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Esa misma noche no pudo conciliar el sueño. O, al menos, eso se decía una y otra vez, tratando de hacerse sentir a gusto consigo mismo, evitando aceptar que fue su no querer inconsciente quien lo había guiado a esa dirección.

Sin embargo, le era inevitable no escuchar como su mente se encargaba de reproducir la suave voz de Lances y sus rotas palabras una y otra vez, cada vez con un poco más de fuerza, a tal punto que ya pensó que se trataba de un mantra que había integrado.

Estoy bien.

Un dulce y tersa mentira, que estaba siendo lentamente desvelando por los vacíos ojos zafiro.

Aunque parezca que estás bien,
Tus ojos dicen que no ha sido así lo sé.

¿En qué punto exacto se había empezado a resquebrajar tan silenciosamente la fina capa de mentiras? Se preguntaba así mismo de manera un tanto constante, un poco reflexivo y, así también, un tanto dolido.

No podía evitar regañarse a sí mismo, claramente es lo que hacía al no haber podido hacer más que eso. ¿En qué punto la importancia de Lance se volvía invisible? Estaba allí, pero, ¿lo estaba? Veía y a la vez no, un poco confuso, aunque la verdad no lo era en su totalidad. Una presencia que parecía más un fantasma de lo que alguna vez fue alguien.

No estés triste,
nadie te culpará.

Lo había notado, fue inevitable. Desde el momento en que sus piernas habían pisado de nuevo el castillo, su atención no pudo evitar recaer en el cubano. Podía detallar como sus gestos ya se habían convertido en muecas de incomodidad y sus manos se entrelazaban entre sí en un toque de inconformidad. Cada vez su presencia en algo era simplemente invisible y su personalidad tan brillantes y parlanchina, se volvió arisca y callada.

No aguantó, el burbujeante sentimiento que le oprimía el pechos y que le hervía la sangra le impedía seguir mirando la escena o dejar que finalizara de esa manera. Sin dudarlo un segundo, en medio de su furia, convocó a todos para una reunión.

—No podemos obligarlo— Dijo con simpleza la princesa, con tono aburrido.

Equivocarse está bien,
todos lo han hecho alguna vez.

Las palabras habían entrado en sí mismo, calando tan profundo que su mente llegaba a negarse que fuera Allura quien lo hubiera dicho. Incrédulo, su mirada se dirigió ante ella en completo silencio en medio de unos cortos segundo, comprobando y procesando que lo que dijo fue cierto, y no una mala pasada por sus sentimientos.

Tomó una gran bocanada de aire, apretando sus manos al punto de convertirlos en puños.

—Allura... —Su voz salió en tono bajo, sin quitar la firmeza en sus voz—No sé si lo has notado pero Lance ha cambiado demasiado ¡Ya ni siquiera sabes si se está alimentando!

Lo último, lo dijo más para todo el grupo. Su mirada se dirigió con rapidez a todo el grupo, cautelosamente, esperando una expresión y, cuando pudo notar que la mirada de todos se había mezclado con algo de sorpresa, prefirió no esperar reacción alguna, ya que eso indicaba una sola cosa, la ausencia del ex-paladín en la mesa del comedor nunca había sido notada.

—Tienen que estar bromeando—Gruñó con desespero, incluso si quiso soltarlo mezclado de ironía, no puedo—. ¿Ni siquiera se habían percatado? ¡Es el más ruidoso, por el amor de Dios!

No soportaría algo más. Sentía que su familia se perdió en alguna de las batallas del pasado, que el aliente brindado con las pocas palabras ya se habían esfumado, las risas sinceras habían quedado en alguna de las noches que pasaron y que la unión se había roto. Ya no estaba su familia, porque esas personas que estaban ahí no eran las su familia. Eran las mismas caras, pero no la misma esencia.

𝐋 𝐈 𝐄 𝐁 𝐎 𝐘    [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora