II. Veredicto: venganza

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Seis horas después el Quinjet aterrizaba en medio de una pradera en Kenia, cerca de un pequeño poblado. Raven se quedó al borde de la rampa, observando el paisaje. Había estado en África muchas veces, ya fuera por misiones o de cacería, pero siempre acompañando al mercenario que ahora venía dispuesta a matar.

Una sensación de irrealidad la embargó. Respiró profundo, apretó la espada y bajó de un salto.

—A partir de aquí estás por tu cuenta, nena —el piloto salió a despedirla— Si necesitas que te lleve de vuelta a New York cuando termines lo que viniste a hacer, ya sabes, enciende la batiseñal —le guiñó un ojo— Aunque preferiría no enemistarme con tu hombre. No es bueno para el negocio.

—Tranquilo, McClane, no voy a pedirte que vengas conmigo.

—¡Uf! Pues me alegro por eso, porque la verdad es que no iba a hacerlo —soltó una carcajada— Cuídate, Crow.

Ella imitó una pistola con sus dedos, le apuntó *¡bang!*. Rex se llevó una mano al pecho con gesto dramático, luego se echó a reír y le devolvió la mímica.

La chica se quedó en la entrada al pueblo viendo despegar la nave; cuando se hubo perdido de vista, se acomodó la mochila sobre el hombro y echó a andar por la calle de tierra que atravesaba la aldea. La mayoría de los lugareños evitaba acercársele, intentó detener a alguno para pedir indicaciones, sin buenos resultados: huían y murmuraban palabras en su dialecto de las que ella solo entendía unas pocas, entre las más comunes estaba demonio.

Se acercó a un pequeño abrevadero donde había tres caballos. Un hombre estaba sentado a la sombra.

—Necesito encontrar a un cazador —Slade se había tomado el trabajo de enseñarle varias lenguas locales, pero con los años había perdido la práctica.

El aludido apenas se inmutó, continuó dormitando sin mirarla siquiera. Raven se impacientó, lo pateó con fuerza, cuando el otro hizo ademán de ponerse en pie y enfrentarla, desenvainó el sable acercándolo a la garganta del sujeto.

—He dicho que estoy buscando a un cazador. Un hombre blanco con un solo ojo ¿Sabes dónde lo encuentro?

Al otro se le saltaron los ojos en una expresión horrorizada.

—¡Nadie buscar al Diablo Blanco! ¡Nadie acercarse allí!

Ella sonrió. Entonces sí sabía de quien estaba hablándole.

Le hizo gracia la forma como se había referido a Deathstroke: el Diablo Blanco.

“No has cambiado nada maldito tuerto”, pensó con un deje de nostalgia.

Sacó de la mochila una bolsa que contenía un lingote de oro. Antes de salir de Helvete se había asegurado que Blackie le cambiara parte de sus ahorros por oro. En lugares como este los billetes eran apenas algo más que papel, pero una barra dorada te conseguía muchos favores al instante.

—Me vas a llevar hasta donde vive ese Diablo Blanco. Ahora —le lanzó el lingote y dejó que lo analizara— Cuando estemos allí te daré otro como ese, pero si intentas traicionarme... —acercó la espada a los genitales del hombre— Yo puedo ser peor que ese tuerto al que le temes.

El lugareño asintió, asustado, aunque una expresión codiciosa se reflejaba en sus ojos cada vez que miraba la mochila. Señaló los caballos.

—Medio día de camino —informó.

—Pues pongámonos en marcha.



♤ WAR IS THE WAY: 'El Cuervo y El Hombre sin Alma' Donde viven las historias. Descúbrelo ahora