VIII

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Si, quizás debería aprender a cerrar la boca de vez en cuando.

No es mi culpa ser un imbécil impulsivo.

De todos modos, no eran de mi interés los ojos sorprendidos de Milo o de Simone, incluso los intimidantes ojos de Jonás pasaron a segundo plano cuando miré al frente y me encontré con lo que resultaban ser los ojos más importantes de la habitación para mi. Los de Sean Zegers. Su expresión fue ilegible para mi, y suelo jactarme de poder leer fácilmente los gestos del otro. Sin embargo... no había sorpresa en sus ojos, ni desagrado u odio como es de esperarse de un jugador de fútbol retrógrada.

Solo su mirada fija, tan amable como la siempre, y quizás un poco reflexiva. Pero, ¿porqué no está sorprendido? ¿No se supone que pensaba que Paprika y yo salíamos? Aunque eso sea prácticamente imposible.

Quizás era una prueba. Tal vez me preguntó si estaba con ella para que yo mismo confesara mi atracción por los de mi mismo sexo en vez de preguntarlo directamente. Olvidé que el niño de oro no tiene mi descaro. De todos modos, si es que mi teoría es cierta y él tenía sospechas o dudas siempre prefiero que las personas sean francas y concretas con sus pensamientos. Por lo menos, ahora ya lo sabe.

Y ahora que lo sabe me siento desnudo.

Ya era lo suficientemente malo que mi madre me hubiese reprochado justo frente a él, le revelara mi vergonzoso y oculto segundo nombre y él se echará la culpa de mis cagadas.

—Te mataré, maldito enfermo.

Escuché decir a Jonás. ¿Reaccionó él tarde o pasaron cinco segundos en lo que para mí fue un año perdido en mis pensamientos y los absurdos ojos de Zegers?

Soy tan patético que podría vomitar del asco, si es que no fuera a hacerlo del pánico que sentí cuando observé al homófobo Jonás acercándose a mi lleno de cólera, con sus fosas nasales expandiéndose y su pecho inflado para intimidar, y el muy maldito consiguió asustarme, lo admito.

La reacción de Sean fue casi inmediata a la hora de detener a Jonás, poniéndose justo al frente, sin dejarse ver en lo más mínimo afectado por su agresividad.

Es exactamente lo que pensé hace dos segundos: No importa el contexto o las circunstancias, él nació para ser el héroe de la película, el caballero del cuento, el defensor de los débiles y pobres. Lo odio.

—Tranquilo amigo, ve a sentarte ahora.

—No me digas amigo cuando estás defendiendo a un marica.

El chico afro, Milo, se levantó también. Si tenía dudas de que pensaba acerca de la disputa, estas se disiparon cuando se colocó al lado de Sean.

—Será mejor si te calmas y te sientas, y aceptas que no puedes arreglar a otros a los golpes, primero porque no están rotos, y segundo, porque tu violencia no soluciona nada.

En ese momento y para el crédito del chico, parecía muy convencido, creyendo firmemente sus palabras, como si toda la vida hubiese tenido que decir eso mismo a otros... o a si mismo. Tengo que decirlo, fue inspirador. Y por ende, horroroso, ¿no podemos comportarnos como si esto fuese un castigo de verdad?

El hecho es que no sería sorprendente si Milo tuvo que vivir muchos ataques a su persona o formas de odio contra él y su familia por el simple hecho de pertenecer a la cultura y raza afroamericana. Los ignorantes e intolerantes se presentan de muchas formas: Homofóbicos, racistas, xenófobos, transfóbicos, etcétera.

Jonás, al verse superado en número, desistió de su idea de atacarme y volvió a su asiento a regañadientes. Los hombros de Sean y Milo seguían rectos y ellos estaban atentos, sin embargo, se relajaron visiblemente. Simone miraba fijamente, con sospecha, pero sintiéndose claramente mejor al no ser ella la atacada.

Sala de castigo |✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora