CAPÍTULO 6

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— Miren a quiénes trajo el viento. Los pequeños Samael y Michael. — el hombre que más había hablado en todo ese rato comenzó a acercarse a ellos con una sonrisa cínica plasmada en su cara. Mientras, los chicos lo miraban con cara de pocos amigos. — Ya no están tan pequeños, eh. Pero miren como han crecido.

Hizo un gesto hacía sus amigos y todos bajaron las armas. Poco a poco, Michael y Samael también bajaron las suyas, pero sus semblantes serios y su postura de alerta no cambiaron ni por un segundo.

— Dejen a las chicas en paz y nos vamos, Arnold.

— Con que las chicas, eh. — dijo y luego nos miró. — ¿Son sus nuevas novias? Han adquirido buenos gustos con el pasar de los años, eh.

No es por nada, pero su 'eh' ya me tenía harta.

Ninguno de los dos chicos le dió respuesta, dándole a entender que no estaban para juegos y que debía hacer lo que ellos le pedían de inmediato. Afortunadamente, el hombre, resignado al darse cuenta que Michael y Samael no estaban siguiendo su estúpido jueguito, cedió sin algún otro inconveniente.

— Bien, pero para la próxima díganle a sus novias que no deberían andar solas por acá. — Los hombres abrieron el círculo para que pudiéramos salir de ahí. Cuando pasamos al lado del tal Arnold, se acercó a nosotras de forma intimidante. — Con los chicos no respondemos por nuestras acciones si las volvemos a ver, eh.

Michael, al ver que esa acción nos había enmudecido, nos tomó a ambas por los brazos y prácticamente nos lanzó atrás de ellos. Las enormes espaldas de los chicos nos tapaban gran parte del panorama, pero a la vez servían como barrera y, sin razón aparente, me hacían sentir segura. Michael alcanzó a sujetar a Samael antes que se lanzara sobre el hombre, quien ni se inmutó ante la ferocidad en los ojos de Samael.

— No te atrevas a tocarles ni un puto pelo, ¿me entiendes? — dijo con los dientes apretados. — No te conviene.

Arnold, quien parecía ser la persona que más se divertía con la situación, lanzó una sonora carcajada, la cual siguieron el resto de sus secuaces.

— Con que no me conviene, eh. Dime, ¿tú harás algo al respecto? ¿Crees que te tengo miedo?

Samael calló por unos segundos, mientras los hombres seguían riendo y tirando bromas sin sentido. En algún momento, pareció colapsar y Michael no alcanzó a sujetarlo antes de que Samael tomara del cuello a Arnold.

— Yo no, pero al parecer te gustaría hacer algún ajuste de cuentas con mi padre. — al escuchar aquello, todos los hombres pararon sus bromas y de a poco su semblante se tornó serio. — A ellas no las tocas, si lo llegas a hacer,  no seré yo quien venga a plantarte cara.

Entre medio de todo el nerviosismo que causó la amenaza de Samael, el hombre pareció intentar recobrar su postura, pero no lo consiguió del todo. Sin embargo, intentó disimular y seguir provocando a Samael.

— ¿Ah, si? ¿Y tú crees que tu padre va a salir de su guarida solo por dos simple chicas? ¡Ni que fueran tan importantes estas dos guarras!

Samael reforzó el agarre en el cuello de Arnold, quien parecía que comenzaba a ahogarse y en un susurro apenas audible le dijo: — No tienes ni puta idea de quienes son ellas.

Los pies de Arnold por un segundo dejaron de tocar el suelo y con una enorme fuerza, Samael lo tiró como si simplemente fuera un saco de papas. Los secuaces de aquel asqueroso hombre se pusieron alerta, esperando alguna señal para atacar, sin embargo, no la recibieron. Michael abrió la puerta trasera del deportivo negro de Samael y nos hizo entrar. Sin rechistar, nosotras, aún plasmadas ante aquella situación, le hicimos caso. Segundos más tarde Michael entró al asiento del piloto y Samael en el del copiloto.

SAMAELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora