—Fue mi culpa señor Patterson.
El director estaba ciertamente tan impactado como yo. Su boca abierta solo podría compararse con la mía.
—Perdí el control. Tanto de la bola como de mi mismo. Lo único que Romanov hizo fue reaccionar mal a mi mala puntería. Le dio en la cabeza, así que no lo culpo. —dijo con un tono serio y monótono.
—¿Eso es cierto, joven? —me miró con las cejas alzadas, sin creerle nada al niño de oro, por supuesto.
Suspiré y no podía creer lo que iba a hacer.
—También fue mi culpa. —realmente, realmente estoy loco. O soy un suicida, porque mi madre me matará.
Creía haber visto por el rabillo del ojo como una sonrisa se asomaba en el rostro de Sean, pero cuando me volteé a mirar, faltaba expresión en su rostro, excepto por los ojos ligeramente abiertos con lo que creo que era sorpresa.
—Dije cosas que no debía cuando Sean se disculpó, señor.
No entiendo porque esto estaba generando en mi más satisfacción que miedo. No creo que tenga nada que ver con la culpa burbujeante en mis entrañas, no. Yo no le debo nada.
Excepto que le debo bastante. Al final, el señor Patterson nos dejó ir con una advertencia y con la condición de asistir por el resto de la semana a sala de detención por una hora después de clases. De no haber sido por la intervención de Sean, probablemente, el castigo habría sido más severo. Todos saben que de los dos, yo sería el más "problemático" y eso haría a Sean quedarse casi libre de sospechas. Y si alguien tiene que decir algo, seguro será a favor de él. Cosa que es obvia, es lo bueno de ser sociable y tener tantos amigos.
Salí de ahí lo más rápido que pude, sintiendo su sombra pisando mis talones pero no tenía ganas de hablarle. Suficiente tendría con el regaño de mi madre.
—Oye, Romanov.—sentí su voz en mi nuca y un escalofrío disgustante. El condenado estaba caliente, después de todo.
—Adrik. Ese es mi nombre. Aunque seguro estás ocupado y no puedes aprenderte el nombre de tu compañero de clases de toda tu tonta vida escolar. —dije con molestia mientras caminaba con aún más prisa. ¿Quién me manda a meterme con Sean Zegers? De todos modos, como no dejaba de seguirme, decidí encararlo.
No era más terrorífico que mi madre, después de todo. En mi manual de supervivencia tengo dos reglas escritas, la primera es nunca enfurecer a mamá y la segunda es nunca enfurecer a una rusa. Y rompí ambas reglas.
—¿Que quieres?
Se veía algo avergonzado, para mí sorpresa.
—Mira, tú— lo miré con enojo contenido y aclaró rápidamente.—Adrik. Escucha. No tendría que haber intentado...
—¿Matarme? Que bueno que piensas eso, yo también lo creo.
Lo único que necesitaba en ese preciso instante era fumar un cigarrillo y lo necesitaba ahora. Estaba tan cerca y tan lejos del patio trasero que podría llorar de desesperación.
—¿Siempre tiendes a ser así de exagerado? —preguntó con un tono exasperado que no hizo nada más que aumentar mi indignación.
—¿Siempre tiendes a ser tan malo para pedir disculpas?
Abrió la boca unos segundos, sus mejillas estaban coloradas, seguramente de la rabia, y no pude evitar sonreír. Observar al "señorito número uno" enojado generaba en mi el mismo efecto que tres cigarrillos juntos. Paz y calma, aunque debería estar irremediablemente nervioso por el hecho de que en cualquier momento recibiría la paliza de mi vida.
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Sala de castigo |✔
Teen FictionLa vida suele ser una perra y la de Adrik no es una excepción. La única manera de superar sus supuestas desgracias es apoyándose en el humor (en su mayoría no muy convencional) y utilizando grandes cantidades de sarcasmo. Adrik venía sospechando ac...