XIX

3.3K 565 150
                                    

Nos sentamos a tomar algo, y nos atendió un joven de unos veintitantos, con ojos verdes y un indicio de barba. Su nariz era perfecta y cuando se volteó para buscar nuestros pedidos... Dios ese culo. Ese culo parecía simplemente la gloria.

—Muchachito guapo, ¿no es así? ¿Viste su trasero? Apuesto a que lo viste, estas más rojo que tomate.

Eunice tuvo que agarrarse el estómago porque parecía que iba a estallar de la risa cuando le di mi mejor rostro de incredulidad. Fue realmente sorprendente escuchar a una mujer de la edad de mi madre hablar tan tranquila del trasero de alguien, y más preguntándome por un él, la pregunta de "como lo supo" hacía eco en mi mente y la tuve en la punta de la lengua, pensando que quizás Sean le había contado aquello para burlarse. Pero no tenía ningún sentido.

La burla de Eunice era infantil, no homofóbica. Hasta parecía una niña en navidad, como si estuviera encantada de incomodarme y avergonzarme, solo de una manera que las amigas más cercanas o las madres más modernas pueden hacerlo.

—¿Como...? ¿Sean...?

—Mi hijo no me dijo nada si es tu pregunta. Soy muy observadora. —dijo pareciendo muy orgullosa por este mismo hecho, inflando su pecho y sonriéndome — Lo cierto es que tenía mis sospechas, la forma en que tus ojos inconcientemente se desvían a los ojos y las mandíbulas afiladas de los hombres que pasan y no se detienen en las curvas de las mujeres... pero eran únicamente sospechas que acabaste de confirmar —se veía espléndida y reluciente, parecía emocionada de haber acertado —Además, y solo como comentario, digo que cualquiera tendría que estar ciego para no ver la belleza de nuestro mesero.

Repentinamente me sentí muy culpable, por sentirme más cómoda con esta mujer en una cafetería que en mi propia casa, por poder unirme a ella de una forma muy íntima, la cual nunca pude con mi propia madre, ni con el resto de mi familia, ni sé si alguna vez la tendré.

Era la combinación perfecta de madre y amiga en una sola y de pronto me sentí abrumado por la perspectiva de su muerte. Sé que no debería pensar en ello ahora, pero no es algo que controle.

—Mis padres no lo saben.

Solté de corrido, para distraerme, para hablar de otra cosa.

—¿Y porqué no? —parecía realmente no comprender —Ni siquiera entiendo porque tendrías que avisarles.

—Sabiendo como es mi madre, no avisarle sería el suicidio para mi y resultaría en una muerte lenta, dolorosa y vergonzosa para el pobre desafortunado que alguna vez lleve a casa.

"Y que ojalá sea tu hijo, Eunice." Pensé.

—Deberías decirles. No entiendo que te lo está impidiendo... —se cortó repentinamente y me miró fijo a los ojos  —Es el miedo al rechazo de tu propia familia, ¿no?

Simplemente asentí.

—¿Que no fue de este tema de lo que acabamos de hablar? —me sonrió ligeramente —Déjale el miedo a los moribundos y vive tu tiempo como mejor puedas. No te diré que hacer, pero mi consejo será siempre que te sinceres con tus padres y tus hermanos, porque aunque no sean perfectos el destino te los dio por algo.

Otra vez el mambo del 'destino'. Estoy empezando a pensar que esta loca, pero no es importante porque me agrada.

Es curioso como hace tan solo dos días me hubiese burlado de la creencia y filosofía de la existencia de un destino o algo marcado, conmigo creyendo firmemente en el azar. Pero, tan solo una charla con una mujer esperanzada (y en particular, esta) alejó todas intenciones de burlas y faltas de respeto.

Si es la creencia en el destino y en algo superior lo que le hace mejor, que así sea. Pasar por una situación como la que está viviendo debe ser cruel e injusto y el destino, o Dios, o Buda, o las energías del planeta o lo que sea pueden ser un buen amortiguador del dolor.

—Les diré esta misma noche.

Aclamé sin pensarlo dos veces. Me quedé unos segundos en shock antes de procesar lo dicho. Las palabras habían salido disparadas como una bala sin mi permiso, pero ahora que lo decía en voz alta más me convencía de que era lo correcto y lo que debía de hacer, y mi piel se erizaba al pensar en lo que estaba decidido a anunciar esta noche en la cena; los nervios, el pánico, la emoción y la necesidad de libertad todos los sentimientos juntos mezclados en mi estomago listos para ser vomitados.

—¡Exactamente! Ese es espíritu. Adoro tu actitud en este momento.

Me dio ánimos, en especial cuando veía que mi rostro decaía y yo me quedaba pensando en si era una buena o una mala idea.

—Gracias por acompañarme, eres un encanto.

—Ha sido un gusto, Eunice. —me sonroje, sintiéndome bien por ser un chico educado una vez en mi vida.

Volteé mi cuerpo para retirarme pero a los dos pasos sentí el delicado agarre de una pequeña y frágil mano con dedos escuálidos como su dueña. Eunice me sonrió.

—Cualquier cosa que ocurra, si algo ocurre con tu familia, no dudes en venir, no salgo mucho, Sean casi no me lo permite. —ella puso en blanco sus ojos —Se preocupa demasiado. Bueno, ya sabes. Eres como de la familia, solo ven s la hora que sea.

Mis ojos se llenaron de absurdas lágrimas sentimentales y no pude evitar abrazarla, ella me devolvió el abrazo con toda la fuerza que tenía, la cual tristemente no era demasiada.

—¿Mamá?

—Ese es Sean. Ahora seguro pretenderá castigarme por huir de sus cuidados excesivos. —me dijo en voz baja como un secreto, con una risa mal contenida amenazando en sus labios. —Hasta pronto, Sasha.

×××

—Soy homosexual.

Escuché como alguien se atranganta con su comida, pero no tuve otra reacción que no sea mirar mi propio plato. Es muy triste y patético decirlo: pero estoy aterrado. Prácticamente puedo sentir la mirada de mi familia sobre mi.

Había elegido esta noche a conciencia, sabiendo que todos estarían en la mesa, incluidos mi padre y hermano, a quienes menos veía.

No es como pensé que sería. Tengo un nudo en la garganta y una presión en el pecho donde en su lugar me gustaría tener coraje y orgullo de ser lo que soy. La valentía había desaparecido con la tensión del momento y la realidad superó cualquier fantasía. El silencio es lo que más lastimaba.

Miré primero a quien sabía que tendría una buena reacción, Levka, quien no se sorprendió nada y me dedicó una sonrisa entre tensa y triste, al mismo tiempo con ella me transmitía su apoyo.

Luego a Vania, quien no lucía espantada ni nada parecido, solo curiosa y deseosa de hacer muchas preguntas.

Prometí a mi mismo responder todas y cada una de esas luego de que esta situación de mierda pase.

Después fue Cheslav, quien solo tenía su boca abierta y parpadeaba, aunque luego su rostro cambió a una mueca de disgusto para rápidamente pasar a una de comprensión. Al parecer, muchas emociones juntas.

Llegó el turno de mis padres: Mi padre, como siempre, callado, estoico. Mi madre, sorpresivamente sin gritar parecía afectada... en el mal sentido.

Debo decir que no soy totalmente ajeno al pensamiento que tiene la comunidad rusa acerca de la homosexualidad. Si bien es legal, todavía existen muchos prejuicios en ese país (como en todos, la diferencia es que en Rusia no existe la unión civil para parejas del mismo sexo, ni protección legal contra la discriminación, ni derecho a la adopción homoparental. Incluso están en contra de la "propaganda" gay, ¿algo más ridículo no hay? No sé quién hizo tantas propagandas heterosexuales en la televisión pero a mí no me dieron resultado, quiero un reembolso).

De todos modos, me dolió un poco (mucho más de lo que me gusta admitir) la decepción en los ojos de mi madre. Me mordí el labio inferior, al borde de retractarme.

—Bien. —se escuchó como una especie de suspiro resignado por parte de mi padre —¿Quien quiere postre?

Sala de castigo |✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora