Tirando de las cuerdas

Capítulo 31: parches delicados

Poseer anime no tiene sentido. No ser dueño de anime no tiene sentido. La vida no tiene sentido. Todo no tiene sentido. Ser sin sentido no tiene sentido.

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Cuerdas de desplume

"La naturaleza solo usa los hilos más largos para tejer sus patrones, de modo que cada pequeño trozo de su tela revela la organización de todo el tapiz". - Richard P. Feynman

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Chijinda Kei nunca sintió realmente que pertenecía a Kumogakure. Como el sexto hijo de una familia numerosa, prácticamente se esperaba de él que se convirtiera en un shinobi. A sus hermanos se les permitió tomar trabajos normales, dirigir la tienda familiar, ir a aprender oficios; incluso se convirtió en un escritor semi exitoso. Sin embargo, su padre no permitiría dos escapadas en la familia, y sin necesidad de un tercero en la tienda, la academia de Kumo era su única opción. Bueno, no del todo. Se convirtió en un ninja, o fue expulsado en desgracia.

No le gustó. No le gustaba la pelea. No le gustaba el entrenamiento constante. Él odiaba la violencia. Había esperado graduarse, pasar a Chuunin y desvanecerse en el fondo, viviendo una vida tranquila en las misiones más aburridas y sin brillo que podía encontrar. No creo que ni siquiera le importaría convertirse en uno de los Genin carrera que eran el blanco de todos los capaces broma del ninja. Hace unos años, incluso podría haber sido posible.

La guerra cambió todo eso.

De repente, estaba atrapado en el frío helado de Frost Country, patrullando y protegiendo con una espada constante de Damocles colgando sobre su cabeza. Había visto combate solo una vez, una emboscada fallida en un desolado paso de montaña, la nieve le llegaba hasta la cintura, y había sido suficiente para apagarlo por completo. Pero no era como si pudieras retirarte de ser un shinobi. No en Kumo. Su cultura se basaba prácticamente en su poder y fuerza militar. Dejar el cuerpo hubiera sido peor que convertirse en rōnin.

Había una razón por la que Kumo resultó ser tan poco nuclear.

Su único bálsamo en esta vida de miseria forzada fue Amai, la hermosa aprendiz de herrero que recientemente estableció su propia tienda. Era inusual que, una herrera femenina. Kumo apenas tenía ese tipo de prejuicio, pero eso no significaba que ciertas profesiones no estuvieran ... desanimadas, para las señoritas. Las cicatrices obtenidas en la batalla fueron vistas con orgullo. Las cicatrices que ganaron en la fragua se consideraron un desperdicio. Kei no lo vio así. Vio las pequeñas rayas blancas contra la piel oscura de Amai como prueba de su dedicación a un oficio que había sido disuadido contra toda su vida.

Sólo deseaba que él tenía esa clase de espíritu. Entonces podría haber sido capaz de enfrentarse a su padre.

Hizo todas las excusas que pudo para ir a verla, gastando mucho más en kunai de lo que usaría y revisando sus estantes de armas finamente diseñadas por minutos a la vez. Cuando ella apareció por primera vez detrás de él, comentando sobre una reluciente Naginata exhibida en la pared, él solo había balbuceado incoherentemente. Ella se había reído, un hermoso sonido ahumado. Ella lo había encontrado divertido.

Seguía volviendo, esperando escuchar esa risa de nuevo. A ella no parecía importarle la compañía, hablando con él sin hacer nada. Hablaba sobre todo de armas y su oficio, pero a él no le importaba. Simplemente disfrutaba oírla hablar. Finalmente, comenzó a abrirse un poco, diciéndole lo incómodo que estaba con su vida, con la presión de la sociedad de Kumo que lo agobiaba. A medida que avanzaba la guerra, él le contó más. Sus temores de que la próxima misión sea la última. Que un Konoha Kunai encontraría su marca en su cuello.