3- Intriga

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Al poco rato, cuando Emilio se subía al coche de Renato pudo ver a lo lejos, en el jardín, bajo uno de los frondosos árboles dentro de la propiedad, la menuda figura del cuerpo de Joaquín, de pie, mirándole. O tal vez mirando a la nada.

¿Qué le pasaba a ese chico? En el camino a uno de los lugares que su amigo quería mostrarle Emilio se dedicó a ver hacia el camino y el paisaje con la cabeza llena de Joaquín. Ese chico le había atrapado desde el principio, pero ahora le intrigaba, tal vez más de lo que debería.

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Era entrada la noche cuando llegaron, Emilio y Renato se desearon buenas noches en el pasillo y el menor entró a su cuarto. El silencio invadió el lugar, iluminado por una sola lámpara de pared. Al final del pasillo estaba una habitación oscura con la puerta abierta, Emilio se acercó con cautela con la intención de cerrarla pero al llegar se dio cuenta de que no había una puerta, entre la oscuridad de la habitación se notaba un escritorio y más adentro una cama con una delgada figura sobre ella. Emilio se quedó un rato decisfrándose a sí mismo, viendo el menudo cuerpo de Joaquín hecho ovillo sobre una cama que se le antojaba enorme para el pequeño cuerpo del chico, y se alejó en silencio, y entro a su habitación asignada, cerrando la puerta lentamente, el sí tenía puerta, ¿Porqué Joaquín no?

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Joaquín despertó con unas manos acariciando suavemente su cabello, se exaltó un poco al sentir el contacto pero se relajo al abrir los ojos y ver a su nana sentada en su cama regalándole una calma sonrisa, dejo salir un pequeño suspiro combinado con bostezo.

—¿Quieres venir a desayunar?– le preguntó Martha ayudándole a incorporarse en la cama, Joaquín miro su reloj despertador, eran las 9:42 am, y asintió, su nana sonrió. —¿Te preparo tu licuado o quieres algo más?–

—Fruta nana, gracias– susurró el chico, apoyándose en ella una última vez para levantarse, Martha salió de su habitación y él se dirigió al baño, sintiendo en sus pies desnudos la frialdad del suelo, cerró la cortina que fungía como su puerta y se quitó con calma la playera que hacía de su pijama, que ahora quedaba más como una bata, de reojo se miró al espejo de cuerpo completo que tenía en la habitación, ya no le gustaba verse. Se metió a la regadera con el recuerdo de alguna vez haber pasado horas y horas frente a ese mismo espejo probándose ropa. No le gustaba recordar eso. No le gustaba recordar nada. El agua se sentía fría en su delgada y pálida piel, pero él sabía que era uno más de los juegos de su mente, pues había hecho correr el agua caliente, y el vapor inundaba el cuarto. Su mente jugaba con el todo el tiempo, y le era exhaustivo tener que reprimir sus propios pensamientos, pero sabía que tenía que hacerlo. Era lo que había dicho el doctor ¿no? Logica sobre emoción, para poder olvidar, Joaquín, tienes que aprender a dejar ir– Y lo intentaba pero era meramente imposible.

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Joaquín bajo a la sala a paso lento, cuando salió al jardín vio a Renato y su amigo sentados en la mesa del jardín desayunando con las caras hinchadas y devorando chilaquiles, su hermano le miró y le sonrió, Joaco dejo salir un suspiro e intento sonreír de vuelta, pero su intento resultó más en una mueca que en una sonrisa. Se quedó parado sin querer sentarse junto a ellos. Martha se acercó a él.

—¿Comes aquí o adentro?– le preguntó quedito, los otros chicos no escucharon.

—Allá– respondió el chico, apuntando con uno de sus delgados dedos a las sillas playeras que tenían frente a la piscina, algo lejos de la mesa del jardín. Martha entro a la cocina mientras Joaquín caminaba despacio a su destino y salió con la bandeja del desayuno en manos, siguiéndole, le ayudo a instalarse y Joaquín se sentó con las piernas cruzadas en flor de loto y recibió la comida con pesadez, comenzando a comer de forma lenta y calmada. Martha dejo un beso en su coronilla y le dejó solo.

—¿Qué fue eso nana?– soltó Renato cuando Martha paso al lado de la mesa, por detrás de él, la mujer se detuvo y le miró. Renato tenía el rostro confundido y Martha pudo ver un ápice de dolor en su mirada.

—A tu hermano no le gusta que le vean comer, hijo– le dijo su nana, dejándole también un beso en el mismo lugar de la cabeza, revolviendo un poco su cabello y entrando a la cocina, Renato soltó un bufido y miró a Emilio, que miraba a su hermano.

—¿Desde cuándo?– soltó el menor, engullendo de nuevo su desayuno con más coraje que hambre.

Emilio no le escuchó, se dedicó a tomar su café mientras miraba a Joaquín comer con la mirada puesta en el agua cristalina de la alberca. El chico se tensó en su lugar y dejó de masticar, volteó a verle, Emilio retiro su mirada de él nervioso pero Joaquín alcanzo a notar que le miraba, y a notar que la mirada del chico de rizos se sentía pesada sobre su cuerpo. El mayor sintió su rostro sonrojarse. Se decidió a sonreírle pero cuando le volvió a mirar Joaquín ya tenía la mirada perdida en el agua otra vez.

Letargo. (Emiliaco)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora