Continuación del capítulo 2 parte 2

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A Theo le preocupaba que pudiera enfriarse, le había enviado un mensaje de texto diciéndole que cogiera una chaqueta, una mascarilla quirúrgica y un poco de desinfectante antibacteriano para las manos, pero ella no le había hecho ni caso. Mientras marcaba su número de teléfono, el niño sacudía la cabeza pensando en la cantidad de veces que sus hermanos se burlaban de la seguridad.

Nancy, soy tu hermano...–Hizo una pausa, esperando que ella saludara con afecto–. Supongo que, como tienes cuatro hermanos, debería identificarme por mi nombre. Soy Theo.

Créeme, ya quien eres, Theo–Dijo Nancy con evidente egorro.

–Me alegra oírlo –repuso él, sonriendo sin hacer caso de su tono–. Necesito que me verifiques que estás sana y salva, y también quería animarte a que volvieras a casa a coger un abrigo grueso, una mascarilla y desinfectante para las manos.

–¡Deja de llamarme, tengo una cita! –bufó Nancy.

–Tomaré eso por una corroboración de que sigues viva y estas bien. Asegúrate de que tu amigo se lave las manos antes de tomar las tuyas...Hay un montón de gérmenes circulando por ahí en esta época del año. Bueno, que te lo pases bien. Volveré a llamarte dentro de una hora.

–¡Ni se te ocurra!–gritó Nancy, pero Theo ya había colgado el teléfono.

Ni siquiera el estricto reglamento en contra de los móviles que tenían en el colegió impedía a Theo realizar las llamadas de comprobación a su familia. Para las horas de clase había confeccionado un sistema según el cual cada miembro de la familia tenía que enviarle un mensaje confirmando su estado: «vivo» o «muerto». No era necesariamente el sistema más lógico, ya que una persona muerta no puede enviar mensajes. De hecho, Joaquín y sus otros dos hermanos a menudo le contestaban «muerto» para gastarle una broma.

Theo nunca se reía. Incluso con su complejo y laborioso sistema, la idea de la muerte no dejaba de torturarlo. Sus hermanos empezaron a llamarlo «Theo el Tanatófobo» (siendo la tanatofobia el miedo a la muerte o a morirse). El niño no aceptaba ese nombre y, después de leer el periódico artículos sobre accidentes de coche, enfermedades, crímenes y otras costumbres atroces, sentía que su comportamiento estaba más que justificado.

Las neurosis de Theo nunca se habían exacerbado tanto como cuando sus padres se fueron de camping al Parque Nacional de Yosemite, en el norte de California. Entre los restos de viejos glaciares y gigantescas secuoyas no había cobertura de móvil, lo cual les impedía llamar. La imaginación del niño arrancó a toda máquina y acabó viendo osos pardos que devoraban a sus amados progenitores.

Sin consultar a sus hermanos, Theo decidió que era del todo irresponsable por su parte no hacer cuanto fuera posible por proteger a su madre y a su padre. Decidió que, si ellos no podían ponerse en contacto con él, él se pondría en contacto con ellos, por el medio que hiciera falta.

Escuela De Frikis {Libro Adaptado}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora