11.

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Jack Reed corrió hacia el roto ventanal y detrás de él lo hicieron tanto Luke Nolan como las personas de seguridad que se hallaban en el lugar; el dramatismo y la urgencia de la situación eran tales que ambos vecinos parecían haber olvidado la trifulca en que estaban envueltos instantes antes. El rostro de Jack estaba desencajado por el horror; venciendo todo vértigo se acercó hacia la inmensa abertura que había quedado tras la rotura del cristal y desde allí se asomó a la nada casi como si no le importase hallarse en el piso quinientos veinte. El frío viento de las alturas le azotó la cara y su camisa se infló y flameó camisa como la vela de un barco. Inclinándose hacia el abismo, debió entornar los ojos en parte por la ventolera y en parte por los destellos que producía el sol al reflejarse contra los cristales del resto de los edificios de Capital City. Al principio no logró ver nada, ni aun haciéndose visera con el antebrazo; no era, por otra parte, que tuviera grandes esperanzas de ver demasiado ya que si el androide había saltado llevando a Carla, era de pensar que ambos estarían ya varios pisos abajo y en caída libre hacia un destino que se vislumbraba tan irreversible como trágico. Sin embargo, en la medida en que sus ojos se fueron acostumbrando al viento y a la luminosidad, descubrió, para su sorpresa, que el robot se hallaba aferrado con una mano a un saliente dos pisos más abajo y que, para su alivio, aún seguía con ella al hombro. Ella, como no podía ser de otra forma, era presa de un ataque de pánico y no paraba de gritar; de hecho, habían sido justamente sus gritos los que habían llevado a Jack a mirar hacia ese lugar. En cuanto al robot, como tampoco podía ser de otra forma, lucía seguro e imperturbable, aunque de tanto en tanto daba la impresión de hablarle a ella como si tratase de calmarla.

"¡Allí están! – exclamó Jack, excitado por su hallazgo -. ¡Allí abajo!"

Se arrepintió de haberle dado tanta urgencia al aviso al advertir que los efectivos de seguridad que se acercaron al borde, apuntaron sus armas en dirección al androide, lo cual, dada la posición del mismo y de Miss Karlsten, era virtualmente lo mismo que apuntarles a ambos.

"¡No disparen! – rugió Jack, anticipándose a una eventual locura -. ¡Podrían matarla a ella!"

Si el efecto de sus palabras les hizo desistir del intento o si en el plan de los hombres no estaba el disparar, fue algo que Jack no supo, pero lo cierto fue que no lo hicieron. El robot, como si fuera un trapecista en un columpio o, más bien, un simio colgando de una rama, se comenzó a balancear lateralmente sin que ni Jack ni nadie pudiesen adivinar cuál era su real intención. De pronto, en un momento en el cual su movimiento pendular pareció alcanzar su máximo alcance, se soltó del saliente y Jack, con horror, vio cómo se impulsaba e iba a parar a otro saliente que se hallaba a unos cuatro metros del anterior; al verle, no pudo reprimir un involuntario grito de espanto al no saber si el androide llegaría verdaderamente a su destino. Pero, claro, era un robot, después de todo: algo alocado y desbocado en esos momentos, pero robot al fin; cabía esperar que tuviera todo calculado matemáticamente y, en efecto, ello quedó comprobado al momento de aferrarse, otra vez con una mano, al nuevo saliente y quedar pendiendo de allí siempre con Carla echada al hombro, la cual no paraba de gritar horrorizada y, más aun cuando, teniendo su cabeza sobre la espalda del androide, tenía todo el tiempo ante sus ojos el terrorífico vacío. Jack se preguntó si ella podría soportar tantas emociones pero en verdad era su propio corazón el que comenzaba a sonar acelerado como si estuviese encendiendo alguna luz de alarma; aun así y ante una escena tan demencial como la que sus ojos estaban presenciando, no había forma de calmarse ni aun cuando quisiesen hacerlo.

Pronto Jack pudo darse cuenta de con qué intención el robot había saltado al segundo saliente: a escasa distancia del mismo corría un tubo externo de ventilación y, en efecto, sus pensamientos quedaron confirmados al ver cómo, haciendo una vez más gala de una agilidad simiesca, el androide comenzaba a trepar por el mismo valiéndose tan sólo de una mano y de sus pie sin soltar ni por un segundo a la aterrorizada Carla. En determinado momento su escalada lo ubicó a la misma altura del ventanal que había sido destruido por el propio Merobot, aunque a unos tres metros de distancia del mismo. Fue como si Jack hubiera intuido algo o bien hubiera leído el pensamiento de los efectivos de seguridad ya que al volver la atención hacia éstos, descubrió que no sólo seguían encañonando con sus armas al robot sino que ahora además parecían estar alistándose a disparar, ya que, al tenerlo de costado, el ángulo del disparo era ideal para asestarle al androide sin hacer daño a Miss Karlsten. A Jack se le heló la sangre; en primer lugar, un robot no es un ser humano: un par de disparos bien dados en la cabeza seguramente dejen a una persona sin signo vital alguno pero tratándose, como en este caso de un androide, ¿qué garantías podía haber de que el cerebro positrónico quedara totalmente inutilizado? Bien podía ocurrir que una parte del mismo fuera dañado y otra no, en cuyo caso el dispararle a la cabeza sólo podía servir para volverlo loco..., más loco de lo que, al parecer, ya estaba. En segundo lugar, y más escalofriante aun: si con los disparos lograba dejar fuera de acción al robot, ¿qué podía asegurar que el mismo se quedaría allí, en donde estaba? ¿Y si caía al vacío, llevando con él a Miss Karlsten?

Máquinas del Placer [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora