12.

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Suspendida en antigravedad, la cuadrilla de cópteros, ahora reducida en uno, seguía formando un semicírculo en torno al Merobot, que se hallaba de pie y exultante sobre la torre de la terraza del edificio Vanderbilt, desprovisto el mismo ahora de mástil y estandarte. No hacía falta escudriñar por detrás de los cristales de los habitáculos para darse cuenta de cuán anonadados y perplejos se hallaban los pilotos tras lo ocurrido; estaba descontado, y el androide también lo sabía, que de un momento a otro recrudecería el ataque, máxime considerando que era uno de sus compañeros quien acababa de perder la vida... La solidaridad vengativa suele ser característica de quienes integran fuerzas del orden...

La inminencia del ataque quedó confirmada cuando uno de los cópteros abrió repentinamente el fuego siendo, obviamente, seguido por los demás. Ahora disparaban sin miramientos contra el robot mismo y no se trataba ya de fuego de amedrentamiento. La lluvia de proyectiles arreció sobre el mismo quien, buscando preservar la integridad de su cerebro positrónico, tendió a poner el antebrazo por delante de su cabeza a los efectos de cubrirla, pues ése sería, obviamente, el principal blanco de ataque buscado por los pilotos de los cópteros. Sus circuitos, una vez más, chisporrotearon e incluso varias "heridas" fueron salpicando su piel en varios puntos; aun así y contra todas las adversidades, el robot seguía funcionando aunque desde hacía rato inestable y desequilibrado. Los cañones centrales de los cópteros comenzaron a moverse y el androide supo de inmediato que el siguiente paso sería arrojarle proyectiles calóricos contra los cuales verdaderamente nada podría hacer por más que se cubriese su cabeza con el antebrazo: que uno solo de ellos lograra penetrar en cualquier zona de su cuerpo sería suficiente como para socarrarle por dentro y dejar definitivamente frito su cerebro positrónico.

Un zumbido se hizo oír por encima de su cabeza y el Merobot, al levantar la vista, notó que el mismo provenía del parque de diversiones volante, el cual, al parecer, estaba poniendo en marcha sus motores de desplazamiento a los efectos de alejarse del lugar: o habían sido puestos en advertencia por el personal policial o bien, simplemente por su cuenta, los pilotos del parque habían juzgado que lo mejor era alejarse de allí ante la intensidad y crudeza que estaba tomando el combate. Por lo pronto, Dick interpretó de inmediato que, si tenía una chance de escapar a su irrremisible final, la misma se hallaba en el parque y, de hecho, se esfumaría si se limitaba ver cómo se alejaba. Siempre de pie sobre el lugar que antes ocupara el mástil, flexionó sus poderosas y atléticas piernas a los efectos de darse impulso a sí mismo y, así, ante la mirada azorada de los pilotos de la policía que le acechaban, saltó hacia lo alto casi como si alguien le hubiese disparado cual un proyectil. Era un salto de unos doce metros pero todo estaba matemática y físicamente calculado; de hecho, el robot, aunque con lo justo, alcanzó a asirse a una de las tuberías inferiores de la estructura del parque...

La lluvia de metralla arreció nuevamente sobre él pero cesó casi al instante. Estaba bastante obvio que los pilotos habían recibido orden de suspenderla de inmediato puesto que, en caso de dañar los generadores o los suspensores del parque volante, éste se precipitaría a tierra generando un desastre de tales dimensiones que causaba espanto el sólo pensarlo... El robot supo que ése era su momento, así que, por momentos reptando y por momentos usando una locomoción braquiática que parecía propia de un chimpancé, fue entreverándose entre las tuberías y cables hasta lograr desaparecer del campo de disparo y, de ese modo, se logró desplazar por debajo de la base circular del parque hasta llegar al extremo diametralmente opuesto para luego trepar hacia la parte superior por el borde contrario a la posición de los cópteros.

Su jugada, sin embargo, fue intuida por la policía aérea, pues mientras pendía de un solo brazo hacia la nada y en el momento en que se disponía a trepar hacia el parque propiamente dicho, un cóptero que venía girando en torno a la estructura apareció ante él y, por lo que se veía, su piloto tenía la más que clara intención de abrir fuego. Columpiándose hacia arriba, el androide saltó y cayó en el propio predio del parque, justo sobre el borde del mismo; buscando con prontitud alguna vía de escape alzó la vista y se encontró con el desfilar de las sillas voladoras que trazaban alocados círculos en torno al perímetro del parque volante mientras los jóvenes que las ocupaban no paraban de proferir histéricos aullidos al ver y sentir cómo sus cuerpos parecían verse impulsados hacia el abismo. Dick flexionó sus piernas nuevamente, dispuesto a saltar: ya lo había hecho una vez y bien podía hacerlo otra vez dado que incluso la altura a cubrir con el salto era esta vez menor. El asunto, claro, era calcular con precisión matemática el momento de intercepción con alguna de las sillas colgantes que giraban a altísima velocidad, ya que de no lograr asirse a ninguna, su salto sólo seguiría destino hacia una caída de mil ochocientos metros... Permaneció por un instante mirando pasar a las sillas mientras en su cerebro positrónico iban discurriendo los cálculos matemáticos y físicos a toda velocidad. Una vez que se encontró con un resultado certero, se impulsó nuevamente y su cuerpo, lanzado hacia lo alto, alcanzó una de las sillas voladoras en el exacto momento en que pasaba y se aferró al respaldo de la misma con una sola mano para terror de la pareja de jovencitos que viajaba sobre la silla, ya que ésta se ladeó un poco y se desestabilizó ante el peso y el impacto del robot. Como si no fuera poco para los jóvenes el alocado vértigo del propio divertimento, sus rostros adoptaron un rictus de espanto cuando, al girar sus cabezas, descubrieron como tercer pasajero a un hombre desnudo que colgaba del respaldo de su silla.

Máquinas del Placer [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora