10- Paralizado

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Habían pasado tres días desde la situación en la cena, el ambiente en la casa Bondoni seguía tenso y sombrío, el silencio reinaba todo el tiempo.

Emilio estaba acostado en el acolchado de su cama texteando con su madre, quien, a manos de Emilio, se había enterado de al menos la mitad de la situación, gracias a que el chico le había omitido ciertos detalles. La mujer le había asegurado que en el momento en que él decida volver a casa solo le informara, pero Emilio le garantizó que las cosas iban mejor, que no se preocupara. Cuando era todo lo contrario.

Renato se la había pasado encerrado en su habitación y Martha era la única que se acercaba a intentar alimentarle y tratar de hacer que saliera.

Joaquín había pasado los primeros dos días siguientes al suceso en cama, con su madre sentada a un lado de él, velándole. 

Emilio había tenido la intención de acercarse a la habitación, para verificar que estuviera bien, sentía una enorme e intrigante necesidad de saber que Joaquín estuviese bien, para darle calma y quietud a su pecho que desde aquella noche no paraba de sentirse apresado, preocupado, ansioso. Pero cuando se acercó a la entrada y vio al chico tendido en la cama, cubierto por un enorme edredón que le hacía verse pequeño, con el rostro inexpresivo, la mirada ida, perdida en algún punto del techo, con sus extremidades temblando a momentos, con su delgada mano siendo sostenida por las manos de su madre, quien le hablaba y no recibía reacción, no pudo entrar. No pudo acercarse. Su corazón se estrujó, sus ojos se llenaron de lagrimas y sus pies se movieron a paso apresurado. No podía verle así.

Por las noches, cuando la casa estaba rodeada aún más de silencio, se quedaba despierto mirando hacia la ventana pensando en el chico, no sabía porque sentía lo que sentía sobre Joaquín, no sabía porque su mente no lograba dejar de pensarle, no sabía porque le soñaba todas las noches, no sabía porque su cara aparecía cuando cerraba los ojos, no sabía porque su pecho se inflaba cuando la imagen de sus pequeños rizos, sus grandes ojos y las pecas de sus mejillas aparecía en su cabeza, no sabía porque después su pecho se desinflaba al recordar las lágrimas, los gritos, esos ojos que tanto le gustaban completamente perdidos, no sabía porque su cuerpo le exigía acercarse a él, le exigía mirarle aunque fuesen solo dos segundos, para asegurarse de que el chico estuviese... bien. Vivo.

Se levantó, hambriento, faltaban quince minutos para las once de la mañana, sabía que Martha para esa hora ya se había asegurado de darle su desayuno a Elizabeth, había ayudado a que Joaquín comiera y estaría encerrada en el cuarto de Renato tratando de que desayunara un poco. 

Salió hacia la cocina con flojera, pensando que tal vez tendría que preparase algo. Cuando entró sus pies se detuvieron en seco.

Elizabeth estaba preparando una bandeja con dos platos de fruta, algo de color verde en un vaso que parecía un espeso licuado y tres frascos de píldoras.

—Buenos días– susurró, pasándose una mano por los rizos, nervioso.

—Buen día Emilio– le contestó la mujer, inexpresiva, tomando la bandeja —todavía hay un poco de fruta, sírvete– ofreció saliendo de la cocina por la puerta que dirigía al jardín, Emilio no se movió, susurró un gracias que quedó en el aire y con la mirada siguió los pasos de la mujer, que dejó la bandeja en la mesa del jardín, frente a Joaquín. Emilio sintió un salto en el pecho y el aire salir de sus pulmones. Joaquín estaba sentado, dándole la espalda. 

Emilio caminó hacia la puerta tratando de que sus pasos no llamaran la atención, se quedó apoyado en el marco mirando la escena. Joaquín estaba cubierto por un suéter deportivo de color negro que le quedaba muy grande, tenía las dos manos sobre la mesa y su madre le colocó un tenedor en la mano derecha, Emilio notó como Joaquín apretaba el utensilio en la mano y con lentitud y torpeza comenzaba a comer.

Letargo. (Emiliaco)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora