Capítulo 3 parte 5

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-Sabía que está cara bonita me traería problemas -masculló Marvin.
Después de ver pasar el coche de sus padres, Lulu y Marvin salieron detrás de los cubos de la basura y corrieron hacia su casa. La niña intentaba meter la llave en la cerradura mientras confiada en que ni su padre ni su madre se hubiesen dejado nada. Por fin abrió la puerta y corrió hacia el sofá con Marvin pegado a sus talones. Debajo del cojín de cuadros escoceses encontró el alargado sobre de color rosa pálido, de cartulina cara y con una impresión dorada muy formal.
Los Punchalower eran miembros del club de campo y a menudo recibían invitaciones muy lujosas, pero nunca en un color tan vulgar cómo el rosa. Es más, hasta entonces nunca habían escondido ninguna de esas invitaciones. Lulu se fijó en que el remitente era un apartado de correos de Farmington, Massachusetts. No creía que sus padres conocieran a nadie en Massachusetts, y menos aún con un apartado de correos. ¿Esas cosas no solían reservarse para participar en concursos y para chiflados asilvestrados que vivían a kilómetros de la civilización?
Lulu abrió el sobre poco a poco y sacó de el una notificación de aceptación, un folleto y un mapa. Se preguntó si sus padres por fin habían decidido enviarla a un internado, como a menudo amenazaron con hacer. Sus ojos entrecerraron y después volvieron a abrirse al leer el anodino nombre de la institución: Escuela de Mrs.Wellington. Lulu tenía que presentarse en la estación de autobuses de Farmington, Massachusetts a las 9.00 horas de la mañana del lunes 25 de mayo, dónde la estaría esperando un representante de la academia.
Tapándose con una mano el ojo atacado de tics, Lulu se volvió hacia Marvin.
-Tengo un problema muy gordo: en las estaciones de autobuses nunca empieza nada bueno.
La Escuela de Mrs.Wellington había llegado a conocimiento de Mrs. Punchalower a través de un especialista de renombre, el doctor Guinness. Era un hombre imponente, de cincuenta y muchos años, que comprendía bien los miedos de Lulu había sido incapaz de razonar con ella para convencerla de que fuera a su despacho, en la cuarta planta de un edificio que sólo tenía ascensor. Lulu había intentado intimidad al guarda de seguridad para que la dejara encaramarce por la escalera de incendios, pronombre se había negado con educación.
-Si no me deja subir por la escalera de incendios, le juro que no volverá a ver a sus hijos -dijo Lulu con su mejor imitación de gangster.
-No tengo hijos -repuso el guarda de seguridad con un bostezo.
-Hummm. Quería decir su mujer.
-No estoy casado.
- Ya amigos, ¿tiene?
-Tampoco tengo amigos.
-¡Venga ya! -dijo la niña con frustración-. Todo el mundo tiene amigos.
-Yo no. Lo único que tengo es un pececito.
-Vale, fracasado -repuso Lulu con los ojos llenos de exasperación-, si quiere volver a ver a ese pez, le sugiero que me deje subir por la escalera de incendios. En caso contrario, pienso sofreírme a ese pequeñín para la cena.
-Hay que ser muy cruel para amenazar a un hombre con freír a su pececito, pero, aún así, no puedes subir por la escalera de incendios.
-¡Jolín! - refunfuñó Lulu mientras salía del edificio hecha una fiera; el imposible coaccionar a un hombre cuyo único amigo en un pez.
Tomando una decisión bastante poco ortodoxa, el doctor Guinness accedió realizar las sesiones en su coche, en el aparcamiento. En lugar de sentarse en el diván del terapeuta, Lulu se sentaba en el asiento trasero y el doctor Guinness en el del conductor. A veces el aire estaba muy viciado allí dentro, así que el hombre arrancaba subidos a mercedes de 1973 con motor Diesel para encender el aire acondicionado. A causa del estricto acuerdo de confidencialidad médico-paciente, las ventanas no pueden bajarse más que un resquicio, por si alguien pasaba por ahí y oía algo.
Cinco meses después, a el doctor Guinness le había salido un sarpullido a consecuencia del calor y, además, sufría graves dolores de cuello a causa de tener que girarsque permanecía sentada en el asiento de atrás. El terapeuta solicitó una cita con sus padres en el coche después de la sesión con Lulu.
-Me temo que ha llegado el momento de poner fin a mi relación con su hija -explicó el doctor Guinness con voz templada.
-¿Qué? No puede hablar en serio. Pero si sólo lleva 5 meses... ¡Mi mujer hace 10 años que va a terapia y su médico nunca la ha dejado tirada! -exclamó Mr.Punchalower, echando chispas, sin dejar de escribir al mismo tiempo con su BlackBerry.
-¡Edwar, por favor, intenta no usar la expresión «dejar tirado»! -repuso Mrs.Punchalower-. Además, Jeffrey es un orientador, no un terapeuta.
-Me parece que no me han entendido. Creo que Lulu necesita un programa más intensivo que el que yo puedo ofrecer. Algo muy excepcional, muy...exclusivo.
-¡¿Si?! -dijeron Mr. Y Mrs. Punchalower al unísono.
Al oír la palabra «exclusivo» se les iluminaron los ojos. Nada les gustaba más que ser «exclusivos».
-Estoy hablando de la Escuela de Mrs.Wellington -dijo el doctor Guinness en un susurro susurradísimo.

Escuela De Frikis {Libro Adaptado}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora