Esa tarde, mientras Jack Reed regresaba por la atestada autovía camino de su casa, no cabía en sí mismo de las ganas de llegar debido a la ansiedad que tenía por cargar el VirtualRoom con los nuevos datos y así poder hundirse en su nueva y doble fantasía... Poco antes de salir del trabajo había pasado por el despacho de Carla Karlsten, encontrándose con el patético espectáculo de ver al muchacho nuevo lamiéndole el calzado; el joven, semidesnudo, lucía marcas tanto sobre sus nalgas como sobre su espalda que evidenciaban que la perversa jefa lo había sometido al látigo y la fusta. Miss Karlsten había hecho, sin más, pasar a Jack a su despacho, de lo cual podía inferirse que poco le importaba tomar recaudos o que, incluso, se complacía en mostrarle la condición a que había reducido al nuevo empleado. Por lo pronto, Jack se mostró lo más impertérrito posible, no tanto porque la visión no le turbase sino porque sabía que si demostraba asombro o admiración, sólo contribuía a alimentar el ego de su jefa, cosa que no quería hacer. Con gesto indiferente, dejó sobre el escritorio los informes y el detalle de los contactos realizados para que el acreedor lograse cobrar la deuda. Una vez hecho eso, simplemente dio media vuelta y se marchó...
El vehículo, conducido por su robot, fue dejando atrás la zona más atestada de la ciudad e ingresando en la periferia de Capital City. Pronto, trasponían el portón e ingresaban en la propiedad. Lauren le recibió en el porche y había que decir que estaba tan hermosa como siempre. Un súbito acceso de culpa se apoderó de Jack al ponerse a pensar que estaba dejando de lado el bocado que la vida le había servido en bandeja para arrojarse a una mera fantasía virtual. Sin embargo, tan rápido como llegó, tal pensamiento se fue; le dio un corto beso en los labios a su esposa y se adentró en la casa, obviamente en busca de la habitación blanca. Ella le hizo algunas preguntas y él contestó muy escuetamente y casi por obligación.
"¿Ya vas a encerrarte con esa porquería?" – le espetó ella con acritud, pero sin lograr detenerle.
Unos instantes después, Jack utilizaba un "data driver" para pasar a la memoria del aparato la información almacenada. Mientras lo hacía, fue revisando las configuraciones de las fantasías anteriores y al ir recorriendo en la pequeña pantalla los datos previos, se encontró, como no podía ser de otra manera, con la figura de Theresa Parker una y otra vez. Al verla, escultural y espléndida, sintió que no era justo reemplazarla, pero rápidamente montó sobre la otra mitad de la pantalla la imagen de Elena Kelvin a los efectos de comparar. Miró a una, miró a la otra: por mucho que se devanaba los sesos, era imposible quedarse con una; definitivamente tenían que ser las dos. Así que, en lugar de vaciar la memoria, simplemente se dedicó a instalar los datos nuevos, dejando así la capacidad al límite. Quedaba por construir el escenario de la fantasía: bosque, sierra, lago, selva subtropical, desierto, playa...; sí, playa, eso era...
Temió que en algún momento el artefacto colapsara ante tanto dato pero dio señales en todo momento de tolerar la información, cosa que Jack celebró con un puño en alto. Se ubicó sobre el sillón viajero y se colocó la vincha metálica; una vez que la hubo ajustado a sus sienes, pulsó el botón del apoyabrazos y los grilletes se cerraron sobre sus muñecas y tobillos....
Todo se desvaneció en derredor. La habitación blanca se esfumó... y Jack se encontró caminando sobre una playa de arenas tan blancas que se confundían con la claridad misma de un sol que, desde lo alto del cielo, irradiaba tanto calor que podía sentirse sobre la piel como si fuese real. Jack Reed inspiró profundamente y, en efecto, olió mar... y sal. Con todo lo que dijeran del VirtualRoom, estaba claro que era una de las grandes maravillas generadas por la tecnología. A su derecha y a su izquierda, altas palmeras eran mesadas por la suave y cálida brisa; una gaviota voló por sobre su cabeza y él la siguió con la vista hasta que, súbitamente, se esfumó en el aire como si nunca hubiese estado allí... ¿Una falla de la máquina o del programa? Imposible saberlo; de todas formas, olvidó rápidamente el asunto ya que en ese preciso momento apareció, por detrás de unas dunas, la figura de diosa de la conductora televisiva Theresa Parker, quien le miraba fijamente con ojos ávidos de sexo... La había visto cientos de veces pero, aun así, cada nueva aparición de ella seguía siendo igual de impactante que la primeara... Lo distinto, esta vez, fue, en todo caso, que Jack percibió, a través del rabillo del ojo, que había, claramente, alguien más en la escena; en efecto, y tal como era de prever, al girar más decididamente la vista se encontró con la descomunal Elena Kelvin...
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Máquinas del Placer [+18]
OverigHistoria futurista que combina erotismo y ciencia ficción