•43• [La mirada de mi espejo]

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Creo que tenía unos catorce años cuando me comencé a dar cuenta de lo que sucedía, no sabría decir si antes de eso seguía con la venda puesta o si simplemente me negaba a quitármela. Pero te pido que no me culpes por ello, te aseguro que si hubieses estado en mi lugar, habrías hecho exactamente lo mismo que yo.

Fui el primero en darse cuenta de la grieta en tu pecera, pero nunca te dije nada. Siempre me limité a simplemente verte caminar por los pasillos del instituto, caminando tan lentamente que realmente parecía que no te importaban las clases. Aún cuando el pasillo se vaciaba al sonar de la campana y todo el buruyo de estudiantes corría hacia sus salones, como ratas escapando de la luz, escurriendo los pasillos hasta dejar solo a un par de despistados buscando su salón, o a un bicho raro como tú. Era solo entonces cuando te notabas, caminando tan lento que a veces llegaba a confundir tu piel pálida y tu cabello negro con los mosaicos del pasillo, igual de blancos y oscuros. Porque así eras tú, oscuro; con esa gran pecera esférica por encima de tu uniforme, con esa mirada monótona que apenas se lograba ver a través del agua y esa aura de no querer estar en ese lugar.

Al caminar a veces me mirabas y yo intentaba sonreírte, siempre desde las vitrinas de diplomas o desde el vidrio de los cuadros colgados en los pasillos de la escuela, como un intento de que el lugar no se viera tan lúgubre. Pero nunca pudiste responder mi sonrisa, no se si no podías o no querías, pero no te culpo por ello. Probablemente yo habría hecho lo mismo que tú, voltear la cara y dejar que los pecesitos que habitaban la pecera cubrieran tus ojos, no querías verme. Estabas enojado conmigo.

Tal vez tenía que ver con que siempre veía como te molestaban, y era muy seguido. Las grietas no hacia más que multiplicarse y yo nunca hice nada, golpe tras golpe y grieta tras grieta. Nunca me levanté a defenderte de ellos, tampoco entendí porqué en ese momento, sólo los dejaba; disculpándome contigo en silencio y volteando hacia otro lado, tratando de aparentar que nada te pasaba.

Parecía entonces que con cada golpe el agua se hacía más turbia, pues aunque de manera optimista siempre llegabas al día siguiente con una vendita en la grieta, cada vez eran menos visibles tus ojos y tú mirada se iba alejando más y más de la mía, pero no voy a culparte por ello. Yo habría hecho lo mismo si hubiese estado en tu lugar.

No fue hasta después de un gran golpe en la cabeza que volviste a darme la mirada. La grieta era inestable y ya no pudiste más con ella, pusiste a los pecesitos en un jarrón de vidrio y rompiste tu mismo la pecera. "Crack" fue el sonido que votó en toda tu habitación, tomaste una toalla gris y secaste tu cabello con cuidado, hacia bastante tiempo que no veía tu cabello seco y tus ojos veían sin agua por enfrente. Te pusiste tus lentes redondos y grandes, a mi parecer te hacían ver algo infantil, pero eso era bonito acompañando de tus pecas.
Dudaste un poco, pero con mucha razón. Meditaste un poco antes de alzar la mirada, te acercaste al espejo y me dijiste por fin:

—Estoy de vuelta, y estoy aquí para tí—

Noah Lemon.

Pequeños relatos de una mente perturbadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora