19- El sueño alimenta cuando no se tiene qué comer

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—Déjame verte– le susurró al oído, él sonrió y se alejó varios pasos hacia atrás, sintió frió en las zonas de su cintura expuesta donde esas manos cálidas se habían posado con anterioridad, le gustaba la forma en la que le veía, se acomodó en sus pies y posó para él, sonriendo, le gustaba la forma en la que sus ojos cafés comenzaban a brillar cuando miraba su piel desnuda, amaba la forma en la que su mirada le acariciaba el cuerpo —no puedo creer que seas tan hermoso– le dijo, sonriéndole, él sintió sus mejillas sonrojarse cuando vio el bulto entre sus piernas, le gustaba que le viera, y también le gustaba como reaccionaba su cuerpo cuando lo hacía, caminó hacia él y envolvió sus brazos en su cuello, usando una mano para acariciar los rizos de su nuca mientras su cintura le daba la bienvenida de vuelta a sus manos cálidas se acercó a su boca para besarlo pero él alejó su cara con una sonrisa —dime qué quieres que te haga– murmuró enarcando las cejas con expresión juguetona y lasciva.

—Hazme el amor, si no es mucho pedir–

Sus ojos se abrieron lentamente, su cabeza se sentía ligera y su cuerpo estaba extrañamente relajado, frunció el ceño y se burló de sí mismo con vergüenza recordando el sueño que había tenido, eso jamás había sucedido, ese era diferente a los últimos que había tenido, recordó la sensación que sintió dentro del sueño y sintió sus mejillas calentarse, estaba actuando como un puberto enamorado.

No podía negar que el sueño le había gustado, pero también le hizo pensar en que, fuese lo que era que tenía con Emilio, algún día iban a desear algún tipo de contacto físico, y no estaba seguro de estar listo para dar ese paso.

Se levantó, intentando borrar de su mente todos esos pensamientos que no le dejaban sensaciones bonitas, se quedó con esa única buena con la que había despertado e inició su día, tratando de planear y acomodar en su cabeza mientras se duchaba todas las cosas que le quería decir a Mara ese día, pues era día de que su psicóloga acudiera a su casa y hablara con él y por primera vez se sentía entusiasmado de ser analizado.

La mañana se pasó de forma rápida entre bromas de Emilio y Renato, una plática con Martha que sonó más a regaño sobre sus nuevos hábitos alimenticios, dos capítulos de un nuevo libro que había comenzado a leer, una llamada con su madre y varios abrazos apretados con unos cuantos cientos de besos en toda la cara junto a Emilio en el jardín.

—Mi niño, tu doctora ya llegó– le avisó Martha saliendo al jardín donde Joaquín, Renato y Emilio estaban sentados al rededor de la mesa jugando una cardíaca partida de UNO, Renato bufó, Emilio se rió de él y Joaquín les sonrió mientras bajaba sus cartas. —¿la paso para acá o platican en la sala?– preguntó la mujer.

—En la sala nana, que estos dos se maten entre ellos– contestó Joaquín, señalando a los chicos con la cabeza, poniéndose de pie, regalándole un guiño a Emilio, que le sonrió.

—Mándale saludos a Mara de parte de Renato– dijo Emilio, Joaquín rió y Renato giró los ojos.

—Que pendejo eres, Mailo– le contestó, alcanzando las cartas que Joaquín había dejado en la mesa —que bueno que te vas, nos ibas a ganar– dijo riendo, Joaquín le sacó la lengua y entró a la casa por la puerta del ventanal.

Mara le estaba esperando sentada en uno de los sofás, había dejado su bolso en la mesa de centro y Martha le llevaba un vaso de agua de limón, la chica le agradeció y su nana entró a la cocina cuando él se sentó frente a Mara.

Letargo. (Emiliaco)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora