18- Una llamada inesperada, resulta adecuada

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Era mediodía, era un día caluroso, incluso más de lo normal para la ciudad de México, Joaquín estaba tirado boca abajo en el césped del jardín leyendo un libro, vestía una playera de manga corta de tela un tanto delgada, que era levantada en ratos por las corrientes de aire que pasaban por el lugar. Iba a la mitad de su libro y se encontraba imperturbable, pasaba las hojas con rapidez, comiéndose el libro, hasta que dos voces le distrajeron.

Su hermano y Emilio caminaban hacia la alberca, los dos vestidos con trajes de baño de igual modelo y diferente color y toallas colgadas al hombro, su relación con Renato había vuelto a la normalidad casi del todo, ninguno de los dos hablaba de lo sucedido pero estaban conscientes que aún había cosas que debían trabajar y otras que debían dejarle al tiempo sanar.

Renato se sentó en uno de los camastros y Emilio se quedó de pie, dándole la espalda, mirando hacia el agua cristalina de la piscina, Joaquín no se encontraba lejos de ellos, tal vez les separaban cuatro o cinco metros de césped, pero se sentía ajeno a la situación, mirando a Emilio y los movimientos de su cuerpo mientras el chico se estiraba.

Los dos amigos murmuraban cosas que Joaquín no podía ni quería escuchar, se encontraba demasiado ocupado mirando el cuerpo de Emilio moverse, miraba los rizos despeinados que se movían libres con el aire, los hombros cubiertos con la playera sin mangas que portaba, los brazos anchos que se flexionaban mientras los movía de arriba a abajo, miraba la línea de sus omóplatos que se marcaba en la tela de la playera, la curvatura marcada en la parte baja de su traje de baño.

Joaquín sintió sus mejillas calientes cuando el rizado se quitó la playera y dio media vuelta para dejarla sobre el otro camastro desocupado, dejando al descubierto su cintura, su abdomen marcado, sus pectorales trabajados y sus hombros anchos, Joaquín se removió en su lugar, Emilio reparó en el chico sonrió y levantó una mano para saludarle, Joaquín le respondió el gesto con una mano nerviosa mientras su mirada se desviaba al musculoso brazo levantado, el rizado no notó la mirada de Joaquín pero sí su nerviosismo, y decidió acercarse. Acción que a Joaquín lo puso más nervioso.

Mientras se incorporaba para sentarse en el suelo, Joaquín se puso a pensar porqué el cuerpo de Emilio le provocaba tantos nervios, pero así como su cabeza formuló la pregunta, formuló la respuesta, porque le gustaba, el cuerpo de Emilio le gustaba muchísimo, igual que él. 

Habían pasado dos días desde lo ocurrido en la habitación de Emilio, dos días desde que su hermano, más consciente que inconscientemente les había actuado de cupido, pero ni Joaquín ni Emilio habían hablado de ello, sólo sabían que se amaban, y en ese momento les fue suficiente.

Emilio se sentó junto a Joaquín, el chico no lo miró, en cambio, jugó con los bordes de su libro cerrado a media lectura.

—Hola tu– le dijo, Joaquín sonrió.

—Hola– respondió Joaquín, aún sin mirarle, Emilio frunció el ceño y levantó su mano, la llevó hasta la barbilla de Joaquín y con cautela giró su cara hasta que el chico le miró.

—¿Estás bien?– preguntó, Joaquín vio su rostro preocupado y aún con su barbilla en la mano de Emilio asintió, Emilio pasó su mano a la mejilla de Joaquín y le volvió a sonreír, dejando una caricia suave con el dedo pulgar y bajando la mano. —¿quieres nadar un rato con nosotros?– le murmuró, con la misma cautela con la que había tomado su rostro con su firme tacto, Joaquín le sonrió y negó con la cabeza. —bueno– susurró. 


Emilio se quedó varios segundos en el mismo lugar, mirándole, aguantándose el impulso de darle un beso en los labios recién humedecidos. Se levantó y caminó de nuevo a la piscina, donde Renato ya nadaba y le esperaba con una pelota flotando a su al rededor.

Letargo. (Emiliaco)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora