CAPÍTULO 1: UN NUEVO COMIENZO

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El nefasto ruido de la alarma me levantó de un sobresalto. Me incorporé de un respingo, ya que era el primer día en mi escuela nueva.

Caminé a la escuela aburrida, atando mi cabello blanco en una coleta, heredado de mi madre.

Mis padres me acompañaron hasta la puerta y caminé dudosa por el hall hasta llegar al patio principal donde todos enfilaban para entrar. Me colé en la primera y mas cercana que vi y me quedé algo apartada del resto. Siquiera sabía cuál era mi curso, ni como reaccionarían mis compañeros al notar mi cabello blanco. No podía llevar una capucha el resto de mi vida.

Respiré hondo y me quité con cuidado la capucha recordando lo que me había dicho mi tío el día anterior.

— Recuerda Aixa, romper el hielo en un nuevo lugar, no está mal, ayuda a abrirte a los demás. No tengas miedo. Goza de tus diferencias, que eso te hace única. — Sonrió con un aire alentador aquel día.

Tiene razón pero a la vez... no quiero. — Rodé los ojos como si me regañara a mi misma.

Caminé con sigilo detrás de todos hasta el aula y me quedé en la puerta al no saber donde sentarme. Esperé un rato a que llegara la profesora, mientras el resto de estudiantes se sumían en un silencio y varios murmullos debido a mi llegada. Sentía sobre mi su peso y su desaprobación, su mirada de burla. El grupo de unos cinco o siete chicos del fondo ya comenzaba a reírse de mi.

Clavé mi ojos en ellos y comencé a caminar hasta ellos inconscientemente sin saber qué hacer o decirles.

Paré al escuchar la voz un poco chillona y aguda de la profesora, al darme vuelta divisé a la señora. Una persona con el cabello canoso y corto, con algunos bucles. Con una figura bastante pequeña y flacucha, con una cara simpática y un poco arrugada.

— ¿Estabas buscando lugar? — Asentí, y me apuntó un lugar. — Junto a Elaine.

Arrugué la nariz en señal de disgusto al escuchar ese nombre y al ver su cara, tenía la misma expresión de gusto como aquel día en que me tiró en la fuente del parque. Me resigné al saber que yo si había cambiado, y sonreí de una manera torcida al pensar que sabría como responder esta vez.

— Hola, fenómeno. — Susurró.

— Si yo soy un fenómeno, tu eres una plaga, eres peor ¿lo entiendes?

— ¿Tú crees? — Sonrió de manera estúpida.

— ¿Bien chicos, los nombre a todos? — Preguntó la profesora.

— A mi no —. Levanté la mano.

Al parecer no pertenecía a ese listado, si no a otro diferente, en otro curso, en otra aula, sin la pesadilla viviente de Elaine.

Mientras buscaban en salón que me correspondía me dejaron ir al baño.

Cuando salí de este, Elaine me sorprendió al doblar hacia el hall, el cual conectaba con el patio principal y todas las aulas.

Me agarró del cuello e intentó ponerme contra la pared pero la esquivé haciendo que se tropezara.

— He cambiado, y mucho, Elaine. Ya no soy la niña indefensa de la primaria.

— Pobre, pobre Aixa... — Se incorporó — Sé muy bien que no se te fue ningún miedo, en cualquier momento huirás como el animal, la ratita que eres.

De un empujón la lancé al fondo del pasillo de los baños. Me acerqué con un movimiento veloz a ella y la sujeté del cuello de su camisa.

— Jamas... Jamas Elaine, me volveré a dejar pisotear por alguien tan pequeño y tan poco como tú. Me declaraste la guerra, y si enserio la deseas, yo también pelearé.

Casi me deja un cuello giratorio del golpe que me dio. Estábamos listas para golpear a la otra, hasta que un grito de ayuda me quitó las ganas de pelear. Tiré a Elaine por un lado, y yo caminé, casi que corría con cierta inquietud sobre el lugar de origen de ese grito, hasta de nuevo lo escuché aún mas cerca. En un salón que no tenía ni manija. Intenté entrar pero la puerta estaba trancada, los gritos no paraban. La patee casi tirándola abajo y pude abrirla, viendo a un grupo de jóvenes al menos uno o dos años mas grandes que yo, viendo como uno le daba una paliza a otro de su misma edad el cual estaba con la ropa manchada de sangre, casi agonizando en el piso. No sé muy bien lo que me motivó. Quizás ese instinto humano de ayudar a otro, o tal vez el sentir que me veía reflejada en ese chico. El hecho de sentir que si hubiera seguido peleando con Elaine tal vez habría terminado así.

— ¡Alto ahí! ¡¿Qué mierda están haciendo?! ¡Profesora! ¡ayuda! — Grité abriéndome paso entre todos los espectadores de aquella masacre.

Me levanté con furia y acerté un golpe en los dientes de su victimario utilizando mis nudillos, le debí haber aflojado un par. Cuando volví con el chico me abrazó temblando, echando sangre por nariz y boca. Resistí un poco las ganas de vomitar debido al olor y la conmoción.

— ¡Ustedes son unos enfermos mentales, todos! — Grité.

Entraron al salón tres chicas mas de mi edad y dos profesoras que disiparon a toda la gente. Yo lloraba maldiciendo e insultándolos en todos los idiomas posibles hasta casi quedarme sin voz. Repetía una y otra vez que llamen a mi madre ya que era medica y podía llegar en poco tiempo, pero las autoridades decidieron llamar a una ambulancia común. Las tres chicas me llevaron casi que a la fuerza al baño para que me lave la cara. No dejaba de temblar y llorar, nunca había estado tan angustiada antes.

Por el reflejo del espejo pude ver a Elaine y el tipo que le daba la paliza al pobre muchacho que hablaban muy tranquilos y sonrientes. Hasta reían.

Me intenté ir del baño pero aquellas chicas me frenaron.

— ¿A dónde vas? ¿Qué piensas hacer? — Dijo una pelinegra.

— Voy a resolver esto. — Agregué con furia.

— No. Tienes que quedarte aquí, solo hasta que pase todo. — Comentó otra muchacha.

— ¡Tipo que está ahí afuera casi se vuelve un asesino! — Las tres se quedaron pasmadas por mis palabras. — Y seguro que por ser diferente.

Comencé a gritar como loca desde el baño pero ellas me retuvieron unos segundos hasta que realmente me calmé.

Llamé a mi madre en lágrimas y le supliqué que viniera lo mas rápido posible.

Luego me fui hacia la dirección donde tenían al chico golpeado.

— ¿Cómo está? — Entré.

Una profesora lo estaba vendando y otra intentaba llamar a varios números, quejándose a cada minuto de que nadie respondía.

Mientras que él, tenía la cara pálida, y ojeras. Aún le corría por la comisura de la boca un pequeño hilo de sangre que se agrandaba cuando tosía de forma espontánea e involuntaria.

Agarré de su mano izquierda el dedo índice, para presionarlo y soltarlo mirando atentamente el color que tardaba en llagar a la yema nuevamente, indicando una anemia severa.

Abrió en grande los ojos al quejarse del dolor que provocaba el desinfectante en las heridas, denotando un extraño color de ojos. Ni siquiera eran un gris claro, eran completamente blancos, con un anillo negro separando el iris de la esclerótica, y un punto negro en medio, sus pupilas.

De repente la puerta se abrió y entró una muchacha de no mas de veinte años. Peinada y arreglada como si fuera al trabajo. Una falda azul y ropa de mesera blanca y negra.

— ¡Angel! — Lo abrazó al chico. — Angelito ¿estás bien? — Le preguntaba de manera desesperada quien o que le había hecho eso.

— Lo golpeó un chico, yo lo separé de él pero ya lo había lastimado mucho. — Se me cayó una lágrima. Iba a comenzar a llorar y a gritar pero tuve una descompensación y mi presión tocó el piso de mi angustia, mi miedo.

Mi madre llegó justo a tiempo y nos atendió a los dos.

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