06. Solitarios

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—No es necesario que hagas esto.

James está completamente sonrojado e intenta que el pantalón desabrochado no se le escurra por las piernas porque realmente no podría con la vergüenza de que Natasha lo viera así, de frente y desnudo. Aún cuando fue ella quién le desabrochó en primer lugar los pantalones y todo lo que traía encima.

Ella deja de tocarlo y se cruza de brazos al umbral de la puerta del baño, observando la cara maltratada y golpeada de su esposo. Le resulta sencillamente gracioso que se comporte de esa manera cuando lo que menos le importa a estas alturas es como luce todo allí abajo.

—Puedo ayudarte en lo que las inyecciones surgen efecto, ni siquiera eres capaz de agacharte sin que sisees.

—Puedo hacer esto... —se refiere a la ducha—. Tú puedes ayudarme a ponerme la ropa.

La pelirroja, aún con los brazos cruzados se permitió preguntarse si es que eso era lo correcto o si es que él no se haría daño intentando limpiarse un poco la sangre. Se halló a si misma preocupándose por James y por lo adolorido que debía sentirse, vaciló antes de verlo a los ojos y encóntrarse con que todo iba a estar bien. Luego se dio la vuelta y salió de ahí; poco tiempo después, los pantalones que James se había negado a quítarse estaban botados fuera del baño, cerca de donde ella dormía.

Se entretuvo viendo por el ventanal mientras los riachuelos de una llovizna no tan propia de esos lados se hacía presente -casi se le olvidaba que el Domo era tan avanzado como ése edificio feo-, no se oían los truenos pero si el agua de la regadera. Los altos mandos decidían cuándo es que tenía que llover, para limpiar naturalmente las ventanas o el polvo en el aire, así mismo cuando tenía que nevar o cuando tenía que salir el sol -casi nunca puesto que debiado a la ensolación de hace algunos años antes de que fuese construido el Domo, varias personas de alto mando sufrieron enfermedades en la piel-, cuando tenía que estar nublado y así, tener el control incluso hasta del clima.

Natasha puede ver, del otro lado de su edificio, la habitación de otro soldado, espectacularmente parecido a Clint, ve además de eso, que trae un overol y puede intuir que él no fue a pelear sino que siguió normalmente el horario en su muñeca. Frunce los labios porque debe ser imposible que él esté allí, sin recuerdos, sin recuerdos de una vida pasada donde hubo estado ella. Entrecierra los ojos tratando de enfocar su rostro, pero el agua escurridiza en los ventanales hacen inútil cualquier intento de ello, hasta que se acerca y observa también desde su ventana por unos insignificantes segundos antes de darse la vuelta ante el llamado de una mujer rubia, igual que él.

Se le estruja algo.

—Nat —a James se le ha dado por decirle así— ¿Crees que podrías ayudarme?

Hace a un lado todo lo que abarca su cabeza y se dirige al baño, aún cuando hay una espinita que sigue molestándola; James tiene enredada en la cintura una toalla para cuándo Nat lo socorre. Le ayuda echándose un brazo al rededor del cuello puesto que está resbaladizo por el agua que va chorreando su cuerpo, lo sienta en la cama y va inmediatamente a por la ropa en las perchas que hay para él.

—Estuvo loco allí adentro.

—Sí, sí. Siempre es así.

Vuelve a él con una toalla y le seca el cabello para que deje de escurrirle.

— ¿Natasha?

—¿Qué?

—En la misión —él no está muy seguro en si debería decirle o no, pero finalmente, ella es su esposa, claro que debería saberlo—, unos hombres americanos me reconocieron. Uno me llamó sargento.

Pero Natasha sabe que eso solo significa un problema; se tranquiliza con el pensamiento de que quizás, no todo está perdido.

—¿Tú... tú los reconociste?

—No y he intentado hacerlo pero no hay nada.

— Tienes suerte.

Ella deja de secarlo.

—Aveces creo que sí. Debiste ver lo que fue estar ahí, quieres detenerte pero las órdenes son claras y no puedes parar... Es como si, como si de pronto ya no tuvieras el control —sus palabras le suenan mecánicas, hay algo de culpa, la palpa en su habla —. Se siente así.

—¿Cómo?

—Raro.

—Puedo tratar de comprenderte —le dice ella, Bucky la observa volverse para tomar su ropa —. Conozco el sentimiento.

Bucky puede ver qué las mejillas de Natasha no tienen color y que sus cabellos están revueltos y mal recogidos en un moño bajo. Siente la necesidad de quitarle los cabellos del rostro, porque de alguna manera, creé que le estroban y que comenzarán a darle comezón. Pero ella se ve muy cómoda con ello así que no lo hace.

—Me siguen doliendo los brazos, digo, se que es estúpido porque no tengo uno. No trato de quejarme ni nada, finalmente sigo vivo pero me gustaría que nuestras misiones fuesen menos rudas.

—El efecto de la inyección apenas está comenzando, tal vez necesitas comer algo.

—Imposible, no me dejaron hasta mañana. Aunque no creo que una mínima porción ayude de mucho.

James carcajea con la esperanza de que Nat lo haga con él, pero es un intento inútil, porque ella solo lo observa, como si le hubiese salido un tornillo y logra sentirse patético. Mejor, recurre a una salida fácil para que Nat le quite esa mirada de encima.

—¿Natasha, puedes recordar algo antes de que llegarás aquí? Me he estado preguntando constantemente si es que los recuerdos de una vida pasada ajena a mi podrían ayudarme a regresarme las memorias.

—¿De qué te serviría escuchar a una máquina?

—No eres una máquina.

—Me llamaste Robot la primera noche, no intentes justificarte —le recrimina ella —. Tengo circuitos por todos lados, no tengo sensibilidad en la piel, escucho los engranes en mi cabeza y el cliqueteo que hacen en mi piel los Robogenieros cada que tengo una cita.

—Yo también soy uno, comenzando claramente por esto. — se señala el brazo izquierdo— ¿Atractivo, no?

—Llamativo.

—Siento que me habría sentido cool en otro momento.

—Pero soy diferente. Tú puedes saber mejor como te sientes. Yo no.

—¿Los robots tienen memoria?

—No tendríamos porqué estar hablando de esto — hasta cierto punto, eso le resulta gracioso —. Alza los brazos.

Él la obedece, ya no hay dolor y eso lo agradece.

—¿De qué podríamos estar hablando?

—Habla de otra cosa...

—De tu lugar favorito.

Natasha parece incrédula y lo hace notar con un bufido.

—Por favor.

—En serio, ¿cuál es?

Solía tener uno. En su antigua casa, con su padre y su hermano, con sus amigos, cuando la guerra no se la había quitado, cuando los soldados no la habrían ocupado de fuerte, antes que se viniese abajo. Pero no podría decirle a James eso, porque si ya no existía entonces no tenía ya un lugar favorito ¿Cierto?

—No podría definirlo, no tengo uno ahora mismo...

—Yo tengo uno — ella pareció impresionada, después de todo, había estado subestimando a James—. Nuestra cama.

—¿Por qué la cama?

—Porque es el único lugar donde no pueden hacernos daño.

La respuesta le pareció convincente.

Nuestra cama.

¿Nuestra cama?

No pueden hacernos daño.

Emotional Machine | BuckyNat AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora