Capítulo 15 - SUPERDEPREDADOR

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El viento frío y aullante que entraba por las puertas correderas del Twin Huey traía consigo un familiar olor a tierra áspera y quebradiza. Era polvo, sólo eso, y sin embargo había algo especial en la seca atmósfera que atravesaba el helicóptero, algo que a Santana le recordaba a su infancia.

—Eh, despierta. —Blanco arrojó una bola de papel a Santana para que saliera de su ensimismamiento.

El joven atrapó la bola en el aire y se quitó los cascos, que en estos momentos reproducían Nothing Else Matters de Metallica.

—No deberías lanzar documentos confidenciales al aire, superespía-sección-3. Si la bola cayera del helicóptero y alguien lo leyera, incurrirías en un delito de divulgación de secreto corporativo.

—El papel estaba en blanco —aseguró su compañera—. Más o menos como tu cerebro.

—Oh, humor refinado, ¿no te parece, Kenshin?

Kenshin no contestó. Aún cerraba los ojos y masticaba el decimocuarto chicle del viaje.

—¿Sabes que la fenilalanina de los chicles posee efectos laxantes? —preguntó Blanco con malicia.

—La fenilalanina y el sorbitol corren por sus venas, nena —respondió Santana.

Kenshin asintió.

—Menudo par de tarados.

El helicóptero sobrevoló los campos de trigo que rodeaban San Juan, que en la noche eran virtualmente idénticos al terreno yermo y árido que los rodeaba. Después, siguió avanzando el sur.

—Inserción en dos minutos —informó el piloto.

Corona se puso en pie. Aferrada a la barra de sujeción del interior del Twin Huey, la mujer habló con voz alta y clara para imponerse al rugido de los motores:

—De acuerdo, niños. No quiero chistes, bromas ni ninguna clase de informalidad allí abajo. A partir de ahora entramos en terreno desconocido y seguramente hostil. Seguiremos las instrucciones de Inteligencia al pie de la letra con precisión y rapidez y regresaremos al punto de encuentro con los bolsillos y, a poder ser también los cartuchos, llenos. ¿Entendido?

—Sí, señora —respondieron al unísono los integrantes de EOS 5.

El helicóptero salvó los últimos cientos de metros que lo separaban de la base aérea abandonada. Fue a detenerse suspendido en el aire a quince metros sobre un solitario aparcamiento para empleados civiles que comunicaba con el edificio a través de una puerta trasera.

Como estaban acostumbrados, los miembros de EOS 5 descendieron al terreno en rápel. Cuando sus pesadas botas militares pisaron el asfalto del aparcamiento, sus compañeros del helicóptero recogieron las cuerdas y el vehículo se retiró a las alturas. El Twin Huey desapareció hacia el norte para que el equipo de reconocimiento abordo siguiera trabajando en un escaneo y mapeo de la base, que el EOS 5 recibirían en tiempo real en sus PDAs.

Después de cinco horas de rugido mecánico, el silencio sepulcral que el helicóptero dejó tras de sí al desaparecer de la vista resultaba casi palpable.

—El tiempo estimado es de doce horas —recordó Corona al grupo a través del comunicador de su casco—; seguramente, el gobierno envíe a algún equipo de palurdos a investigar lo que ha ocurrido. No queremos que encuentren nada que no deban saber. Ni a nosotros, por supuesto.

Los miembros del EOS 5 asintieron. Caminaron en formación de reconocimiento, separados al menos diez metros entre sí, con sus rifles apuntando al suelo pero cargados y listos para entrar en combate.

[Pʀīϻʌʟ 99]Where stories live. Discover now