Capítulo 12

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Cuando desperté, sentí los brazos de mi mejor amigo rodeándome. Subí la cabeza y lo miré. Estaba profundamente dormido. No me extrañaba, quiero decir, había sido una misión larga y ayer nos habíamos ido a dormir muy tarde.

Miré el reloj. Eran las 10 de la mañana. No tenía sueño, pero tampoco estaba demasiado hambrienta. Podría esperar hasta desayunar.

Cogí el libro que estaba leyendo, "Las siete hermanas", y me sumergí en su lectura. Estaba tan absorta que no me di cuenta de que Steve se había despertado y me miraba con curiosidad, como preguntándose por qué estaba tan embobada.

-¿Qué es eso que lees que te ha hecho desconectar del mundo? -me preguntó enderezándose.

-"Las siete hermanas" de Lucinda Riley. Lo descubrí el otro día en la biblioteca. Leí la sinopsis y me di cuenta de que tenía que leerlo.

-¿De qué trata? -preguntó.

-Léelo y descúbrelo por ti mismo -respondí divertida dejando el libro sobre la mesilla. Miré la hora-. Oh, ¡Dios mío! ¡Mira qué tarde es! Tenemos que desayunar ya. Voy a despertar a Nat.

Sin dejarle decir nada, me levanté de la cama y crucé el pasillo hasta llegar a la habitación de Nat. Llamé a la puerta.

-¿Sí? -oí una voz ronca y adormilada-. ¿Por qué me molestáis durante mis sagradas horas de sueño?

-Nat -repuse-. ¿Has visto el reloj? ¡Son casi las 12!

Aquello pareció activarla de inmediato, porque me abrió la puerta y me hizo entrar.

-Tengo que vestirme -contestó-. Y tú deberías hacer lo mismo.

-Lo sé -dije saliendo de la habitación.

Volví a la mía y eché a Steve para poder vestirme. Cinco minutos más tarde estábamos los tres fuera, vestidos y peinados. Fuimos a la cocina.

-¿Qué queréis desayunar? -preguntó Nat.

-Pues yo quiero Cola-Cao, tortitas y dos tostadas -contesté fantaseando con la comida, lo que me hizo la boca agua.

-¡Qué glotona eres! -rio ella.

Preparamos el desayuno y nos sentamos a comerlo. Me senté en frente de Steve y, aunque parezca imposible, fue la primera vez en este año de conocerlo que me fijé en su clarísimo atractivo físico. El resto del tiempo había estado tan ocupada con misiones y dejando atrás traumas infantiles que no me había dado cuenta de que era, en efecto, guapísimo. Su pelo era igual de rubio que el mío, pero, a diferencia de mí, él tenía los ojos azules, mientras que los míos eran marrones oscuros.

A diferencia de muchas personas, yo no me fijaba tanto en el físico de la gente. Me llamaba más la atención su cara y, sobre todo, los ojos. Los ojos son el espejo del alma, y a mí se me daba muy bien ver más allá. Percibía en él unos sentimientos muy puros y sabía que no me equivocaba, era un hombre que cuando amaba a una persona, de la forma que fuera, lo hacía sinceramente. Lo había demostrado innumerables veces. Ya sólo teniendo eso en cuenta me daba cuenta de que la mujer que se enamorara de él y de la que él se enamorara sería muy afortunada.

Esos pensamientos debieron sacarme una sonrisa, porque mis amigos me miraban con expresión extraña.

-¿Qué estás pensando que te has quedado como ensimismada? -me preguntó Steve.

-Seguro que tiene que ver con uno de sus novios literarios -dijo Nat divertida.

Bufé.

-¿Qué tiene de malo querer que haya chicos como los de los libros? Son lo mejor que existe. Claro que si dejamos fuera a algunos tóxicos, pero suelen ser de muy buena pasta.

We can be mended (Steve Rogers y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora