Clara cerró la puerta tras de sí sin importarle qué hubiera al otro lado. Desde luego, no podía ser peor que aquella bandada de criaturas pequeñas pero aterradoras que la perseguían en la oscuridad.
Clara sabía lo que eran; había visto suficientes películas y videojuegos de aventuras con su hermana y sus amigos. ¡Eran dinosaurios! Una especie muy pequeña, eso sí: aquellos seres eran del tamaño de una gallina. Pero aunque pudieran parecer inofensivos, había al menos veinte, y tenían unos dientes diminutos pero afiladísimos.
Los Procompsognathus habían sorprendido a Clara en su largo deambular por los pasillos del complejo. Se habían arrojado contra ella para morder y arañar su camiseta, sus pantalones y hasta su pulsera de caramelos, que le habían arrancado sin que ella se diera cuenta.
Ahora, aquellos chillones depredadores se arrojaban como locos contra la puerta del armario en que su presa se ocultaba.
—Por favor, Viki, ven pronto —murmuraba Clara una y otra vez mientras un par de silenciosas lágrimas caían por sus mejillas.
Debía haber hecho caso a su hermana aquella noche; debía haberse quedado en casa. Pero tan pronto como Viki y sus amigos cogieron sus linternas y se marcharon en busca de la Garra Negra, Clara cogió su propia linterna de color rosa y corrió tras ellos. Su plan parecía muy fácil, pero en realidad atravesar la llanura a oscuras, con tantas piedras y arbustos, resultó muy complicado.
Ella pensaba que caminaba en la dirección correcta, que daría muy pronto con el camino que había mencionado la señora Manolita. No sabía que en realidad caminaba en la dirección equivocada. Cuando se produjeron el temblor de tierra y el vendaval y las luces del pueblo se apagaron, sencillamente, Clara no supo volver a casa.
La muchacha caminó durante toda la noche. Entonces, cerca del alba, ocurrió lo que ella más temía: la Garra Negra, con sus gorjeos y graznidos, hizo su aparición. Lo único que Clara pudo hacer fue correr a esconderse en el interior de lo que, desde lejos, le parecía una casa de campo.
Y ahora todo estaba perdido. Por haber desobedecido a su hermana, Clara se encontraba atrapada en un lugar oscuro y siniestro, una especie de castillo embrujado plagado de monstruos.
—Lo siento —murmuró Clara.
Naturalmente, nadie escuchó sus disculpas. Sin embargo, en ese mismo instante, pudo oírse un sonido muy peculiar que retumbó a lo largo y ancho del pasillo. ¿Había oído bien? Sí, era un ladrido lo que Clara acababa de escuchar. Había un perro en el pasillo.
—¡Me cagüen diez! —gritó la voz de un anciano después—. ¡Largo de aquí, pollos raros!
El perro volvió a ladrar, y los odiosos Procompsognathus se alejaron de la puerta para perderse pasillo abajo sin dejar de chillar y silbar.
Era ahora el perro del pasillo quien arañaba la puerta.
—¿Quién hay ahí? —preguntó el anciano desde el exterior.
Cuando se abrió la puerta, el haz de una linterna se introdujo en el armario de mantenimiento. También el perro se coló rápidamente y comenzó a lamer a Clara, que no pudo evitar reír.
—Pero bueno, niña —exclamó el anciano—. Yo a ti te conozco.
Clara también conocía al señor que se había enfrentado a los pequeños dinosaurios. Conocía incluso al perro que ahora jugaba con ella. Ellos eran Emilio bocachica, el marido de Manolita, y Piñón, el galgo de Fabián el barbero.
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[Pʀīϻʌʟ 99]
AventuraDurante el caluroso verano de 1999 en la diminuta y aislada localidad de San Juan, Viki y sus amigos Jonathan y Michaeljordan pasan las tardes viendo las mismas películas de aventuras, ciencia ficción y terror en VHS una y otra vez. También acostumb...