25- Despertar nunca había sido tan difícil

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quince años después

 —Hi, mister Bondoni, what can I getcha'? the usual?– el chico que atendía la registradora le miró, sonriente, Joaquín se acomodó el botón de su saco blanco después de sacar del bolsillo interior su billetera y asintió.

—Yeah, Joe, please, no mayo– contestó, el chico asintió sonriendo, le cobró y se alejó del mostrador para preparar su pedido, Joaquín relajó los hombros y se permitió respirar profundo, era la primera vez en meses que no enviaba a alguno de sus asistentes a comprar su comida, pero ese día en específico el ambiente en la oficina era horrendamente pesado, así que decidió dar por pausada la junta en la que había estado atrapado durante más de tres horas tratando de elegir junto con su equipo entre cinco distintas fotografías para la portada del siguiente mes de la revista de moda del que era editor para que todos fueran a comer y a desestrezarse y salió de la oficina sin premura para tomar aire fresco y comprar su almuerzo.

Mientras esperaba se sentó en una de las pequeñas mesas junto al mostrador y sintió su teléfono vibrar dentro de su pantalón, lo ignoró, porque podía hacerlo, y miró por una de las ventanas del local hacia la concurrida calle.

Boston podía ser una ciudad ruidosa si se lo proponía, soltó una sonrisa cuando recordó la fecha, faltaba una semana para que él y Emilio cumplieran quince años de vivir en esa ciudad.

Se dejó recordar todo lo que habían pasado en las calles de aquella ciudad que sin mucho pensarlo se había convertido en su hogar, habían luchado contra muchos prejuicios juntos, contra sus propios miedos, contra la gente que pudo no llegar a confiar en ellos, habían formado un hogar, habían extendido sus horizontes tomados de la mano, consiguieron trabajos horribles con mala paga para poder llegar a fin de mes y poder pagar las cuentas, habían perdido oportunidades y ganado algunas otras, habían crecido juntos, se amaron, se pelearon, se reconciliaron, se amaron otra vez, llegaron a caerse mal y a durar extensas horas sin hablarse, pero al final de los días siempre durmieron abrazados, recordando que nadie más les amaba de la forma en la que ellos lo hacían, recordando que nadie más les miraba como ellos se miraban, y a pesar de que pasaron quince años, esos ojos que le veían eran los mismos de siempre, nunca cambiaron, siempre le vieron igual.

Recordó lo que fueron, lo que eran y lo que querían ser, cumplieron muchos deseos juntos, Joaquín apoyó a Emilio la primera vez que se quedó desempleado, la primera vez que le ascendieron de puesto, cuando su padre murió, festejó junto a él todos sus triunfos y lloró con él todas sus pérdidas, Emilio le apoyo y estuvo para él, como siempre lo había estado, cuando quiso estudiar una maestría, cuando consiguió su trabajo soñado, cuando publicó su primer libro, cuando murió su nana, cuando su madre volvió a casarse, se convirtieron en el soporte del otro, en el escudo, en la fortaleza y en la debilidad.

Después de quince años Joaquín no pudo recordar un día en el que no amara a Emilio, en el que no viera su cabello rizado, ahora adornado con canas que lo hacían ver más sexy a sus ojos y no sintiera la necesidad de pasar sus dedos por los rizos para desenredarlos, en el que no viera sus ojos achocolatados y su cuerpo no temblara, en el que no besara sus labios y no le supieran al manjar más delicioso de la tierra, en el que sus manos no le tocaran y no sintiera su piel quemar, en el que su cuerpo no rozara contra el suyo y no sintiera el propio llenarse en deseo, en el que no sintiera nervios cada vez que llegaba a casa y Emilio estaba ahí para recibirle o viceversa. Joaquín se sentía tan afortunado por tener el privilegio de despertar todos los días y que el rostro de Emilio fuese lo primero que vieran sus ojos, y sus manos fuesen lo primero que sintiera su cuerpo, y sus besos fuesen lo primero que probaran sus labios.

A su mente vino el día en el que Emilio le despertó con besos en todo el cuerpo y con voz adormilada de pidió en un susurro que se casara con él, el día en el que los rayos del sol entraban por la ventana y golpeaba sus rostros sin permiso, el día en el que su mente pensó que su corazón no podía sentir más felicidad.

Letargo. (Emiliaco)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora