Capítulo 12

3.1K 116 0
                                    

Intenté cerrarle la puerta en la cara, pero él atravesó su brazo, logrando que el sonido del golpe contra el vidrio resonara en toda la habitación. Me eché hacia atrás, mientras arrastraba el teléfono por el suelo con el pie, por si acaso.

-Hola –sonrió maliciosamente -¿Puedo hablarte un segundo?

Tragué saliva y articulé una respuesta.

-No soy un dulcecito de papá, y estoy ocupada –sacudí la cabeza, mirando hacia otra parte. Él rió.

-Oh, claro. Por eso contestabas al segundo timbrazo y abriste inmediatamente la puerta. Tienes tantas cosas que hacer –hizo una mueca de burla, riendo.

-¿Qué quieres? –le pregunté, asombrándome de lo segura que había sonado mi torpe voz. Sin embargo, había olvidado lo voluble y bipolar que era, así que ahora mismo podría hundirme un cuchillo en el cuello por haberle hablado así. “Madre santa”. Temblaba del miedo, pero intentaba no demostrarlo.

-Eso no fue muy agradable –hizo una mueca -. No quiero hacerte nada malo, pequeña.

-____ –le corregí.

-Bueno, “____” –articuló las comillas con sus dedos -. Vengo en son de paz.

-¿Para qué viniste? –le pregunté, a la defensiva -. Quiero decir, no creo que hayas venido a visitarme o algo por el estilo…

-Haces que esto parezca una mierda de telenovela –rodó los ojos, irónico. Se empeñaba en ridiculizarme cada vez que le daba la gana -. Quise pasar a saludarte. ¿Acaso está mal?

Dio un paso hacia delante, abriendo los brazos, mientras sonreía. Me alejé, incrédula, y le di otro jalón al teléfono.

-Son las doce de la madrugada, me secuestraste una vez, me robaste mi teléfono, y ahora ¿pasas a saludar? –arqueé una ceja -. No puedo comprenderlo –admití, mientras sacudía la cabeza, casi temblando.

-Es el único momento que tengo libre –se encogió de hombros -. Tú sabes, matar gente y todo eso –hizo una mueca.

-Vaya que es un trabajo duro –mascullé con ironía.

-Sabes que sólo estoy bromeando, nena –me guiñó un ojo.

-¿Entonces a qué vienes? –insistí, con voz neutra.

-Te diré algo –musitó, mientras se frotaba la barbilla, pensativo -. Ven conmigo a comer, y te lo explicaré en el camino, ¿de acuerdo?

Levantó la vista sin levantar el rostro, mirándome a través de su par de mieles líquidos enmarcadas en unas bellas pestañas negras.

-Tienes dos minutos para responder –sentenció, con voz rígida. Palidecí.

-Me iré de lo contrario, si no quieres –rió, completando la frase. Una oleada de alivio me sacudió, aunque mi mandíbula seguía tensa y mis manos continuaban siendo rígidas. Mientras lo miraba a los ojos, me decidía. Si cruzaba esa puerta, existía la posibilidad de no regresar viva a casa, como también podría terminar metiéndome hasta el cuello en algo que no me convenía, lo cual era lo más probable.

-No tengo toda la noche, pequeña –me instó, guiñándome un ojo. Suspiré, y me incliné para recoger el teléfono.

-Voy a llevármelo –lo alcé para que lo viera -. Regrésame antes de las dos.

Sabía que mi madre se deslizaría a esa hora para ver si estaba en mi cama. Lo sabía.

-Bueno, adelante –se apartó de la puerta, dándome paso con sus brazos en dirección a la salida. Por poco no me parecía un asesino. Me mordí la mejilla antes de salir con él por ahí, me estaba metiendo en un aprieto.

Mientras me introducía en el auto negro de Justin, pensaba en lo que podría ocurrir conmigo después de eso. Sostuve mi teléfono entre las manos, acariciando la pantalla mientras me moría del susto, y luego lo introduje en el bolsillo de mi suéter, con cautela.

Observé a Justin mientras se subía al auto. Bajé la mirada hacia mi costado, donde había una botella de cerveza abierta y helada. El vapor del frío le corría por el vidrio de color azul, y sabía que comenzaría a beber desde ahora, si es que no había estado haciéndolo desde antes de llegar.

-¿Quieres un trago? –sonrió, al verme observar la botella.

-No –negué con la cabeza. Hizo una mueca.

-¿Por qué no?

-Porque no quiero –me negué rotundamente, mientras frotaba mis manos una con la otra -. Y tú también deberías moderarlo un poco.

-¡Pff! –se echó a reír descontroladamente. Descontroladamente… sexy. Apoyó su frente en el volante, muerto de risa -. Sí, es cierto, mi madre me matará, de seguro.

Rodé los ojos. ¡Ugh! ¿Por qué tiene que ser tan insoportable?

-Deberías soltarte un poco, pequeña. Tú sabes –articuló -, vivir un poquito tu vida. Eres joven.

-Y no quiero que mi juventud se vaya en licor –arqueé una ceja hacia él.

-Vaya que eres aburrida –se quejó, arrancando el auto. Rogaba porque mis padres no hubiesen escuchado el motor.

-Y tú eres bastante liberal, por lo que veo –contesté -. Igualmente ése no era el punto. Si estás conduciendo, al menos deberías esperar a que llegásemos de nuevo a mi casa para emborracharte todo lo que quieras.

Arqueó una ceja.

-¿Me estás mandando? –me retó -. Porque te recuerdo que estamos en mi auto, pequeña traviesa.

-N-no… -titubeé -. Sólo digo… Que podríamos estrellarnos y morir.

-No nos vamos a estrellar, ___ –rodó los ojos -. He conducido ebrio a altas velocidades durante toda mi vida. ¿O acaso te olvidaste de lo que hago?

-Evidentemente que no –rodé los ojos.

-Bueno, ahí lo tienes. Y no ruedes los ojos –espetó -. Me molesta.

Casi abría la boca de la impresión. Ahora que no iba a ser secuestrada, ¡me decía qué hacer! Ese chico tenía problemas. Empezaba a arrepentirme de haber salido de mi casa con él.

Miraba el camino con cautela para asegurarme de que no me estaba llevando lejos de nuevo, mientras tenía sumo cuidado con lo que decía. Con Justin, había una delgada línea entre rodar los ojos y morir, y yo prefería no cruzarla.

-¿Puedo preguntar a dónde me llevas? –inquirí, en un hilo de voz. Él me miró de soslayo, mientras los ojos le brillaban con las luces blancas del tablero del auto.

-A un sitio –respondió, neutro -. Es menos aterrador que un cuarto con cuchillos y esposas.

-Oh, gracias –mascullé, alzando las cejas. Soltó una risita ante mis murmuraciones.

Suspiré. Y ante todo esto, no había podido llamar a Tyler, y tampoco sabía si él había estado pensando en llamarme también. Luego de esas tres semanas, habíamos estado saliendo unas cuantas veces, pero nada pasaba de besos y cosas así, como él acostumbra. Supongo que estaba siendo diferente conmigo. Y ésa era una buena señal.

Pero ahora, saliendo con Justin Bieber, no sé por qué de repente presentía que todo iba a ir mal a partir de esa noche, si me dejaba llevar por esos ojitos bonitos. Sería mi perdición.

Lost | Adaptada | Justin Bieber y TúDonde viven las historias. Descúbrelo ahora