Continuación...

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Los guardas del parque recibieron varios avisos de que los señores Bartholomew habían resultado heridos, habían sido atacados, habían quedado atrapados en incendios o se habían perdido.

–—¡Le he dicho que se han perdido! ¿Que parte de «perdido» es la que no entiende? ¡Me han pedido que busque ayuda!–Chillo Theo.

–— Si no tienen móvil, ¿como te han dicho que se han perdido?—Preguntó el guardia con sagacidad.

— Tengo el don de...

—...de la tontería—añadió el guardia.

— El don de la videncia. La tele pública va hacer un especial sobre mi don este otoño—mintió Theo—. ¡Por favor, tienen que encontrarlos!

— Oye, niño, ayer malgasté ocho horas con ese cuento del teléfono. No pienso picar otra vez.

Después de que los guardas del parque amenazaran con emprender acciones legales contra Theo, los Bartholomew se dieron cuenta que había llegado el momento de pedir ayuda.

Puesto que los dos profesores de Teología de la Universidad de Columbia, decidieron que su primera medida sería consultarlo con otros miembros del profesorado. Tuvieron que soportar unos cuantos comentarios zafios sobre la escuela militar y el campamento para niños obesos, hasta que se encontraron con un profesor de Psicología cuyo hijo había superado su miedo a las lenguas extranjeras en una institución privada de Nueva Inglaterra. Por lo visto, ese miedo había sido tan pronunciado que el chico solía negarse salir en público sin auriculares. Desde luego, antes de que el profesor les comunicará a los Bartholomew el nombre de la institución, miró a un lado y a otro del pasillo y cerró la puerta de su despacho. Igual que otros sabedores del tema, el profesor decidió susurrar para hablarles de la Escuela de Mrs.Wellington.

A los Bartholomew se les hizo agua la boca ante la idea de erradicar la tanatofobia y demás ansiesades generales de Theo.

De sus siete hijos, Theo era con diferencia el que más atención requería y es el más agotador a causa de su constante inquietud. Mr. y Mrs.Bartholomew pidieron a sus otros hijos que se quedarán en sus habitaciones mientras hablaban con Theo. Sentados en um confidente granate, sus padres le explicaron sus planes de emviarlo ese verano a la Escuela de Mrs.Wellington.

— ¿Os habeis vuelto locos? ¡Eso de Escuela de Mrs.Wellington suena a secta! ¿Por qué no me enviáis a Corea del Norte?— Preguntó Theo con sarcasmo, sacudiendo la cabeza con disgusto.

— Theo, es como un campamento, no un país comunista— repuso su madre.

— ¿Cómo podéis contemplar siquiera esa idea? ¡No permiten tener teléfonos móviles! ¿Es que no tienes piedad, mujer?

—Theo, dejate de teatro— Interrumpió Mr.Bartholomew cuando el niño cayó de rodillas.

— Mirad bien esta cara, podría ser la última vez que la veis.

—Theo, van ayudante a disfrutar más de la vida y a preocuparte menos. ¿No te suena bien?— Preguntó su padre con calma.

—¿Preocuparme? ¿Yo? Yo no me preocupo. Simplemente soy un pragmático observador de la vida que comenta su potenciales peligros. Eso no puede considerarse preocupación— Dijo Theo en un vano intento de convencer a sus padres de que no tenía ningún problema.

— Theo...— Repitieron sus padres al unísono y con voz de lastima.

— ¿Qué?

— No vas en metro— Empezó a decir su madre.

— Podría declararse un incendio o alguien podría empujarme delante del tren; el alcalde no deja de hacer caso omiso de mis cartas proponiendo una barandilla de seguridad. Por no hablar de toda la gente que toca cosas con las manos sucias. Muchos de ellos no usan jabón en el baño, ya sabeis a quiénes me refiero. Como Joaquín, que pone los dedos debajo del agua tres segundos y ya cree que tiene las manos limpias.

— ¿ Y lo de llevar paracaídas en los aviones?— Preguntó su padre.

— Una medida preventiva por si hay problemas con el motor. Creo firmemente que seré el futuro.

— ¿La mascarilla quirúrgica?— Preguntó Mrs.Bartholomew con dulzura.

— Solo la llevó durante la temporada de gripe. Como cualquier médico acreditado os dirá, los niños son más propensos al contagio que los adultos. En el año 2003 hubo noventa y tres muertes vinculadas a la gripe.

— ¿Eso es lo que te da miedo? ¿Morir?

— Hasta qué alguien vuelva y me diga lo que sucede, no estoy seguro de querer pasar por ello. Y la abuela, de momento, no ha venido de visita.

— Theo, deja que te explique unas cuantas cosas— Dijo su padre antes de empezar a disertar sobre las incontrolables creencias en el más allá.

Theo, sentado, escuchó con calma todo lo que tenía que decir su padre. De vez en cuando asentia o inclinaba la cabeza. Al final, cuando Mr.Bartholomew termimo, el niño se froto la barbilla y miró a sus padres.

— ¿Ya te sientes mejor?— Preguntó Mrs.Bartholomew, esperanzada.

— La verdad es que no. ¿No os parece sospechoso que el más allá tenga más opciones que un bufet de ensaladas?

Escuela De Frikis {Libro Adaptado}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora