c i n c o ;

669 68 14
                                    

Historias que no pueden ser contadas.

Las primeras seis horas habían sido un martirio, los nervios no cabían dentro de tan poca complexión que tenía Aristóteles. En la sala se hallaba Pancho López junto a su esposa Susana Córcega, los pequeños Julio y Lupe también acompañaban.

Amapola y Eduardo habían sido notificados un par de horas antes por Aris quien necesitaba oir la voz de su madre para calmarse, consternada por no ir tras él por su reciente trabajo se disculpo pero envío todo el amor que pudo y prometió a penas llegara el fin de semana iría a verlo.

Por otro lado, Olegario había visitado rápidamente el lugar y dado todo su aliento frente a la situación, el también se hallaba tenso. Se despidió pronto ya que tenía que arreglar con el abogado la situación de Elsa.

― ¿Por qué tardan tanto Pancho? ― Diego estaba desesperado, no estaba para nada acostumbrado a la espera, carecía de paciencia.

― Ay diegonchas, ay que ser pacientes vas a ver que toda espera tiene su recompensa hijo. ― Susana sonrío con dulzura mientras abrazaba contra su pecho un joven de rizados con la mirada perdida, sus lágrimas aún caían y su expresión rompía a cualquiera ¿Por qué su Tahi? ¿Cuando iban a ser felices?

― Voy a ir por un café. ― No se molesto en preguntar por los demás, estaba tenso y confiaba que su amigo era quien más necesitaba contención.

[...]

― ¿El trabajo está hecho? Perfecto, sigue apegado al plan. ― Ubaldo reía enérgico, denotaba a kilómetros su felicidad.

― Señor Ortega, la prensa acaba de llegar.

― Que comience el show. ― Se dijo para si mismo mientras salía del despacho acompañado de su asistente.

El gentío era conformado por toda una rueda de prensa a la expectativa de las palabras de la luz de la ciudad, en nadie cabía que apenas comenzaba su mandato y ya se veía envuelto en ese tipo de disputas.

― Señor presidente, ¿Por qué Reynoso actúo así?

― Antes que nada muy buenas días a todos, siempre he dicho que hay que buscar lo bueno a la vida. Desconozco lo que ha sucedido pero si esa mujer se ha cegado por el poder no voy a descansar hasta hacer justicia, escuchame bien Elsa atacame a mi, pero a mi pueblo no lo pongas en medio.  ― Todos aplaudieron, mientras Ortega sonreía con autosuficiencia.

― Presidente, ¿Esto va a afectar en algo el mandato?

― Para nada, estamos en nuestro mejor momento. Por una nube gris tapando el sol no vamos a pensar que no se volverá a despejar, lo que soy sucedió es una pequeña llovizna. Yo prometo que mañana será mejor, yo les voy a seguir cumpliendo de corazón.

Todo el mundo aplaudía, aclamado y elogiado aquel hombre de gran porte que sonreía para las cámaras y abrazaba a su equipo agradecido completamente por ellos.

Cuando todo se calmó aquel hombre se encerró con rapidez y corrió tras un buen whisky. Hablar, sonreír, fingir, todo era difícil para alguien que no amaba su cargo sino el poder que le daba.

[...]

― Familiares de Cuauhtémoc López. ― Un hombre bastante alto se hizo presente, llevaba su ambo azul sin el gorro ni los guantes, se veía agotado y su frente aún sudaba.

― Aquí, soy su novio. ― Aristóteles dio un brinco hasta donde estaba aquel doctor, por detrás le seguía la familia de Temo.

― Fue difícil, tuvimos mucho trabajo. La bala perforó entre dos órganos vitales importante y sacarla podía dañar alguno de los dos. ― Ahora más tranquilo aquel hombre paso su mano por su cabello llevándolo hacía atrás. ― Perdió mucha sangre y estas primeras cuarenta y ocho horas serán claves. Estamos a la expectativa, solo esperamos que despierte. ― Aristóteles abrazo con fuerza a Francisco, pronto Julio y Lupe se unieron, al final Susana se sumo y todos lloraron una vez más, pero esta vez con un peso menos. Un poco más alejada Carlota sonreía con lágrimas en sus ojos, una victoria entre tantas desgracias.

  Por otro lado Diego caminaba con un café en mano, iba un poco más tranquilo.

― Por favor despeje el pasillo   ― Un par de enfermos llamaron su atención, con una mueca de desagrado se movió y pronto vio como una camilla ingresaba con velocidad y fue como unos microsegundos cuando lo vio, era él. Mateo Symanski ingresaba con su pecho desnudo y a la distancia se podía ver como los hematomas tomaban desde su rostro hasta su estómago.

― ¿Qué le pasó? ― Tomo aire cuando su mano interceptó a uno de los enfermeros que custodiaba la camilla, pronto aquel hombre frunció el ceño.
 
― Nos reservamos la información para los familiares, por favor deje de obstruir mi trabajo.

― Perdón, ¿Sabe con quien habla? Soy Diego Ortega Elizalde. ― Comentó de brazos cruzados con una sonrisa tan santurrona que escondía un "me das información o me pongo a llorar, tú eliges" ― ¿Me vas a negar la información todavía?

― Yo, bueno, lo siento joven Ortega pero...

― ¿Me vas a tener en el suspenso de lo que le pasó a mi pareja? ― La mirada de aquel enfermero se ablando, había dado en el clavo. Tal vez hubiera sido más fácil usar esa carta desde el principio.

― Lo siento mucho joven Ortega pero nuestras políticas son bastante estrictas, lamento este momento innecesario. ― El hombre suspiro. ― Se notifico desde un anónimo que había un joven desmayado dentro de un basurero, se habla de que fue víctima de un robo, pero aún conserva sus pertenencias.

― Ya veo. ― Comento no muy convencido, ¿Otro atentado? ¿Qué estaba pasando?

― Prometo que en cuanto tenga noticias voy a informarle, por favor no se vaya muy lejos.

― No, claro que no. ― Ojalá y la tierra se lo hubiera tragado por curioso, ¿Cómo se iba ahora? Todo el mundo ahora lo miraba como si fuera enternecedor, ser escandaloso tenía sus consecuencias. No podía importarle menos el estado de aquel peón, solo estaba curioso de quien podría tener problemas con aquel asocial.

¿En que lío se había metido? Ahora mismo debería estar al lado de Aris esperando por Temo, necesitaba saber que le pasó a su hermano de corazón. Tenía que salir de ahí cuanto antes.

― Symanski acaba de despertar. ― Comento un hombre que pasó por su lado caminando a gran velocidad con una radio en mano. Tal vez, solo tal vez se quedaría un poco más.

Capricho || MatiegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora