Nada en especial sucede en la pequeña localidad de Yarland, como tampoco en la vida de la devota dueña de casa, Jillian Tanner, quien, a sus cincuenta, veinticinco los ha dedicado a Chase, su esposo y a sus tres hijos. Su vida es rutinaria y apacibl...
—¡Todavía no lo puedo creer! —exclamó, Rosie—. ¡Eso sí que es tener suerte!
—Eso creo. —Josephine levantó una de sus cejas—. Es el mejor regalo que he recibido.
—¿Cuándo vas a entrevistarla?
—El viernes. —Le cerró un ojo—. Ella es... tan mágica... pero mi padre la odia.
—Pero si me dijiste que tu padre fue amable.
—Lo fue... —Se acomodó el bolso, deteniéndose—. Pero luego de que mamá fuera a encaminarla, era otro.
Rosie resopló su chasquilla, tomando del brazo a Josephine, quien pese a su felicidad, al recordar la situación parecía haberse incomodado.
—Bueno, no era algo que tuviera que sorprenderme —dijo, sonriendo—. Pero qué va, ¡tengo a mi escritora favorita de vecina!
—¡Y podrás entrevistarla!
Ambas gritaron y rieron, hasta que otra vez Jenny se les acercó.
—El tiempo corre, Tanner. —Hizo un ademán, mostrando su reloj de muñeca—. Tienes hasta el sábado.
Josephine puso los ojos en blanco, para luego bostezar.
—Hasta el sábado, Jenny —tarareó, agarrando del brazo a Rosie.
—Qué pelotuda —declaró Rosie—. Bueno, como su santa madre...
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Jenny hizo un mohín, mirando a Josephine con repudio, hasta cuando sintió que alguien la llamaba. Era Sandra, su madre, quien estaba aparcada afuera de la escuela, haciéndole señas.
La muchacha avanzó haciendo una mueca.
—¿Y esa cara? —consultó Sandra.
—Para variar Josephine Tanner. —Abrió la puerta del carro, lanzando su bolso—. ¡Me tiene harta!
—¿Y eso, cariño?
—No importa. —Se cruzó de brazos—. Solo espero que escriba ese condenado artículo.
—Bueno, dale tiempo, tal vez...
—Tal vez nada, mamá —contestó enfática—. Quizás ahora, con la llegada de la maestra nueva, tenga el incentivo de hacer algo bueno.
—¿Profesora nueva?
—Sí, de literatura —respondió, colocándose brillo labial—. Viene de Inglaterra, y estuvieron hablando bastante.
Sandra subió su ceja derecha, desconcertada.
—Qué extraño. —Puso las manos al volante—. Martell no me comentó nada.
—Es linda —comentó la muchacha. Aunque se extrañará a la señorita Green.
Sandra puso cara de pocos amigos, ya que el director, otro perteneciente a al movimiento de orientación ultraconservadora e integrista cristiana de Yarland, no le avisó de la nueva contratación. Para Sandra era de suma importancia contratar a docentes con principios, y que estuvieran lejos de las nuevas modas e ideologías que entorpecieran la mente de sus estudiantes. Ya Caroline Green había dejado mucho que desear, alentando a los muchachos al libertinaje, prácticamente, decirles que eran dueños de sus vidas para saber escoger su futuro, descartando a los padres.