Capítulo 2: Reglas, reglas y más reglas.

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Capítulo 2: Reglas, reglas y más reglas.

Ágata estaciona el Toyota frente a la enorme y sofisticada casa de la familia Ratliff.

—No voy a entrar contigo —me aclara la pelirroja—. La señora Ratliff y sus hijas son... difíciles de tratar. No les va a agradar tu estadía, y tampoco les va a gustar verme aquí contigo.

—¿Por qué no? —Alzo una ceja, mirando a Ágata.

La chica se encoge de hombros.

—Digamos que a las Ratliff no les gusta juntarse con la plebe.

—¿Plebe? —repito, conteniendo una carcajada—. ¿Se creen la realeza?

—Algo así.

—Vaya —mascullo, dirigiendo mi vista de nuevo hacia la casa. No van a ser unas semanas sencillas.

Esto me anima a hacer mi trabajo lo más rápido posible y largarme de aquí. Abro la puerta del auto antes de arrepentirme y me dirijo al maletero para sacar mi equipaje. Cuando me dirijo al enrejado para tocar el timbre, Ágata se asoma por la ventanilla y grita:

—¡Suerte! —Antes de arrancar el Toyota verde pino. La veo alejarse, y me pregunto cuándo volveré a verla o cómo nos pondremos en contacto. Zabrina me obsequió un "teléfono inteligente", pero no sé cómo usar esos cacharros. ¡Apenas si sé utilizar un teléfono fijo!

—Usted debe ser Elara Ratliff —dice una elegante voz desde el otro lado del enrejado negro. Giro mi cabeza hacia el hombre vestido de traje negro y guantes blancos que me observa. No lo vi llegar—. Soy Rusell Flores, el mayordomo jefe de la familia, bienvenida. La señora y sus hijas la están esperando.

Las puertas se abren automáticamente sin emitir sonido y yo entro. El mayordomo me toma el equipaje y me dirige por el camino de piedra bordeado de rosas hacia la escalita blanca que lleva a la hermosa puerta de madera y cristal.

Una vez entramos, me quedo pasmada ante tanto lujo y belleza en el recibidor. Alfombras persas, pinturas famosas, cortinas de terciopelo... Esta gente no escatima en gastos. El mayordomo llama a una criada con uniforme negro y delantal blanco, similar a esas películas que he visto con mis amigos en el Glaciar.

—Ella es Sandra Burns, la llevará con la familia Ratliff en el salón principal.

—Sígame, por favor, señorita Ratliff —me dice tímidamente Sandra con la cabeza gacha. Rusell se aleja por las escaleras de caracol mientras yo sigo a Sandra por una puerta blanca hacia un pasillo lleno de retratos de la familia. En ninguno veo al señor Ratliff.

Sandra abre una puerta de la derecha, revelando una espaciosa estancia muy luminosa gracias a los enormes ventanales que llegan del techo al suelo. Hay un piano rosa al fondo de la habitación, sofás de cuero color crema y decoraciones combinando el rosa y el crema, haciendo lucir todo extrañamente elegante en lugar de verse infantil. En uno de los sofás, están sentadas las gemelas idénticas. Lo único que las diferencia es el color de cabello: Poppie es pelirroja natural mientras que Grace se lo ha teñido de negro. En un sillón de respaldo alto está sentada la señora Diamantina Ratliff: su mirada es severa, su cabello rubio está peinado con elegancia y sus labios pintados de color ciruela están fruncidos.

Las tres Ratliff me miran con cierta hostilidad, corriéndome con la mirada.

No les gusta tenerme aquí.

—Vaya, vaya, al fin te dignas a llegar —dice Diamantina—. Sandra, déjanos a solas con Elara.

—Sí, mi señora. —Sandra baja la cabeza y sale de la estancia, cerrando la puerta y dejándome sola a merced de estas mujeres.

