Hacía tiempo que habría dejado de preguntarse si era real. Tampoco conocía el motivo por el que nadie más podía verlo, ni por qué los adultos se frustraban tanto cuando les decía que pasaba horas hablando con él, así que también había dejado de insistir en que lo era. Al final ya le daba igual. Llevaba mucho apareciendo en su ventana, noche tras noche.
Ella ni siquiera sabía lo que quería aquel extraño niño que aparentaba su edad, o por lo menos no lo que pretendía cuando apareció por primera vez.
Lo que sí que tenía por seguro es que ellos dos compartían algo más que simple amistad.La primera vez que apareció, con su mirada risueña y con su dulce e inocente sonrisa, parecía que se había perdido. Se balanceaba en el marco de la ventana abierta, como si no temiese caerse. Ella recordaba haberse asustado mucho, pero todos sus miedos desaparecieron cuando vio su rostro iluminado con la tenue luz que llegaba de las farolas de la calle. En ese momento comprendió que él no tenia la intención de hacer nada malo.
—¿Eres Peter Pan?— le preguntó ella.
—Salta a la vista que no. Mi pelo es demasiado oscuro para ser pelirrojo y me temo que no sé volar más de veinte segundos seguidos. — respondió tranquilo.
El tono de su voz le hizo abandonar cualquier duda que tuviese sobre el visitante de la ventana. Le dejó entrar educadamente y ambos se sentaron en la cama desecha de la pequeña. Entonces tendría ocho años. A sus diez ya se conocían como nadie.Ella le contaba todo lo que hacía en casa, en el colegio o con sus amigos tangibles. Él escuchaba. Escuchaba. Y escuchaba. Casi nunca hablaba sobre su vida. Se dedicaba a reír, afirmar y mirar. Dirigirle aquellas profundas miradas iluminaba la cara de su anfitriona. De vez en cuando le contaba alguna cosa que había visto, pero nada relacionado directamente con él. Las anécdotas de la gente que había en la calle, los delirios de los escritores o la complejidad del mundo en el que vivimos. Ella se quedaba muy callada cuando él hablaba. Habría los ojos como platos y dejaba volar la imaginación hasta donde su pequeña cabecita se lo permitía. Consideraba su voz como un regalo. El regalo que siempre aparecía en su ventana noche tras noche.
Fue casi inevitable que aquellos dos críos acabasen enamorados el uno del otro. El suyo era un amor inocente. Se tumbaban en la cama para hablar, mirando al techo. De vez en cuando ella se giraba sorprendida para dirigirle un "¿En serio?" o un "Ojalá hubiese estado allí", sabía que él también se giraría para reírse tímidamente.
Otra cosa que les encantaba era mirar por la ventana. Imaginaban como serían las estrellas, aunque la luz de la ciudad les impidiese verlas. Podían ver a la gente pasando, con miles de historias distintas en las que ellos no eran ni por el asomo partícipes. Se preguntaban si ellos también tenían algún visitante noche tras noche.Y así transcurrían las semanas,los meses y los años. El visitante era un hombro en el que llorar, alguien en quien desahogarse, un amigo con quien reírse... era alguien muy especial para aquella niña. En cierto modo, era una de las pocas personas en las que podía confiar. Siempre con esa sonrisa, nunca parecía juzgarte.
Pero el visitante tenía sus horarios. Aparecía siempre a la hora de acostarse. Desaparecía cuarenta minutos más tarde. A ella le encantaba verle desaparecer, pero le apenaba profundamente.
Cuando le llegaba la hora, se levantaba automáticamente, como un muñeco de cuerda. Daba grandes zancadas hacia la ventana, como si de un soldado infantil se tratase. Se subía a la ventana de un salto, hacía una reverencia pomposa y se lanzaba al vacío riendo, dejándose caer. La primera vez que lo hizo, ella se temió lo peor. Miró hacia abajo, esperando verlo en un charco de sangre en el suelo. Pero ahí abajo no había nada. Aunque nunca había visto a nadie tras caer por una ventana, tenía por seguro que algún rastro tendría que haber. Se convenció de que estaba bien; sin embargo, esto le mantuvo en vela hasta la noche siguiente. Él se disculpó hasta la saciedad por no haberle advertido antes de lo que le pasaba.
—Es que me gusta hacer una salida triunfal. — se explicó.— pensé que te sentirías muy triste si desapareciese de poco en poco.
—¿Y a dónde vas?
—¿Cuando salgo?
La pequeña asintió.
—A hacer el macarra por ahí. — dijo mientras sacaba la lengua.— Los humanos no pueden verme, así que ya te puedes hacer una idea.
—¿Los humanos? Lo dices como si tú fueses distinto. ¿Qué se supone que eres entonces?
— Si quieres que te diga una cosa... No tengo ni idea. Suerte que tú puedas hablar conmigo, aunque sea por tan poco. — respondió de repente, cambiando de tema. — Si no me hubiese parado en tu ventana y tu no me hubieses visto... no sé qué sería de mí. Me aburriría demasiado.
Ella evitó volver a preguntarle sobre lo que era, al ver que a él le incomodaba el tema.A medida que pasaban los meses, las extrañas visitas se les iban haciendo más comunes, pero no por ello más pesadas. El momento más importante del año, noche tras noche. Como recibir regalos de Papá Noel todos los días. No, mejor que aquello. De los regalos y cosas materiales te acabas cansando, mas nunca te puedes aburrir de un visitante. Ella le añoraba durante el día, la noche era una suerte de compensación. Pero nada dura para siempre, ese era su mayor temor. No quería que alguna noche desapareciese de su peculiar manera, para no volverlo a ver. Le daba miedo, mucho miedo quedarse sola, noche tras noche, mirando con nostalgia hacia una ventana abierta, pero vacía. Esa pesadilla se repetía en su pensamiento cada vez que lo veía saltar por su ventana. "¿Será esta la última vez?". No pudo evitar preguntárselo en una de sus muchas visitas.
—Ah, compañera. — rió. — todavía tengo nueve años, pero me temo que tú dejarás de ser tú antes de que yo deje de ser tu visitante nocturno.
Esa fue la única vez que ella vio llorar al visitante nocturno. Él siguió viniendo, noche tras noche, hasta que sus noches se acabaron.
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Si quieres escapar lejos
Short StorySi quieres perderte un rato entre las palabras, puedes abrir la puerta y escapar lejos.