Capítulo 26

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Me deslicé fuera de la habitación tras haber robado una de sus camisas, la cual me llegaba casi hasta las rodillas, y la olisqueé sin disimular para impregnarme la nariz de su dulce aroma. El Sol brillaba más que nunca en Phoenix, y casi olvidaba que en unas horas tenía que llamar a Amanda e irme a casa. Suspiré. Pero yo no quería irme a casa. Yo quería quedarme ahí con él, repitiendo esto todos los días.

Me asomé en la puerta medio abierta y lo observé dormir, detallando cada minúscula parte de su cuerpo al descubierto y sacando anotaciones estúpidas, como, por ejemplo, que sus hoyuelos se resaltaban aún más cuando apretaba la mandíbula, o que la poca luz que las cortinas dejaban filtrarse lo volvía más pálido y adorable, de repente. “Oh, mírate. Pareces un ángel”, pensé. Y lo hice tan fuerte que casi me creía que lo había dicho de veras.

Era muy ridículo que estuviera pensando esas cosas de él tras haber tenido sexo. Y, de repente, un montón de pensamientos malignos poblaron mi cabeza y nublaron mis ojos. Las demás chicas decían que no importaba cuántas veces te acostaras con un chico, porque a veces… sólo lo hacían, y ya. No había nada más después de eso. Consideraban las relaciones íntimas como un juego, o peor aún, como un deporte, y eran adictas a él. Una vez que lo hacían por primera vez, no podían parar. Era como una especie de vicio para ellas. Y yo no quería ser como esas jodidas putas; yo simplemente no quería.

Tragué saliva y aparté la mirada de Justin, cerrando la puerta detrás de mí, y bajé las interminables escaleras. Suspirando, dejé que mi mano se deslizara por la baranda de caoba pulida, intentando olvidarme de lo que había, por un momento, pensado. Pero, el problema estaba, en que cuando comienzo a pensar en algo, después no puedo parar. Y eso me volvía loca si dejaba que me carcomiese por dentro, como muchas otras cosas.

Exploré la sala, la cocina, y me asomé a todas las ventanas que encontré. Era una casa normal, en una calle normal, era un auto normal… era un hombre normal. ¿En dónde estaba, entonces, el instinto asesino y las ganas fervientes de matar? ¿Dónde estaban los alambrados eléctricos y los charcos secos de sangre? ¿Dónde quedaron, entonces, todas las abolladuras y las marcas de balas perdidas? Y, lo más importante, ¿Por qué Justin hacía esto, teniendo lo que tenía? ¿De dónde sacaba el dinero? Diablos, ____. Apreté los párpados, frotándome las sienes. Lo mejor era cuando mi mente se mantenía en silencio.

Me adentré a la cocina de nuevo, y revisé todas las estanterías. Bien, podía hacer chocolate caliente y un par de sándwiches. Él me había salvado la vida, ¿y no le iba a preparar el desayuno?

Mientras ponía a tostar los panes, me senté en la mesa de la cocina a balancear mis piernas. Las sillas eran bastante altas, lo que me permitió despegar mis pies del suelo por un rato, en el sentido físico de la palabra.

Los panes saltaron de la tostadora, y los puse encima del plato, emitiendo grititos a causa de las leves quemaduras en las yemas de los dedos. Que Dios me guarde si algún día llego a madurar. Mientras ponía a calentar la leche, caminé por la amplia cocina cuidando que mis torpes pies no se tropezaran con nada. ¿Es enserio que vive solo?, pensé. ¿Cómo limpia y ordena todo esto? Me pregunté, admirada. Ni siquiera mi casa estaba tan limpia.

Sentí que pisaba algo resbaloso y fino, como una especie de papel. Lo observé parada, mirando hacia abajo con incredulidad. Era un sobre, no demasiado fino ni muy ancho, ni muy largo o corto. Era sólo una perfecta, pulcra y simple hoja blanca atada con una robusta soguita. Lo levanté con la mano derecha y lo observé por delante y por detrás. No tenía remitente, sólo decía en letras elegantes, “Justin”. Bueno, él no se molestaría si yo lo tomaba… prestado.

Saqué la soga sin necesidad de desatarla, y abrí la hoja. Las letras eran recortes amorfos de revistas desconocidas, y decía una simple frase:

Lost | Adaptada | Justin Bieber y TúDonde viven las historias. Descúbrelo ahora