Capítulo 5

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TODO EL MUNDO TIENE MIEDO DE ALGO: LA COROFOBIA ES EL MIEDO DE BAILAR.
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Al aeropuerto John F. Kennedy de la ciudad de Nueva York le esperaba una buena sorpresa la noche en que los Masterson llegaron desde Londres.
Los cansados viajeros que arrastraban sus maletas con ruedecillas, llevaban de la mano a los niños y, en general, intentaban atravesar aquel laberinto de puertas, se detuvieron en seco. Se interrumpieron a media frase, a medio paso, a media mirada, a media respiración para contemplar a Madeleine Masterson, a sus padres y a la niebla de repelente.
Tal como suena, una nube de repelente de insectos flotaba por encima de la cabeza de Madeleine, cubierta por su velo, e iba haciendo que todos esos desconocidos se echaran a toser con gran estrépito. La niña se abría camino por la concurridisima terminal sin pestañar siquiera. Hacía tiempo que se había reconciliado con el precio que tenía que pagar para protegerse de las arañas.
El clan Masterson recorrió a toda prisa la terminal para enlazar con el avión a Pittsfield o, como lo llamaban los de Farmington, «Pitts». Aunque los Masterson esperaban que el avión fuera pequeño, es evidente que jamás imaginaron que fuera tan, pero tan pequeño. La avioneta era más o menos del mismo tamaño y el mismo color que un taxi de Nueva York, sólo que mucho más desvencijada. Si no le hubiesen dicho lo contrario, los Masterson habrían pensado que aquel trasto iba camino a la chatarrería. Tenía unas alas torcidas que se inclinaban muchísimo hacia la izquierda, y las ventanas estaban reforzadas con cinta adhesiva de color plata.
Mr. Masterson sintió un tremendo vuelco en el estómago mientras inspeccionaba el artefacto. Se preguntó cómo podía cualquier persona sensata NO tenerle miedo a ese aparato; pero, aún así, Madeleine no se lo tenía. A ella no le habría importado que el avión se hubiese llamado muerte segura. Para ella, la fumigacion exhaustiva del interior de la cabina era algo muchísimo más importante de lo que preocuparse que una minucia como la seguridad.
De todas formas, habría que apuntar que Mrs. Masterson solo permitía a Madeleine llevar consigo repelente no inflamable. El clan Masterson al completo permaneció en absoluto silencio los cincuenta y siete minutos de vuelo. Madeleine estaba demasiado histérica preocupándose por si en la Escuela de Mrs.Wellington le confiscaban los sprays de repelente y el velo de redecilla como para intentar llevar una conversación trivial. El verbo y los repelentes llevaban tanto tiempo con ella que se habían convertido en extensiones de sus propias extremidades. De hecho, antes se plantearía vivir sin brazos que sin repelente de insectos, aunque tendría que idear algún artilugio ingenioso para pulverizar el repelente sin brazos.
La niña se dedico a pensar en la cantidad de cosas truculentas qué sería capaz de soportar por sus repelentes y su velo, y no le hizo el menor caso a las alocadas fluctuaciones de altura del avión.
Mr. y Mrs. Masterson tenian el estómago en la garganta, pero Madeleine casi no notó nada.
Estaba inmersa en una especie de regateo: ¿ conservar el velo valía un dedo del pie? ¿Y cinco? ¿Un pie? ¿Una mano? ¿Una uña? ¿Un meñique?
El avión continuó capeando fuertes turbulencias hasta que por fin aterrizó - aunque la verdad es que más bien pareció estrellarse- en Pitts. Mr. Masterson se tambaleó con sensación de mareo al desembarcar directamente sobre aquella pista llena de baches.
-Maddie, ¿estás segura de que no te da miedo volar?. Ni siquiera a me apasiona especialmente, sobre todo después de esta experiencia. Prefiero muchísimo antes de viajar en coche, autobús, barco o tren. Parece mucho más fácil qno ue intentar exterminar todos los bichos y las arañas del planeta. ¿Crees que podrías plantearte intercambiar un miedo por otro? -preguntó Mr. Masterson cuando su rostro empezó a recuperar el color.
-Mamá, por favor, dile a mi padre que deje de hablarme -dijo Madeleine en un tono comedido pero autoritario.

Escuela De Frikis {Libro Adaptado}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora