Capitulo 2

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TODO EL MUNDO TIENE MIEDO DE ALGO: LA CACOFOBIA ES EL MIEDO DE LO FEO.

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-¿Que queres decir con que la abuela ha muerto?¿Como has podido dejar que sucediera algo así? - berreó Theodore Bartholomew en la cocina del caótico apartamento de Manhattan donde vivía con su familia.

El niño, gordito y con piel alabastro, pelo castaño oscuro y unos ojos color chocolate con leche enmarcados por unas gafas, no apartaba la mirada de su madre, absolutamente conmocionado.

-La abuela era mayor, estas cosas pasan. La gente mayor al final se muere-explicó con compasión la madre de Theo, Mrs.Daphne Bartholomew, poniendo una mano sobre la de su hijo.

-Pero tú eres mayor. Mira todas esas arrugas que tienes ¡También te moriras pronto!

-¡No soy tan vieja!

-Yo no veo más que arrugas y manchas de edad-dijo Theo mientras empezaba a hiperventilar-. Me estoy mareando...¡Rápido, tráeme las sales de olor!

-¡No recuerdo cuáles son! ¿Donde las guardas?-preguntó Mrs.Bartholomew con exasperación.

-¿Es que todo tengo que hacerlo yo?

Theo sacó un kit de primeros auxilios de su chaqueta, empuñó una barrita blanca y la partió bajo su nariz. Aun desde unos metros mas allá, Mrs.Bartholomew sintió los efectos de los acres de olor.

-Cielo, ¿estas bien? -le preguntó a su hijo con dulzura.

-Mi abuela ah muerto, mi madre va de camino al hoyo y yo acabo de gastar mi última barrita de sales de olor-se lamentó Theo.

El niño, de doce años, era el menor de siete hermanos y, con diferencia, el más... bueno, el más todo. Eso era lo que le pasaba a Theo: era bastante difícil de describir, puesto que en muchísimas cosas. Era sin duda el niño más dramático, el más histérico y el más neurótico del municipio de Manhattan. También era amable, auténtico, tiernamente cándido y una mina de datos curiosos. Su mente solía viajar a lugares oscuros, desencadenando una tormenta de inquietud que no dudaba un instante en compartir con los demás.

Por extraño que parezca, los hermanos de Theo nunca se preocupaban demasiado por nada más que por ser los primeros en entrar en el baño. Así pues, nadie se sorprendió de que el niño se tomara la defunción de la abuela más a pecho que los demás. Aunque hay que admitir que eran un pelín insensibles, sus hermanos agradecieron el espacio extra que les había proporcionado la muerte de la abuela.

Escuela De Frikis {Libro Adaptado}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora