CAPÍTULO 7

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Luego de aquella rara conversación, Michael y yo comenzamos a limpiar el desastre que habíamos dejado al cocinar. Mi mente no podía dejar de divagar y pensar en cómo conocían a mi padre y en qué tipo de relación tenían con él. Lo más probable era que lo odiaran, lo que me perjudicaba si quería ganarme la confianza de ellos. Sin embargo, muy en el fondo siempre supe que había algo más ahí escondido, solo faltaba averiguar un poco.

— ¿Qué carajos pasó aquí?

Michael y yo nos dimos vuelta al mismo tiempo. No habíamos terminado de limpiar ni la mitad de la cocina y nuestros rostros tampoco estaban en su estado original, por lo que la escena era un tanto cómica, ya que el rostro impactado de Samael al ver su cocina arruinada tampoco aportaba a que fuera lo contrario.

— Tienen que arreglar esto. Ahora. — volvió a hablar y se fue indignado de la cocina. A los pocos segundos, regresó. — Ah, y tenemos hambre. Apresurense. — nuevamente se fue, esta vez definitivamente.

— Bueno, ya lo escuchaste. — me dijo Michael.

Terminamos de limpiar justo cuando el sonido del horno nos avisó que las galletas ya estaban listas. Entre alegatos, ya que decía que se iba a quemar , Michael las sacó y efectivamente se quemó. Haciendo caso omiso a sus propios llantos, sacó una galleta para comérsela, quemándose también la lengua.

— ¡Do puedo hablad! ¡Me quemé da dengua! ¡Ayuda! — gritaba con la lengua afuera.

Entre risas, le di un vaso con agua y se lo tomó de un sorbo. Pusimos las galletas en un plato y servimos cuatro vasos con leche.

Creo que ver a esos dos chicos sentados en la mesa comiendo galletas con chispas de chocolate y tomando un vaso con leche es lo más tierno que los he visto hacer. Parecían dos niños emocionados a la hora de la merienda.

— Hace mucho no comía galletas caseras tan ricas, gracias Sariel. Samael es un asco cocinando.

Michael se llevó una mirada asesina por parte del mencionado y unas risitas por parte mía y de Leyla.

— No fue nada, tú también las hiciste.

— Sin ti no habrían quedado iguales.

De reojo vi como Samael rodaba los ojos y miraba hacia otra parte del comedor. Tomó una última galleta y se levantó de la mesa con la mirada de todos encima de él.

— Iré a terminar el trabajo. — dijo. — Tú no te preocupes, ya hiciste tu parte. — agregó dirigiéndose a Leyla.

Ninguno de nosotros le respondió, simplemente nos miramos resignados, ya que entendíamos que así era él y que si le pedíamos quedarse, no lograríamos nada, él ya había tomado la decisión de seguir con su trabajo.

Wow, una semana y ya pareciera que los conozco de toda la vida.

— Y bueno, ¿desde cuándo son amigas?

Leyla y yo nos miramos riéndonos, literalmente éramos amigas de toda la vida.

— Desde que nacimos. — respondió ella.

— Ese es un largo tiempo. — bromeó Michael. — Entonces, ¿sus padres son amigos?

Luego de la reacción de Michael al enterarse que mi padre era oficial de policías, no sabía si decirle que el de Leyla también lo era, pero ella se me adelantó.

— Sí, mejores amigos también. Ambos son policías, trabajan juntos.

Michael tuvo una reacción parecida a la que tuvo en la cocina. Sin embargo, esta vez pasó más desapercibido. Dudo que Leyla se haya dado cuenta. Michael se acomodó en su asiento, con una expresión de satisfacción, como si todos los engranajes en su cabeza comenzaran a conectarse bien.

SAMAELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora