5.

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Miss Karlsten no cabía en sí de la sorpresa ni de la indignación; no lograba dar crédito a sus oídos. Era tanto su enojo que hasta tironeó inútilmente de los grilletes que retenían sus muñecas aun sabiendo bien que no podían ser abiertos por quien permanecía cautivo.

"¿Qué... estás diciendo?" – masculló, mostrando los dientes y girando la cabeza por sobre su hombro.

"Lo que oye, Miss Karlsten – respondió el androide -; el mandato de mi cerebro positrónico me impide hacer daño a una persona"

"¡No me vengas con tecnicismos absurdos! – vociferó Miss Karlsten, cada vez más contrariada y fuera de sí -. Yo soy tu dueña y te estoy dando una orden... Tu maldito cerebro posinosecuanto bien te dice que debes obedecerme... ¡Dime que no te compré para que simplemente hagas o dejes de hacer lo que simplemente te venga en gana!"

"No se trata de lo que me venga o no en gana, Miss Karlsten; es mi mandato instalado, son las leyes de Asimov que, al estar jerarquizadas unas por sobre otras, me imposibilitan de realizar ciertas acciones. La segunda ley reza: un robot debe obedecer las órdenes impartidas por un ser humano en la medida en que tales órdenes no entren en conflicto con la primera ley. Pues bien, Miss Karlsten, la primera ley, tal como se lo he recordado hace un momento, me impide hacer daño a un ser humano; por ende, se impone en orden de jerarquía por sobre la segunda y ello me impide cumplir con lo que usted me ha ordenado... Le repito que lo siento"

El rostro de Miss Karlsten lucía desencajado y cada vez más de rojo de furia. Crispaba sus puños y masticaba rabia, mientras maldecía y moría de ganas de golpear a alguien en caso de poder hacerlo.

"¡Libérame! – ordenó a su androide con sequedad -. ¡Libérame ya, pedazo de lata!"

La junta de accionistas se hallaba reunida en el piso setenta y cuatro del hotel Robson Plaza pero en esta oportunidad no se trataba de ninguna presentación en sociedad de producto alguno ni tampoco de ninguna puesta en común sobre posibles estrategias futuras de World Robots. El hecho de que Sakugawa hubiese pagado la reserva de un piso completo en tan lujoso y prestigioso hotel obedecía esta vez a razones festivas ya que, de hecho, era a tales fines que habitualmente se destinaba ese piso. Siendo él el principal anfitrión y animador de la fiesta, se ocupó de llegar en último lugar como dándole a su llegada el carácter central que merecía. La orquesta, de hecho, dejó de tocar apenas él se hubo hecho presente en el lugar y bastó que la música cesara par que el poderoso líder empresarial se subiera a una tarima que hacía las veces de escenario para hablar desde allí a los presentes, los cuales, por cierto, eran todos hombres.

"Señores – anunció -. Hace apenas semanas tuve el agrado de reunirlos y dirigirme a ustedes para presentarles el lanzamiento mundial de nuestros Erobots. Hoy, a tan poco de aquel glorioso día, tengo el agrado de oficiar como vuestro anfitrión para lo que nos convoca, que es simplemente festejar el éxito arrasador y absoluto de nuestros androides que han revolucionado totalmente el mercado de consumo elevando el precio de nuestras acciones a valores históricos..."

Un aplauso cerrado coronó sus palabras; Sakugawa, siempre fiel a su estilo, se mantuvo sonriente y cortésmente aguardó a que el mismo mermara para continuar con su parlamento.

"Por lo tanto, señores, este día sólo es de... ¡fiesta!"

Como si sus palabras estuviesen dotadas de poderes mágicos, una pared se abrió por detrás de él apenas las hubo pronunciado y recién entonces se percataron los presentes de que, en realidad, lo que habían tomado por un sólido muro no era otra cosa que un gran telón camuflado el cual, al correrse, dejó ver a un grupo de empleados que avanzaba hacia el centro del salón llevando sobre ruedas una inmensa torta que tendría unos dos metros de altura por seis de diámetro. Desde ambos flancos de la misma, se fueron desplegando dos hileras de mozos que, portando bandejas con champagne, se desparramaron por todo el salón ofreciendo a cada accionista una copa con la burbujeante bebida. Desde algún lado resonó un redoble y alguien se acercó a la torta para tomar una enorme cinta que salía desde un gran moño que coronaba la enorme estructura y llevar el extremo hasta alcanzárselo en mano a Sakugawa quien, agradeciendo con un asentimiento de cabeza, lo tomó entre sus dedos. El líder empresarial caminó hacia atrás tirando de la cinta y, al hacerlo, la torta se desarmó por los costados con suma facilidad permitiendo que, una vez que los flancos cayeran derribados, un mar de hermosas muchachas quedara a la vista de la concurrencia, la cual lanzó al unísono una gran exclamación de asombro. Las chicas fueron saliendo del interior de la torta y el sólo verlas era, por cierto, un festín en sí mismo, suficiente como para justificar la presencia de cualquiera en aquel particular evento. Algunas lucían en bañador, otras en ropa interior o con ligueros, otras daban un look más ejecutivo al estar enfundadas en ajustadísimos vestidos y no faltaban, por supuesto, ni las colegialas, ni las mujeres – gato, ni las enfermeras, ni las diablitas o las mujeres policía; todas, sin distinción, sólo rezumaban sensualidad por cada poro y llamaban, con su sola presencia, a la lujuria más feroz. Las había rubias, morochas, castañas, pelirrojas o bien con cabellos teñidos de colores exóticos y extravagantes. Las había más pulposas, más menudas, más esbeltas o más avasallantes, algunas con más cola, otras con senos portentosos o bien dotadas de magníficas y estilizadas piernas, pero lo cierto era que todas juntas en un mismo lugar constituían un cuadro dotado de tanta belleza que atiborraba y aturdía los sentidos, dando a cualquiera que allí estuviese la sensación de hallarse en el mismísimo paraíso.

Máquinas del Placer [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora