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Diego Ortega es un maldito engreído.

― Necesito que me lleves a la universidad. ― Cuando los ojos de Mateo se alzaron se cruzó con los ojos verdes brillantes que parecían exigirle.

― Estoy ocupado Diego.

― No me interesa, ¿Sabes quien soy?

― Un enano caprichoso. ― Ni siquiera pudo voltear a verlo porque ya se iba dando zancadas directo a la oficina de su padre, Mateo suspiro y volvió a su trabajo. No pasó ni medio minuto cuando la puerta se abrió dejando ver a un Diego sonriente acercarse con una enorme sonrisa.

― El señor Ubaldo quiere verte. ― Dijo esperando a su lado, el más alto tomo aire y se dirigió siendo seguido por el joven rubio.

― Con permiso señor. ― No termino de ingresar cuando una pila de papeles interceptó en su cara.

― Symanski. ― Sus ojos azules se tornaron más oscuros de lo habitual y solo pudo atinar a mirar a los ojos a su jefe. ― Tienes ordenes muy claras, ¿Quién te has creído? Mi hijo tiene todo el permiso de hacerte comer lodo si quiere. ― Su tono de voz era atroz y su puño chocando contra la mesa hacia a Mateo quedarse en la realidad. ― No lo voy a volver a repetir, tu eres un peón y de la más sucia calaña, te vas en este instante a cumplir tus obligaciones.

― Si señor Ortega. ― El precio del éxito era alto, y él lo sabia.  

Caminaron en silencio hasta el ascensor, Diego estaba entretenido en su teléfono mientras Mateo se tomaba el tiempo de observar al joven que lo acompañaba. Tenia un rostro angelical y sentía un nudo en el estómago de pensar que aquel chico no era más que el diablo escondido entre sus pieles de cordero.

― Sabes Mati, es algo abrumador mi papá. Deberías resignar tu actitud horrible. ― Diego caminaba directo al auto del mayor con una sonrisa tan inocente, parecía como si lo estuviera torturando. El rubio subio de copiloto y ajusto el cinturón para después volver la vista a su celular.  

Mateo rodeo el auto y subió, no sin antes suspirar buscando oxígeno que se convertiría en la paciencia que buscaba.

― Hablas muy poco, no tienes agallas, ¿En serio quieres político? ― El mayor apretó el agarre del volante y simuló no oírlo por el resto del viaje, aunque era muy irritante.

Al llegar a la Universidad del Valle de México el mayor no pudo salir de su asombro, sabia que aquí cambiaría toda su vida.  Camino un poco más atrás de Diego intentando no llamar la atención, fue rumbo a la dirección en busca de sus horarios. Al llegar lo primero que vio fue a otro chico esperando en la recepción, tenía cabello oscuro bien peinado, vestía camisa celeste doblada hasta los codos, este leía un libro tranquilo.

― Disculpa, sabes quien me puede proporcionar un horario. ― Trato de sonar formal, el desconocido alzo la vista y le dedico una sonrisa.

― Estoy esperando que me den uno, si quieres te ayudo. ― El chico se puso de pie y se dirigió hacia una mujer algo mayor sentada en el escritorio de aquella recepción. ― Disculpe, mi amigo quiere retirar su horario. ― Habló con cortesía el más bajo.

― Claro que si Cuauhtémoc. ― Hablo encantada la mujer dedicándole una dulce sonrisa al chico. ― ¿Cual es tu carrera jovencito?

― Ciencias políticas. ― La mujer miro al pequeño Temo intercambiando miradas y después volvieron a mirar a Mateo que estaba un poco tenso.

― Aquí tienes, estas de suerte, Cuauhtémoc es también un novato.

Por primera vez se sintió más relajado en aquel lugar desconocido.

― Al parecer la primera clase no estaré tan solo. ― Comento el más bajo sonriendo, Symanski se también le dedico una media sonrisa y partieron juntos una caminata rumbo a su primera clase. 

― Cuauhtémoc. ― Temo alzo la mirada encontrándose con los penetrantes ojos de Mateo. ― gracias por todo.

― No me agradezcas, es difícil estar perdido en este nuevo mundo. ― El menor empezó a jugar con sus dedos. ― Siempre he sido un poco tímido pero esto es política y es un reto cuando no cumples con los estereotipos de un hombre bonachón y hasta fanfarrón.

― O ese político tétrico que inspira corrupción. ― Ambos soltaron una carcajada.

― ¡Temo! ― Una voz hizo voltear a los jóvenes y Mateo sintió una cachetada de su destino. Identifico a Diego acercándose junto a una chica un poco más alejado, pero a paso más apresurado se acercaba un muchacho de cabello rizado y gran sonrisa.

― Tahi. ― La voz de Temo sono como un suspiro, cuando ambos se encontraron sus labios se unieron en un casto beso.

― No sabes cuanto te extrañé.

― Ay no sean exagerados. Se vieron esta mañana en el desayuno. ― Menciona la chica rodando los ojos saturada de tanta cursilería.

― No seas así Lota ellos siempre son así de cursis. ― La voz de Diego lo hacia temblar y aún no entendía porque. ― Symanski, no te había visto. ― Le hablo con una sonrisa, Mateo decidió ignorarlo.

― Oh, chicos el es... disculpa ni siquiera nos presentamos. ― Temo se sonrojo.

― Es el juguete de mi papá. ― Soltó riendo el rubio.

― ¡Diego! ― Los presentes lo vieron reír y solo negaron mientras Temo lo miraba en reproche.

― Soy Mateo Symanski, y como dijo Diego, soy el niñero de un malcriado. ― El rubio abrió los ojos y luego fruncio el seño hecho una furia.

― Un gusto Mateo, yo soy Carlota y el es Aristóteles.

― Hola wasausky. ― Esta vez todos rieron en un clima menos tenso.

― Es Symanski. ― Mateo observo su reloj y toco el hombro de Temo. ― Llegaremos tarde Temo.

― Es cierto, nos vemos chicos. ― Antes de irse beso rápidamente a su novio y se fue.

Entraron al aula y se sentaron juntos, mientras Mateo acomoda sus libros es Temo quien lo mira un poco curioso.

― No me mires así Cuauhtémoc, siento que me voy a gastar.

― Lo siento. ― el chico volvía a jugar con sus dedos, eso llamo la atención de Mateo, sabia que el más bajo intentaba decirle algo. ― Sabes, Diego no siempre es así.

― No necesitas defenderlo, no se que le hice ni porque es así conmigo pero me parece patético para alguien de su edad.

― No quiero que se peleen, por favor.

― Yo lo intenté. No sabes lo duro que es bajar la cabeza ante el poder, odio las personas que creen que su dinero los hace mejor que los demás.

― Diego no es así, te lo aseguro.

― Aún no me lo ha demostrado. ― La charla terminó cuando el profesor de estadística aplicada entró a la sala. "Diego Ortega es un engreído" ― Pensó para sus adentros Mateo.
 

Capricho || MatiegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora