Siempre, siempre, (estaba seguro), ese extraño libro que parecía desportillado y demasiado viejo para estar entre los libros de su padres, y las partituras pulcramente clasificadas de su madre, había estado ahí. Lucía extremadamente fuera de lugar, y al mismo tiempo, apenas llegó a esa casa, sus ojos habían estado fijos en el objeto.
Aleksandrine Barnikov-Sénnikov, segundo hijo de ese hogar, se caracterizó desde sus primeros años en ser un chiquillo muy tranquilo. Con ojos iguales a los de su madre Anastasia, apreciativos y cabello casi tan oscuro como el de su padre, mostraba una serenidad inusual para muchos niños.
Aunque existía un comportamiento caprichoso que volvía de vez en cuando. El afán de cuestionar sobre algo que le llamara la atención, y en este caso, era aquel extraño libro que apenas posó sus ojos en él, se había apoderado de la curiosidad del niño. Pero siendo ese objeto tan importante, ambos padres, en especial su padre Faddéi se lo habían negado bajo las justificación de que era muy pequeño para tener cuidado con él.
Varias veces fue que se escabulle buscando subirse a una silla para sacar el libro, al punto de sobornar a su hermano mayor de bajarlo por él porque estaba en la repisa más alta del altísimo librero. Pero todo fue inútil pues hasta Matysh que era un poco más despreocupado con las travesuras, se negó a bajarlo, y realmente no tenía un interés en el libro.
No tenía idea que habían en esas páginas a todas luces demasiado antiguas para estar en esa casa, pero Aleksandrine, el pequeño Rine como le llamaban en su familia, siempre había sufrido el poderoso anhelo de buscar esas respuestas, a veces quedándose largos minutos observando.
A su abuelo, Alek, le llama mucho la atención que los ojos de su bisnieto más pequeño estuvieran fijos en el diario de un Omega, el más antiguo que se conocía, que portó el nombre de Aleksandrina Sénnikov, un nombre muy similar al del niño que ansiaba adentrarse en esas páginas y satisfacer su curiosidad.
El viejo Beta pensó, con sorpresa, que peculiar era el destino. Quizás, todo ese pasado estaba todavía encontrando su conclusión al unirse finalmente, encontrando a todos los involucrados. Alek recordaba pues, aquellos extraños días de los que su nieto y su esposa poco recordaban de su viaje a las tierras altas.
Y Alek siempre pensó en todo el esmero que ponía Faddéi en proteger a su hijo más pequeño; no porque amara con más intensidad a su hijo pequeño, si no por un impulso del cual el Omega apenas era consciente. Además que si bien su nieto sabía del libro, cuidándolo con extremo énfasis de que alguien lo tocara, nunca lo terminó de leer.
Faddéi mismo se encontraba confundido con su sentir cada que se acercaba a ese libro: »—Hay algo que me impide hacerlo; creo que es porque son memorias muy personales de ese hombre, a pesar de ser mi antepasado, siento como si no debiera terminarlo yo.
De una u otra forma, ese libro no había sido tocado por nadie desde que llegó a la casa de la pareja, siempre procurando ponerlo fuera del alcance de su hijo menor, quien, con cada día, ansiaba más poder leer ese diario.
Sin embargo, finalmente las piezas terminaron de colocarse en su lugar para llegar a la conclusión de un pasado, en una tarde de invierno.
Los padres de Rine, debido a un trabajo en conjunto de suma importancia de una puesta en escena que esa noche tenía su debut, y con su hermano mayor en un campamento durante las vacaciones cerca de la casa de sus abuelos paternos, se encontraba solo bajo el cuidado de su abuelo Alek.
El pequeño de ocho años vio aburrido el televisor con alguna vieja película que ni a su abuelo le entusiasmaba. La nieve afuera se apilaba pesada en el suelo, y los vientos golpean con fuerza todo a su paso haciendo imposible que saliera.
El niño, como era normal, miró con interés las escaleras al segundo piso, lugar donde estaba el estudio de sus padres y aquel libro que le llenaba de ansiedad por no poder leerlo. Alek notó el gesto, y lo comprendió sin mucha dificultad, sabiendo exactamente qué es lo que está en la mente del chiquillo.
—De verdad te molesta mucho saber que hay en ese libro, ¿eh? —Le dijo el viejo Beta a su bisnieto, que jadeo sorprendido al verse descubierto—. ¿Sabes qué es?
—No, no sé nada —explicó molesto Rine, cruzándose de brazos. Sus padres se negaban a decirle siquiera una pista—. Pero quiero saberlo.
—Es un diario —explicó Alek—, un diario muy importante.
El niño le miró con el ansia en sus ojos ámbar que pesaban con curiosidad, con el cabello tan oscuro como sus más viejos familiares describieron a la mítica persona llamada Aleksandrina.
Su nieto Faddéi siempre se negó a terminar ese diario, pero su hijo buscaba adentrarse en esas memorias con desespero. Alek no era un hombre supersticioso, pero...era como si el momento de abrir un baúl lleno de tristezas, de una vida, hubiese llegado, y la llave la cargara ese niño que desde que nació podría estar conectado con la tragedia que sus propios abuelos le relataron de lo poco que se sabía de Aleksandrina Lébedev.
—¿Qué tal si vemos que hay en ese diario? ¿Eh? —preguntó a Rine que abrió los ojos y sus labios totalmente sorprendido—. ¿Qué te parece? La película está horrible de cualquier manera.
—¿De verdad lo harías abuelo? De veras siempre he querido leerlo —confesó el niño inclinándose hacia el viejo Beta con sus manos en puños sobre sus piernas.
—Te lo puedo leer, así descubrimos junto que tanto hay ahí para que tus padres lo cuiden tanto —ofreció Alek.
No hizo falta más para que Rine jalara de la manga a su bisabuelo y lo llevara casi a rastras hacia el estudio donde estaba el libro. Empujó al viejo hombre a la silla que su madre usaba cuando ocupaba ese lugar una vez Alek bajó el diario, y él se sentó con expresión expectante a su frente sobre una silla pesada que arrastro de una esquina del estudio.
—Cuando estés listo —dijo Alek riendo con todo el trajín del niño.
—¡Lo estoy! Por favor, hay que comenzar —suplicó el niño, inclinándose en la silla, con su rostro apoyado en sus manos.
Alek asintió riendo un poco, y abrió el libro con mucho cuidado, pues las páginas tan desgastadas con el tiempo se sentían como hojas secas en sus dedos.
»Mi nombre es Aleksandrina Sénnikov, heredero de la casa bajo ese apellido. Hijo de Aleksander, cabeza actual del linaje, y de mi madre Inna Lébedev, nombre del cual hemos fingido olvidarnos con el fin de proteger mi existencia, al mismo tiempo que proteger su memoria.
Este diario lo escribo tras tomar la decisión de rescatar quien soy, y quien fue mis padres, en especial el nombre de mi desgraciada madre, quien nació en jaula de oro, de riquezas.
Tal vez mi origen, mi verdadero yo, deba ser olvidado por las circunstancias de una naturaleza que se creía imposible en alguien nacido varón; pero ansio al menos guardar aquí, en estas hojas, eso poco de mis pensamientos genuinos que pueda salvaguardar, aunque nadie más que yo sepa que exista este registro.
Como escribí al inicio, mi nombre es Aleksandrina Sénnikov y Lébedev, un Omega.
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Ruiseñor de Invierno [Omegaverse] [Hetero]
Romance[Segunda parte para la historia Omegaverse hetero "Ruiseñor de otoño] (Es recomendable leer la historia mencionada, pues da un poco de contexto a los personajes mencionados al principio, y a Aleksandrina). Desde que nació Aleksandrina su padre supo...