Capítulo 40

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Me desvestí sin siquiera la vaga intención de salir de mi estado de malcriadez y estupor zombi en el que me hallaba metida hasta las narices. Ahora que podía justificarme, pensaba que tenía todo el derecho de ponerme así.

Abrí el grifo de agua caliente y me introduje a la ducha de cerámica color terracota, dejando que el agua me quemara la piel. Agarré el champú que había dejado ahí la noche anterior, y lo vertí casi entero en mi cabeza, mientras las lágrimas de rabia pugnaban por salir de mis ojos. Las retuve dentro y suspiré, sorbiéndolas mientras apretaba los párpados, pero se me hizo imposible mantenerlas en su lugar.

Noté el líquido caliente salir de mis ojos lentamente, recorriendo mis mejillas, y eché varios sollozos al aire sin mera intención. Y entonces, cuando me di cuenta, estaba hecha un mar de lágrimas en plena ducha.

-¿___? –escuché decir desde la puerta. Me mordí el labio inferior, prohibiéndome emitir otro sonido audible. Continué masajeándome el cabello, mientras mis dientes apretaban dolorosamente mi labio y las lágrimas continuaban jugándome esa mala pasada.

-____, abre la puerta –continuó, con voz mesurada. Lo ignoré, y metí de lleno la cabeza debajo del grifo del agua hirviendo; más que todo para limpiar las lágrimas. Volví a escuchar golpeteos frenéticos procedentes de la puerta cerrada con llave, e intenté fingir que no me importaba y que no quería abrirle realmente.

Salí de la ducha con pasos torpes, casi resbalándome, y envolví mi cuerpo en una toalla inmediatamente para intentar mantener el calor del agua en mi cuerpo. Al mirarme al espejo, noté mis desmejoradas ojeras en mi rostro cetrino y pálido, y los ojos hinchados apoderándose del mismo. Suspiré y me froté la cara con ambas manos, olisqueando el olor de mi gel de baño Victoria’s Secret.

Generalmente, podría decir que eran pocas cosas las que yo podía compartir. Y definitivamente, Justin no estaba en esa lista. He ahí mi problema. Él era solamente mío. Me preocupaba realmente el haber creído en sus palabras cuando me dijo que él era mío, y también me preocupaba haber sonado idiota cuando le respondí que yo igual; que yo era toda suya.

Entonces ¿por qué la necesidad de acostarse con otra? ¿Es que acaso yo no era lo suficientemente buena para él?

Me torturé con mis propios pensamientos hasta que escuché de nuevo unos golpeteos más fuertes, estremeciéndome del susto.

-____, no me hagas esto, Dios –lo escuché lamentarse. –Di algo.

Resoplé con frustración y me sacudí el cabello sin intención de cepillarlo. Quería hacer tiempo antes de tener que salir de ahí.

-¡____, abre la jodida puerta!

Suspiré hondo y abrí la puerta de sopetón, encaminándome por el pasillo hacia el cuarto sin siquiera haberlo mirado de reojo. Y mientras apretaba los brazos enfurruñados sobre mi pecho apenas cubierto por una toalla, me mordí la lengua y sorbí las lágrimas dentro otra vez. Qué difícil era ignorarlo precisamente a él, quien se deslizó tras de mí a pasos rápidos y se quedó de pie en la puerta de la habitación.

-¿Vas a aplicarme la ley del hielo hasta que explote? –él preguntó. “Oh, sí. Claro que sí”, pensé para mis adentros. Tenía demasiadas emociones comprimidas ese preciso día. Abrí el clóset apenas lleno hasta la mitad y saqué lo primero que encontré, aunque estaba segura de que se me vería horrible en cuanto me lo pusiera. Apostaba a que había elegido esa vieja camisa de Paul Frank que nunca me gustó y esos shorts andrajosos que usé por última vez el verano del 2009. Bueno, a la mierda. Pasé de largo encogiendo mi hombro para no tropezar con él, y me dirigí al baño, revisando que estuvieran mis bragas en mi mano también.

Lost | Adaptada | Justin Bieber y TúDonde viven las historias. Descúbrelo ahora