—Acércate —me ordena Diamantina. Su voz resuena en cada rincón con poder y firmeza. Me acerco a ellas hasta detenerme a unos pasos. Diamantina me evalúa de arriba abajo, al igual que sus hijas. Las tres hacen muecas de disgusto—. Nadie creerá que eres mi hijastra con ese aspecto.

—¿Qué tiene de malo mi aspecto? —Frunzo el ceño.

—Pantalones holgados, camiseta desaliñada, zapatos pasados de moda, cabello mal peinado, maquillaje arruinado... —Enumera Poppie con un suspiro—. Todo en ti está mal.

—¿Disculpa? —La miro con incredulidad—. Acabo de llegar de un agotador viaje en avión, ¡por supuesto que me veo desaliñada!

—Y tienes unos modales terribles —dice Diamantina apenas sin alterarse—. Cielos, si no fuera por la paga, le diría al Consejo de Fenómenos que te llevaran de regreso a tu cueva cavernícola.

—No vivo en una cueva cavernícola —replico. ¿Qué sabe esta mujer de los hechiceros? Ella no tiene magia, nunca ha visitado el Glaciar ni ninguna otra comunidad de hechiceros elementales. Definitivamente Diamantina y yo no nos llevaremos bien.

—Tenemos una reputación elevada que debemos mantener —dice Diamantina sin siquiera oírme—. Mis hijas y yo no podemos permitirnos que tus modales y tu aspecto nos arruinen la vida. Así que impondremos unas cuantas reglas.

—Reglas —repito, incrédula.

—Número uno: no eres una de nosotras, por más que el personal y todo el mundo crea que sí —dice Diamantina alzando un dedo con un anillo de zafiros—. No tienes permiso para moverte por la casa sin nuestro expreso permiso. Los únicos lugares donde se te permiten estar son en tu dormitorio, la lavandería y la cocina. Si te comportas, podrás salir al jardín los fines de semana.

—¿No levantaría sospechas que me mantengan encerrada como una prisionera? —cuestiono.

—El personal no tiene derecho a preguntarse nada —espeta Diamantina con rudeza—. En todo caso, sabemos que te inventarás una maravillosa excusa para no cenar con nosotras ni salir de tu dormitorio.

—¿Y qué hay de salir de la casa? ¿Tampoco puedo pisar la acera más allá del enrejado?

—Sabemos que tienes una misión secreta, así que podrás salir cuando se te apetezca, siempre y cuando sea por la salida trasera. Se acabó eso de llegar por la puerta principal. Ah, y no llegues demasiado tarde. No queremos importunar a los guardias ni al personal.

—Regla número dos —dice Poppie—: no nos hablarás ni te sentarás con nosotras en el colegio. Somos importantes, no queremos ser vistas con nuestra fea media hermana y arruinar nuestra imagen.

—Regla número tres: podemos fingir ser familia, pero no lo somos —dice Grace—. Como dijo mi hermana, no nos hablarás ni convivirás con nosotras más de lo estrictamente necesario. Y cuando debamos dirigirnos la palabra nos tratarás con respeto y con la misma cordialidad del servicio. Si hay cenas importantes o fiestas, no estás invitada.

—Y la regla más importante —dice Diamantina—. La número cuatro: te darás prisa para cumplir tu misión e irte inmediatamente. No estás invitada a pasar más tiempo aquí del necesario.

—Solo aceptamos colaborar porque sabemos que es importante para todos mantener la magia en secreto —dice Grace—. Estamos a favor de mantener alejados a los Clanes, pero no por eso vamos a simpatizar contigo.

—Ya puedes irte a tus aposentos —finaliza Diamantina.

—No sé dónde queda mi dormitorio —les hago saber. Poppie rueda los ojos, como si esa información fuera obvia.

—Sal al vestíbulo, Sandra debe estarte esperando.

Les lanzo una última mirada antes de girarme y salir de ahí.

Es obvio que las Ratliff no me quieren aquí y no puedo culparlas. Yo tampoco quiero estar conviviendo con ellas ni un segundo más.

Cenicienta. (Cuento de Hadas #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora