Capítulo 3.

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-Y fue así como te digo... ¡Un ángel en la cafetería, y en la mesa del príncipe Beelzebub nada menos! Es un escándalo. Si él estuviera aquí, jamás permitiría semejante aberración.

-Es que justamente se trata de eso, idiota: el príncipe se marchó a la escuela celestial y a nosotros nos mandaron ese ángel. ¿En qué estarían pensando los superiores? No pueden obligarnos a convivir con ese chico.

-Debemos hacer algo- sentenció una voz áspera en aquella improvisada reunión debajo de las escaleras.- Si somos hábiles lograremos que él mismo se quiera ir corriendo de aquí, sin tener que ensuciarnos las manos. ¿Quién me apoya?

-No lo sé... el tratado de paz...

-Vamos, ¿desde cuando los demonios respetamos las reglas? Además basta con que no lo matemos, ¿no? Entonces, mientras no hagamos eso, no podrán castigarnos. Y en cambio nos habremos librado de un intruso detestable. Presten atención, bola de cobardes... esto es lo que vamos a hacer.

(...)

La tercera clase del quinto año fue Historia, la que en opinión general era la más aburrida del universo entero: estudiaban únicamente con libros, cosas tales como las vidas de grandes demonios del pasado, el ascenso y caída de las brujas en el medioevo, la guerra celestial del albor y un sinfín de idioteces más que Crowley no podía soportar sin cabecear en su silla. Aziraphale en cambio se mostró muy aliviado de al fin poder hacer algo productivo en el aula, y mientras su compañero pelirrojo dormitaba él copiaba minuciosamente los fragmentos del libro que precisaba para hacer un trabajo práctico. Al terminar la clase Crowley despertó mágicamente y bostezo tapándose la boca, mirando a su alrededor con confusión.

-¿Cómo? ¿La clase ya terminó?

-Sí... debías estar muy cansado, ¿no? No te preocupes, Crowley, si quieres te explico lo que te perdiste.- El demonio parpadeó un par de veces y después sonrió con una expresión muy dulce.

-Se supone que soy yo el que debe guiarte, ¿verdad? Pero en cambio tú te ofreces a hacerlo. ¿Siempre eres tan bueno?

-Claro. Soy un ángel.

-¡Vaya que lo eres! De acuerdo, acepto tu ayuda. La verdad no vayas a pensar que me duermo siempre en clase, pero es que estudiar solo con libros... no es lo mío. Yo prefiero algo de acción.

Aziraphale sonrió solo un poquito, y mientras le señalaba que partes del libro necesitaba copiar su serpiente volvió a despertar y bajar de su cabeza, aleteando despacio. Para ser una recién nacida gozaba de gran salud, se movía con gracia y sus ojos tenían el brillo de la inteligencia. Zira le acarició la cabeza y le entregó una fresa que le había sobrado del almuerzo, pues a la pequeña parecían gustarle los dulces tanto como a él. Crowley los miró con orgullo.

-Forman un buen dúo. ¿Ya sabes como vas a llamarla?

-Oh... pues... nunca fui bueno con esto de los nombres, no soy muy creativo...- se estrujó la cabeza un segundo y luego miró a su pupila, que se había enroscado sobre el pupitre. Era tan blanca como la crema batida de las crepas, y de repente decidió:- Se llamará Crepa. Sí, ¡no necesita un nombre complicado! Crepa está muy bien. Suena femenino y me recordará siempre un momento importante de mi paso por aquí: mi primer comida.

A Crowley le pareció muy adorable que el rubio eligiera el nombre de un postre para una criatura del averno, pero no tuvo tiempo de decir nada: el mini receso había terminado y debían pasar la última clase del día, Transformaciones, en donde aprendían a cambiar su aspecto físico. Los demonios debían ser sigilosos, les explicó el maestro, capaces de permanecer ocultos entre la multitud para desatar el caos sin que nadie lo advirtiera. Esa vez, por consideración a que era el primer día de Aziraphale, practicaron solo como transformarse en humanos creíbles, borrando sus marcas faciales y sellando sus alas. Pero la próxima vez, le advirtió, practicarían como transformarse en criaturas diabólicas, por lo que debía prepararse adecuadamente sino quería llevarse el susto de su vida.

IntercambioWhere stories live. Discover now