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Cuando ella se despertó su habitación continuaba igual; las cortinas de color lila con blanco, la sábana azul de su cama. Aún continuaba en el suelo la almohada que se cayó, su anaquel todavía estaba lleno de libros polvorientos, su espejo de cuerpo completo seguía reflejando la habitación entera.
Pero ella ya no era la misma.
La alarma no anunció esta vez la hora de despertarse.
Alma levantó la cara para mirar, con ojos entrecerrados, somnolienta, su despertador. No lo descubrió a la primera, lo vio después de algunos segundos.
Se talló los ojos como si se tratara de una alucinación. Agarró el aparato y observó mejor los números rojos.
33:33
No era un error. Así decidí hacerlo. Ella despertaría como siempre, a la misma hora, pero el reloj ya no avisaría la hora actual. Al menos no para ella.
Como ya me lo esperaba ella desenchufó su reloj, solo para darse cuenta de que los números estaban igual, y seguía parpadeando de acuerdo a los segundos.
A Alma no le gustaban los smart phones, prefería un teléfono austero a pesar de tener el dinero para comprarse lo que estaba de moda. Ella marcó un número para comunicarse con una grabadora, esta le podía dar la hora exacta. Pero Alma solo podía escuchar su hora.
—Son las... Treinta y tres, treinta y dos...
Alma colgó de golpe.
Pude escuchar su corazón y olfatear el delicioso olor de su sangre agolpándose en su pecho.
Tuve que cerrar los ojos para permitirme inhalar todo ese intenso perfume.
Ella se levantó para ir por su bolso que había botado, la noche anterior, en el sofá frente al televisor. Metió la mano y sacó un reloj de pulsera.
33:31
El reloj del comedor también le dio la hora.
33:30
Y lo hizo igual el del horno de microondas.
Para ese momento ya se había dado cuenta de que se trataba de un conteo regresivo, pero no sabía de qué tipo ni qué anunciaba.
Alma no tenía forma de saber qué hora podían ver los demás, de modo que se sentó en el sofá para pensar. A veces hacía eso cuando estaba demasiado preocupada. La noche que decidió abortar se sentó en el mismo lugar y pensó por horas.
Escuché sus tormentos, incluso llegó a creer que estaba en un sueño. Y era muy lógico, una situación como esa, aunque sencilla, podía desquiciar a cualquier humano.
Alma decidió llamar a una compañera de trabajo.
—¿Alma, qué sucede, se me olvidó entregarte algún reporte? —le preguntó aquella mujer, sonaba preocupada. De fondo alcancé a escuchar el llanto de un niño.