XXXIV Celos

403 48 14
                                    

—No tienes que preocuparte por mí, papi. El médico dijo que es temporal, pronto estaré como nueva.

Doris le contó a papá sobre mi accidente y ha estado a punto de tomar un avión para regresar a casa. No quiero que mis estupideces interrumpan su viaje de negocios.

—Aun así, creo que debería estar allí contigo —su voz se oye cargada de emoción. Creo que un abrazo suyo me haría muy bien en este momento.

—Estoy bien, de verdad. Doris está cuidando de mí, además también está Libi. No quiero que te preocupes, lo mismo le dije a madre.

—Eres mi hija, no me pidas que no me preocupe. Haré que Bennett te contrate un chofer, ya que me traje a Lucius conmigo, así podrá llevarte a tus terapias.

Bennett es el abogado de la familia y la mano derecha de papá en los negocios.

—No es necesario, papi. Hisoka se ofreció a ser mi esclavo, digo mi chofer mientras me recupero.

—No sé si sentirme mejor o peor al oír eso.

Aquello me hace reír. Papá es un genio y un muy buen juez de carácter, ya le sacó la foto a mi bomboncito.

—Estaré bien, confía en mí y dale un abrazo a madre de mi parte cuando la veas. Te amo papi.

Corto antes de que siga insistiendo justo cuando siento a Hisoka acercarse.

—¿Así que me ofrecí? —pregunta sonriente.

Luce radiante, su piel y cabello se ven perfectos y la camisa que lleva parece haber sido hecha a la medida, amoldándose a su trabajado cuerpo como una segunda piel. Trago saliva, sintiéndome como un espantapájaros.

—Fue tu culpa que me cayera, no tienes opción —es lo mínimo que puede hacer—. Ayer nos dormimos a la misma hora ¿Por qué no tienes ojeras y yo sí?

—No lo sé. Tal vez Dios me ama más que a ti —se encoge de hombros.

Mientras dejamos la mansión camino a la clínica pienso que probablemente tiene razón.

~🍓~

—Aahh... Aahh... ¡Espera, me duele!

—Eso significa que vamos por buen camino —asegura Daniel, el terapeuta, que resultó ser alguna especie de sádico. Probablemente disfruta de electrocutar a sus pacientes y meterlos en estas máquinas extrañas.

—Explícame cómo puede ser bueno que me duela —cretino.

—Significa que estás recuperando la sensibilidad. No me malentiendas, no quiero torturarte ni nada por el estilo.

Intento sonreírle.

—Ahora voy a atarte a este asiento.

Lo hace a propósito. Esa sonrisita traviesa cuando ajusta las correas no me engaña, me está coqueteando.

Enciende la máquina y mis piernas comienzan a moverse suavemente, sin que yo haga nada. Daniel me observa complacido y se pierde por un pasillo.

Una melodía tranquila inunda el lugar. No soy la única aquí. Hay una mujer que se ejercita sobre una camilla y un hombre sentado sobre una pelota de goma. Cada vez que levanta una de sus piernas, se tambalea, haciendo una mueca de desagrado.

Lo observo con detenimiento. No soy buena estando quieta y me aburro rápidamente. La música de museo tampoco ayuda, ya estoy por quedarme dormida.

Como si fuera un regalo del cielo, el hombre termina por perder el equilibrio y resbala de la pelota, cayendo aparatosamente y arrancándome una risa que intento disimular tosiendo.

Derritiendo bombones [Hisoka Morow]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora