Capitulo 11

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"Una Pregunta, una Respuesta"

Inuyasha salió de la casa a la vez que se adentraba en la oscuridad de la aldea desolada. La luz que emitían las linternas de Ahome se había quedado dentro de la casa al igual que la visión de la que deseaba alejarse. El solo hecho de recordar aquella escena entre Miroku y Sango le sacaba de quicio, aquella ira exaltada le dominaba y le era imposible deshacerse de ella. No le cabía en la cabeza como era posible que esa sola imagen pudiera enfurecerlo de tal manera, y se preguntaba el por que de esa reacción ¿Por que demonios tenía que sentirse así¿Por qué, maldita sea, tenía que tener aquel sentimiento incrustado en las entrañas? Ni siquiera él mismo podía precisarlo. Esa despreciable imagen daba vueltas en su cabeza sin que existiera forma de poder sacarla de allí; trataba, pero no podía. Golpeó el suelo con el puño tratando de descargar su enojo, pero no fue suficiente, se sentía tan mal que ni siquiera aquellos deseos locos de destruir algo lo satisfacían… Caminó hacía las escaleras del templo que se encontraba próximo a la cabaña, deseaba alejarse, aunque solo fuera por unos momentos, de todo lo que le rodeaba. Miró entre la oscuridad, y divisó las escaleras de piedra que a cada escalón parecía perderse más y más en la negrura de la noche, y casi por inercia comenzó a subirlas, peldaño a peldaño.

Por un momento llegó a creer que una luz blanca emanaba del templo y se sintió guiado por ella, pero al seguir avanzando de dio cuenta que aquella luz blanca que había estado siguiendo era la luna, que había estado ocultándose detrás del templo y que al avanzar, se dejó descubrir, blanca y serena.

Los pensamientos que emanaban de su cerebro seguían siendo sombríos, tanto era así, que hasta la pequeñeces más insignificantes le desagradaban, el murmullo del viento, las nubes cubriendo el cielo, incluso llegó a pensar que era una verdadera ridiculez que la luna fuera tan blanca, nada era tan inmaculado en este mundo, ni siquiera las personas que deseamos que lo sean… Pero en el fondo sabía que esa era una metáfora inconsciente… Se preguntaba que era lo que Sango podría haberle visto a ese estúpido monje pervertido ¿Cómo fue que se había atrevido a perdonarlo luego de todo lo que le había hecho pasar? Y quizás lo que más lo molestaba –incluso más que la luna tan blanca-, era el hecho de que le hubiera permitido a ese rozar sus labios…

Sin poderlo evitar, un fugaz sentimiento se filtró en su pecho atrayendo consigo una imagen. Una imagen diferente a la que lo torturaba. Fue tan repentino que le costó asimilarlo, pero después de un momento se sintió como trasladado a un pasado en el que se sentía mejor: la imagen de la exterminadora herida en sus brazos volvió a su cabeza… su delicado rostro, y su frágil cuerpo… Parecía tan lejana aquella sensación, que le costaba creer que había sido ase mismo día.

Cuando menos lo pensó, ya se encontraba frente al templo abandonado. Y notó que no sabía que hacer. Nunca había creído en Buda, aquel ser contemplativo que instaba a meditar para encontrar la respuesta en uno mismo, y la verdad, dudaba algún día poder hacerlo, eso de encontrar la verdad en uno mismo parece bastante improbable; sin embargo, había acudido al templo con la intención de alejarse de la enorme confusión que hacía nido en su cabeza… Tal vez, y solo talvez, si ponía mucha fe en ello, la respuesta a aquel hueco que se acrecentaba en su pecho a cada respiración, vendría a su mente… Cerró los ojos y esperó… Estando así, frente al templo como con la esperanza de que apareciera una respuesta milagrosa descendiendo del cielo, comenzó a sentirse tonto.

Se avergonzaba por haber querido creer.

Y muy molesto por verse ignorado por Buda y sus estúpidas recomendaciones, se subió al árbol que encontró más cerca, acomodándose en una rama gruesa que le permitía costarse cómodamente; e indignado, se quedó allí, observando esa ofensiva luna blanca entre las hojas.

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