Clausura. Las memorias del Postludio

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Alek se sentía muy cansado, una sensación curiosa al acompañar una clase de ligereza que sentía. No iba a mentir: cuando era niño, pasó mucho tiempo intentando averiguar la verdad en la historia que le contó su abuelo y sus padres; sin embargo, nunca pudo saber la verdad del destino de Aleksandrina, quien su destino fue incierto al no tener el conocimiento de lo ocurrido con aquel diario.

Aleksandrina se había desvanecido con el viento, y el relato familiar fue lo que se conservó durante generaciones. Al menos hasta los padres de Faddéi, quienes no pensaron importante pasar aquel cuento que pocas respuestas ofrecía, o qué importancia parecía tener.

Recordaba aquel evento donde Faddéi y Anastasia fueron a tierras altas, a aquella antiquísima casa familiar de la cual no quedaban más que ruinas. Ambos habían regresado con una marca en el cuello, y sin memorias de lo que fuera que ocurrió cuando se encontraron.

(A pesar de no poder sacar en claro lo ocurrido, Alek percibió una profunda paz entre ambos, tal como quien llega a una conclusión de algo que estuvo mucho tiempo pendiente).

Pensar en el relato de Aleksandrina todavía era un poco triste: la pérdida de una madre que nunca conoció, el vivir enjaulado por su propio bien, y finalmente, el hecho de negar a su propio padre para poder vivir tan libre como le fue posible...

»Entonces, con estas últimas páginas, he decidido concluir aquí mi relato: hoy es el día en que nace mi segundo hijo. Mi esposa ansía una niña; yo por mi parte, solo espero que el niño nazca sano, pues de cualquier forma le recibiré feliz. Sea a donde tengan que llegar esta palabras; o si al final nadie las conoce, al menos me libero de contar la verdad de mis padres como la mía. Aunque esto no vaya dirigido a nadie, espero que mis palabras sirvan de algo.

—¿Y qué dicen las otras páginas abuelo? —preguntó su bisnieto. Aleksandrine estaba sentado frente a él, sobre un enorme cojín en el suelo.

—Bueno —aclaró su garganta Alek, mirando la enorme curiosidad de Aleksandrine brillar en sus ojos—, no fueron escritas por Rina, sino por sus hijos, no puedo decir cuál de ellos pues algunas páginas están escritas con una letra diferente...pero, hablan de lo que pasó con la familia, y un poco de su infancia.

Alek leyó las pocas páginas escritas por los hijos de Rina, Alexei (el primogénito), y Karenina.

Aquellos niños vivieron una infancia pacífica, feliz; ambos chicos quizás se vieron un poco en conflicto por la naturaleza de su padre que descubrieron única, y que se veían siempre recordados de ocultar. Los problemas que Rina pasó peleando con el resto de las ramas de los Sénnikov cuando tomó su lugar como heredero, tras la muerte de su padre, para, finalmente, relatar cómo se vieron superados por todos los otros miembros de la casa, debiendo abandonar la vieja casa, y su hijo mayor cedió su derecho como candidatos a la nueva cabeza de la familia cuando amenazaron a su hermana.

Cuando dejaron la vieja casa, resguardaron el diario de su padre en ella, avergonzados de no poder retener su legado, y pensando que al menos esos recuerdos deberían permanecer ahí.

—¿Y qué pasó con la familia? Fueron unos tontos con ellos. No les hicieron nada para que los trataran así —dijo enojado Rine a su bisabuelo, que sonrió triste pensando cómo explicar al pequeño las implicaciones de la avaricia en las personas.

—A veces la gente es envidiosa y cuando pueden quieren lo que tienen otros —dijo el hombre—. Y lo que querían ellos, lo tenían Alexei y Karenina. Al parecer gastaron mucho de ese dinero en cosas que no pensaron bien, y bueno, se acabó —explicó Alek—, pero los hijos de Aleksandrina parece que pudieron conservar lo suficiente.

—Entiendo —dijo el niño asintiendo pensativo. Para ponerse de pie y acercarse al viejo Beta—. ¿Abuelo Alek, no había un dibujo que mencionó Rina? Me acuerdo que su esposa lo hizo.

—¡Oh, es verdad! —exclamó Alek dándose cuenta que lo había olvidado. Observó el grueso diario sin ver nada inusual, y se lo ofreció a su bisnieto—. ¿Podrás echarle un vistazo tú? Mis ojos ya están cansados; aunque no veo nada...

—Por supuesto abuelo —El niño tomó el libro con cuidado—. Dijo que los habían escondido bajo la cubierta...Aquí —señaló el niño pasando sus dedos por la parte interna de la tapa trasera—, se siente más grueso que la del frente —indicó el niño acercando el diario a su abuelo para que tocara.

—Es verdad —confirmó—. Pero esto es muy viejo, así que no podemos simplemente arrancarlo; ¿puedes ir al librero que tengo allá? Creo que aún conservo un abrecartas. Que ya nadie usa cartas, pero no podía tirarlo —dijo Alek riendo.

Alek tomó el abrecartas con delicadeza, agradeciendo que su pulso se mantuviera tan firme como el de un hombre de cuarenta. Pasó el filo por debajo del papel que protegía la tapa por dentro, hasta que lo levantó lo suficiente para jalarlo fácilmente con sus dedos.

Dentro habían más dibujos de los que había descrito Aleksandrina: uno donde Natalya y él estaban parados juntos, con el Omega vestido como doncella; otro con Rina sin camisa y cabello cayendo sobre sus hombros, tal como había descrito el día de su confesión a su Alfa.

Los otros dos consistían en un retrato de Rina vestido con su identidad falsa, con una expresión más bien lóbrega, y el ultimo (que Alek no pudo evitar que su nieto viera pues el niño ya tenía los ojos fijos en él), era donde ambos estaban sentados juntos, luciendo felices, mostrando sus cuerpos tal cual eran en su desnudez.

—Se parece un poco a papá —dijo el niño sin parecer muy incómodo con aquel retrato donde estaban desnudos (Alek pensó que esas pinturas renacentistas que Faddéi tenía en su casa habían tenido su efecto)—. ¿Tú que piensas abuelo?

Los dibujos se habían mantenido casi intactos por haber estado tan bien resguardados. Alek estudió los detalles: en efecto, Rina se parecía bastante a Faddéi, pero...en ese rostro veía la viva imagen de su bisnieto más pequeño.

Era idéntico a Aleksandrina.

—Pues sí que se parecen —dijo el hombre, decidiendo no confesar que el niño era casi su retrato exacto; probablemente cuando sea adulto serían idénticos...

—Asombroso —dijo el niño, tomando el retrato de Rina donde estaba sin camisa—. Seguro dio miedo cuando le contó su secreto...Rina fue muy valiente, y me gusta que parece que fue feliz.

—Seguro lo fue —asintió el viejo Beta.

—¿Debería enseñarle a mamá y papá estos dibujos? —cuestionó Rine, pasando sus ojos, aún intrigado, sobre aquellas imágenes.

—No. Creo que tú deberías conservarlos —dijo el hombre con una sonrisa—, pediré que los enmarquen para que no se maltraten ni dañen. Debemos pegar de nuevo el papel que los cubrían para que tus padres no se enojen.

Alek sentía que eso era lo correcto: aquella historia, si no se equivocaba, no estaba destinada a ser leída por o para ellos, ni siquiera estaba seguro que él debió haberla visto; de cualquier forma, tenía certeza que eso le pertenecía a Aleksandrine.

—Hijo, si en un futuro fueras un Omega, ¿te disgustaría? —preguntó el hombre antes de levantarse a buscar pegamento para pegar aquella parte del diario.

Rine se sentó en el sofá donde antes estaba su abuelo para ver los retratos con más comodidad, y alzó sus ojos para ver el rostro del viejo Beta.

—Creo que no —dijo el niño con una expresión extraña—, y supongo que podría escribir un diario.

Alek sonrió. Suponía que no podía haber esperado otra respuesta.

Rine pensó que Aleksandrina lo observaba sonriente desde aquel retrato donde estaba feliz, con su amada a su lado.

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Ruiseñor de Invierno [Omegaverse] [Hetero]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora