3. Enjaulado

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La naturaleza de Aleksandrina se hizo evidente con el pasar de los días apenas éste alcanzó la adolescencia. El joven, por donde pasará, comenzaba a desprender en su presencia un esencia cada vez más notoria, totalmente diferente a la de cualquier Alfa o Beta. El patriarca de esa casa, su padre, se veía cada vez más firme en obligarlo a aprender el rol falso, ese que sería su única forma de salir de su casa.

Es que el chico era diferente a cualquier Alfa o Beta que hubiese existido, incluso todavía más particular que cualquiera de los nacidos bajo su naturaleza. Aleksandrina había nacido Omega, el primer varón bajo esa jerarquía del que se tenía registro de haber nacido, al menos en esa nación.

Aleksander supuso que no era extraño que, de haber nacido más, las familias decidieron haber ocultado con todos sus recursos ese hecho, tal como él lo estaba haciendo. ¿Los habrán mantenido a salvo de ser real esa suposición? Fue una de las preguntas de la que buscó de manera infructuosa una respuesta, sin resultado alguno. Estaba solo en su tarea de saber cómo brindarle una oportunidad de vivir como un humano, no como una mercancía lista para cerrar algún trato.

Habían familias muy poderosas que podrían obligarlo a ceder a su propio hijo, tal como la de aquel hombre que hizo imposible que Inna viviese un poco de libertad. Con dolor, siempre añorando su preciosa voz, Aleksander deseaba haberle preguntado si los días que pasaron juntos al amanecer lograron disipar un poco de esa jaula en la que ella se veía desde su nacimiento.

Y se odiaba profundamente, pues (de alguna manera), él estaba siendo orillado a resguardar a su hijo de una forma similar, aún si lo hiciera por el amor que le tenía. Ahora mismo, el Alfa era el carcelero, el responsable de colocar cadenas a su propia sangre.

Aleksandrina apenas le correspondía la mirada, ya no le saludaba, pasaba a su lado en silencio cuando se cruzaban en el los pasillos. En las grandes fiestas que se veía obligado a asistir, algunas veces a organizar, para mantener su estatus comercial y las sospechas calladas, su hijo comenzó a hacer aparición.

En esos elegantes salones Aleksander Sénnikov aparecía con una preciosa jovencita de palabras nulas, mirada distante, y de nombre Irina, quien siempre se mantenía a lado de su padre, logrando aislarse de cualquier persona que buscará acercarse.

Aleksandrina era consciente de lo que significaba haber heredado ese rasgo de su madre, esa estampa que estaba determinando su vida sin que él tuviera voz o derecho de desafiar ese destino. Y se odio a si mismo con fiereza cuando descubrió que conforme se acercaba a la cumbre de su adolescencia, tendría que temer a la vulnerabilidad e instinto al que su cuerpo se vería sometido.

—¡Tienes que estar mintiendo! ¡No puedo sufrir eso también! —gritó el chico a su padre, que con mirada baja, negó suavemente con su cabeza.

—Ojala todo esto fuera una mentira; ojala pudiera hacer algo mejor para ti —se lamentó Aleksander frente a su hijo, permitiendo que sus emociones se derramaran en un pequeño temblor de su voz, aunque para el joven que estaba sumido en sus suplicio esto pasó inadvertido—. Eres un Omega, no hay duda, desde que naciste lo sé. Y es por eso que puedo asegurarte que debemos prepararnos, ese día en que tu naturaleza se haga presente, un momento que se repetirá de manera incesante, llegará sin que podamos cambiarlo.

Rina se dejó caer en una silla frente a su padre, viéndose abatido, y con las lágrimas siendo tragadas por su rabia. Fue cuando, con el cansancio de ver esa verdad innegable, ese destino que se posaba sobre sus hombros, asfixiante, alzó sus ojos; el joven vio la figura de su padre encorvada, luciendo cansado, más viejo de lo que en realidad era.

Aún no podía comprenderlo, mucho menos perdonarle el dolor que era negarse así mismo, aunque Aleksander poco fuera responsable de las circunstancias que él comenzaba a conocer fuera de esa paredes.

—¿Hay algo más que debo saber, padre? —preguntó en un suspiro quebrado, que escapó entre sus dedos que cubrían su joven rostro.

El Alfa sonrió al escuchar como todavía le llamaba "padre".

—Sólo que te protegeré mientras viva hijo, y te enseñaré a hacerlo cuando yo falte —juró con sus ojos verdes llenos de dulzura.

Los sirvientes fueron avisados de lo que se avecinaba, nuevamente recordándoles su juramento de lealtad hacia él, y su obligación de guardar la naturaleza de Rina dentro de esa paredes. Nadie dentro de esa propiedad podía ser una amenaza para los instintos de Rina, pero anhelaba que por lo menos su hijo pudiera ser tan libre como el lugar donde creció le podía permitir.

Su primer celo fue doloroso, aterrador, y se sintió tremendamente solo al ser el único que tendría que pasar por eso. Resintió a su padre de recibirle con una expresión tranquila, mientras él se ahogaba en el terror y vergüenza de en lo que tenía que convertirse cada vez que esos días llegaron.

—Lo siento —eran las palabras que normalmente su padre le decía cada que estaban a punto de hacer presencia en público.

Aleksander continúo insistiendo en ocultar su identidad. Fuera de su hogar era una mujer, y no le costó con su rostro ser idéntico a una. Su tutor le ayudó a instruir en la etiqueta adecuada para completar con perfección su papel: aprendió a bailar en el rol que debía interpretar, a hablar como se suponía los demás podrían esperar (lo más complicado, pues su voz seguía cambiando junto con él).

Claro, ser un Omega (aunque fingiera ser una mujer), representaba todavía una amenaza, pues los pretendientes, los compradores, no se hicieron esperar cuando comenzó a entrar en la adultez.

Aunque, cuando estaba en la privacidad de su cuarto vestía dentro de lo posible como hombre, como esa identidad a la que él aún se aferraba en secreto, únicamente frente a su padre y quienes le vieron crecer.

La amargura e impotencia se volvió parte de Rina, de sus ojos cristalinos, tan idénticos a los de su madre... ¡Cuantas reclamos pasaban por ese dolido mirar! Cada uno como una llaga para Aleksander, que no sabía otra manera de cuidar de lo único que consideraba precioso en su vida.

—¡Odio con cada día de mi existencia, el ser esto! ¡Odio como nunca podrás comprender, tener que simular un papel que no soy! —gritó cuando perdió la paciencia, desgarrando el vestido que los sirvientes habían preparado para él.

—Hijo, tú eres tan especial —le dijo viendo el cuerpo del adolescente temblar, sus ojos enrojecidos y su respiración agitada—. Eres tan especial, que eso es peligroso.

Hubieron días en que Irina decidió no aparecer en las fiestas, cada vez con más frecuencia. Sin embargo su nombre comenzó a ser conocido con sus pocas apariciones, y el nombre de su familia a ganar prestigio conforme los negocios de su padre se consolidaron.

Sin embargo, Aleksandrina Sénnikov, era un joven miserable, dividido entre una identidad falsa, o vivir encerrado para ser el mismo.

Ruiseñor de Invierno [Omegaverse] [Hetero]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora