I
Patricia miró a través del vidrio empañado de su ventana. Distinguió sólo luces y alguno que otro borrón avanzando rápido para cruzar la calle.
Vació el cenicero en la basura y encendió otro cigarro. La ventana abierta era pura costumbre, no estaba su gemela para regañarla.
Miró el reloj de la cocina, tal vez ya había llegado a Veracruz.
La tetera comenzó a sonar y Patricia apagó la lumbre. Colocó su taza sobre la barra y, mientras sacaba una cucharita, estiró la mano izquierda hacia la tetera, la cual retiró de inmediato al sentir el acero caliente.
Por un segundo se dedicó a revisar la quemadura de sus dedos, luego el ardor la obligó a meterlos debajo del chorro de agua. Cerró la llave para contestar el teléfono.
—¡Pat! —gritó con emoción su hermana—. Esto es el paraíso.
—Hola, nena —saludó chupándose los dedos.
—¿Qué tienes?
—Me quemé.
—Por tonta, seguramente —rió burlona.
—Ay, Di. En lugar de que te preocupes. Ya, dime como está Veracruz.
—Genial. La casa es enorme. Has de cuenta una de esas mansiones embrujadas. Un laberinto de pasillos y habitaciones. Tiene una hermosa vista a la playa.
—¿Tiene vista a la playa?
—Y lo mejor de todo es que me dijeron que puedo pasear por donde quiera.
—Pues está bien, vas a estar sola.
—Bueno, eso es lo que no me gusta. La casa sí que da miedo.
—Ay, no empieces.
—No, sí. Es bien raro este lugar. Para llegar a esta playa es necesario ir en coche. Tengo víveres para un mes así que no necesito salir a comprar, pero... no me gusta.
—Nena, tienes playa para ti solita.
—Sip. Y, ¿sabes qué? Ya la estoy disfrutando.
—Ay, maldita, te odio. ¿Y la niña a la que ibas a cuidar?
—Está en su habitación, dormida. Ya le revisé sus signos vitales. Sigue estable.
—Sigue en coma —precisó Pat.
—No es eso... bueno, sí. Creo que esta niña ya no va a despertar.
—¿Y todavía no sabes qué le pasó?
—No. Dicen que es por una enfermedad, que luego se puso muy mal y ya no despertó.
—Pero está bien.