extraños tipos de anoche. Comencé a entrar en pánico. Tenía que salir de aquí, no sabía en qué lugar me encontraba y me aterraba pensar en lo que estos chicos podrían llegar a hacerme.

Estaba a punto de salir de la cama para buscar una salida, pero el click de la puerta impidió que lo hiciera. Sin saber qué hacer, me volví a tapar con las sábanas e intenté hacerme la dormida.

- Buenos días, Minjee. - Una voz masculina hizo eco en la habitación, no obstante seguí sin inmutarme. - Oh vamos, no seas maleducada. Sé que estás despierta.

Dándome por vencida decidí abrir los ojos, llevándome una gran sorpresa al ver a un  apuesto muchacho a pocos pasos de la cama. Éste al ver como lo miraba soltó una pequeña carcajada haciendo que volviera a mis sentidos y girara mi cabeza avergonzada.

PerfidiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora