4. Balada de una historia

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No era extraño ver a padre e hijo discutir, al adolescente enrojecer de rabia, a veces incluso desquitando su enojó con los vestidos que tenía que usar si quería salir de la casa. Las sirvientas, y su tutor, veían con dolor como su señor prefería dejar al joven gritarle todo tipo de reproches.

-¿Quiere que hable con él? -le preguntó Fiódor, mirando a su señor suspirar con fuerza tras otras discusión, una especialmente violenta, que casi le hizo querer imponer sus ventajas como Alfa para tranquilizar el arranque de ira de su hijo, pero comprendió, que no podía esperar que Rina recibiera con brazos abiertos los vestidos que traía, al final, esa era otra forma de opresión.

-No, supongo que es imprudente haber traido esto como si fuera un regalo; comprendamos un poco su tormento; ¿Cómo podemos ayudarle? -se preguntó a si mismo en un murmullo-. Si estuviera ella...

-Señor -lamentó Fiódor-. Si me permite decir mi opinión: creo que debemos ser más honestos con el joven, lo encerramos tanto del mundo, que tal vez no comprende porque hace todo esto; además, que usted es su padre, y como heredero, debe respetarle.

-Yo quisiera a veces, exigirle eso -comenzó a caminar Aleksander a su oficina-. Pero siempre que recuerdo que lo obligó a ocultar quien es, que este mundo, y yo, le quitamos su libertad, me es difícil hacerlo; por eso -el Alfa se para frente a la puerta de robusta madera donde se encierra a trabajar la mayor parte del tiempo-, no tengo el corazón de decirle nada.

-Pero esto no puede seguir así Señor -reiteró Fiódor-. Tiene que ser honesto con él: tanto con lo de su madre, como con la realidad con este mundo con los de su clase.

Aleksander miró a su consejero con enorme conflicto, pero asintió, pues sabía que no podía seguir manteniendo a su hijo en la ignorancia.

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A veces se sentía estúpido gritando a su padre, pues este, se lo había dicho incontables veces, hacía todo eso para evitarle una desgracia futuro; si bien, era conocedor, gracias a sus lecciones, platicas con la servidumbre, y la literatura que caía en sus manos, del tipo de rol que un Omega debía fungir en su mundo, no comprendía la necesidad de humillarle a vestirlo, al cambiarlo, de esa forma.

Poco sabía en realidad como eran las reglas fuera de su casa, siempre que salía, su padre se encargaba de todo, y mediaban sus interacciones con otros. Le acusó de mentiroso en su última discusión; a veces sentía que el obligarlo a estudiar la etiqueta de una mujer, el dejarse el cabello largo, o los vestidos, era una forma de castigarle por haber nacido como lo que era.

Sin embargo, Rina, conocía a su padre, o creía poder decir que lo hacía: Aleksander era un Alfa, pero siempre intentaba mostrarle cuando le amaba como padre, y lo mucho que atesoraba su existencia.

-Rina -llamó una voz al otro lado de su puerta, tocando un par de veces.

-Pasa, padre -concedió él; agotado por su furia de hace un rato, pocas ganas tenía se seguir peleando.

-Sobre lo de hace un momento... -comenzó el Alfa, buscando una silla en la habitación para sentarse frente a su hijo, que estaba sentado en su cama, con su cabeza gacha, mirando sus manos sobre su regazo-. Sé que he sido injusto, pero tu también has únicamente buscado la forma de descargar la furia conmigo, sin querer comprender.

-¡Si bienes a justificar...!

-¡Silencio, y escúchame! -Alzó su voz con fuerza-. Sé que debí decirte la verdad, y vengo a responder todo lo que siempre has querido saber, esperando comprendas porque es tan importante que ocultes tu identidad.

-Como si realmente fueras a decirme que pasó con mi madre -susurró el adolescente entre dientes, mirando sus manos. Los cabellos castaños que caían sobre los hombros del mucho le hacían ver pequeño, y solitario.

Ruiseñor de Invierno [Omegaverse] [Hetero]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora