Capítulo 19

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Me deshice de la toalla que me envolvía el cuerpo y me vestí con un pijama viejo de color desvencijado, cuya camisa me llegaba hasta las rodillas. Tuve que poner de todo mi autocontrol para no tirarme a llorar en la cama, porque sabía que mi madre me cacharía en plena depresión profunda. Por alguna razón me sentía asquerosa, como mujer, y como ser humano. Nunca había estado en una situación como ésa antes, sólo las veía en las películas, y ya de por sí me parecían horribles. En pocas palabras, el gato asustado del Mago de Oz era Terminator en comparación conmigo.

Suspiré frustrada, y me senté en la cama con el libro que analizábamos en la clase de Literatura; una obra pura de Stephenie Meyer, había dado la idea de alguna lectura contemporánea para no dormirnos en medio de la sala de clases.

Terminé leyendo la misma frase mil veces para lograr comprenderla, porque mi mente estaba en otra cosa que no me dejaba concentrarme. “Oh, Justin”, gruñí para mis adentros, al mismo tiempo sollozando en silencio. Apreté la colcha entre mis dedos, cerrando el puño y contrayendo las lágrimas dentro de mis ojos cristalizados. Cerré el libro de golpe y lo tiré a un lado, acurrucándome en las sábanas calentitas y haciéndome de cuenta de que nada de esto me estaba sucediendo a mí, y que era tan sólo una voraz y terrible pesadilla.

Me rodé encima del colchón, y abrí los ojos en el pequeño balcón de mi habitación, donde su figura estaba dibujada completamente en negro, con la piel de sus brazos reluciente ante la luz nívea de la luna. Me estremecí, sintiendo que se me revolvían las tripas, y me senté de golpe en la cama, aterrada. Entonces, mi madre abrió la puerta de sopetón. Le lancé una rápida mirada de auxilio.

-¿Debería saber por qué traías una camisa de chico puesta? –espetó, poniéndose una mano en la cadera mientras que con la otra sostenía la camisa con la punta de los dedos. Jodida vida.

-Yo no la tenía puesta –mentí -, debe ser de papá.

-Tu padre no usa este perfume –la olisqueó -. Me estás mintiendo, ____.

-No te miento, mamá, no tengo idea de cómo llegó esa camisa aquí –rodé los ojos, impaciente. ¿Por qué las madres nunca sienten esa necesidad biológica de callarse?

-¿Verdad? Porque estoy bastante segura de que te vi irte a la escuela con una camisa, y llegar con otra –estaba comenzando a gritarme -. Y encima llegaste tarde. ¿Dónde se supone que te habías metido?

Estaba pasmada. No sabía qué responderle. Miré hacia la ventana, la sombra se había desvanecido, y entonces comprendí que había sido producto de mi imaginación.

-Salí con el suéter rojo. No usaría una camisa de chico jamás, mamá, y mucho menos usaría un perfume de hombre –mascullé, mientras rezaba porque me creyera y dejara de preguntar tantas cosas importantes. Me venía callando todo desde el secuestro, y estaba bastante segura de que podría develar algo si continuaba pugnándome. Desvió la mirada, observando de nuevo la camisa.

-Me encantaría quedarme a charlar contigo, pero estoy agotada –admití -. Buenas noches.

Alargué la mano para apagar la mesita de noche, y entonces la habitación quedó totalmente a oscuras, alumbrándome tan sólo con la luz proveniente de la sala. Mi madre se dio la vuelta con soberbia, y cerró la puerta detrás de sí. La mayoría de las veces no la soportaba.

El camino hacia la escuela se me hizo más largo de lo que en realidad era. Claro. Todo es más difícil cuando vas camino a enfrentar el lío en el que te has metido, sobre todo cuando se trata de dos de las personas más importantes en tu vida. De seguro que Tyler estaría con el equipo de fútbol y me ignoraría como antes, y seguramente Matt se haría un lío mental en su pequeña cabeza y me culparía de cada una de las escorias de la Tierra. Pero, de todos modos, no me iba a permitir a mí misma dejarlo así; además, se me conocía por ser respondona y por nunca callarme. Que Dios me guarde si algún día cambiaba.

Lost | Adaptada | Justin Bieber y TúDonde viven las historias. Descúbrelo ahora