Huída

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Estoy corriendo lejos. Estoy huyendo. Huyo. Huyo todo lo lejos que pueda. Todo lo rápido que me permitan mis piernas. No sé a dónde voy a ir a parar, ni siquiera sé dónde estoy. Todos los árboles me resultan iguales ya, quizá empiece a avanzar en círculos. Sólo sé que debo hacerle caso a la única palabra que se repite en mi mente: "escapa".

El miedo es lo que me mueve, lo que hace que quiera huir. Es un miedo profundo. Angustioso. Asfixiante. Lo suficientemente fuerte como para hacerme correr lejos, pero no tan terrible como para hacerme desistir.
Corro por este bosque oscuro de árboles de haya que tapan la tenue luz de la luna que recibo. Caigo continuamente, tropezándome con sus raíces, sobre su lecho de hojas secas. Me levanto y sigo huyendo. Unos ruidos de animales se hacen cada vez más fuertes entre las tinieblas. Me taladran los oídos. Deshacen mis pensamientos. Sé lo que dicen, pero no quiero escucharlos más. Puede que realmente huya de ellos, puede que hasta huya de mi propio ser, pero nada me va a hacer parar de correr ahora. Nada.

Un fuerte viento me tira al suelo. El manto de hojas se empieza a levantar y los árboles se zarandean de forma casi sobrenatural. El nuevo ruido tapa al de los animales. Sé que sus aullidos se acercan, he de huir más rápido para conseguir esconderme, pero el viento me lo pone difícil. El viento me tira para atrás. El viento hace que quiera rendirme. Ese viento... ¿Por qué tiene que hacer ese viento? ¿Por qué huir no es tan fácil como debería? No te puedes zafar de lo que estoy escapando tan fácilmente. Va a atraparme. No quiero que me coja. No. No. No...

Caigo al suelo, exhausto. Debo esconderme si no puedo continuar. Mi cuerpo pesa. Pesa mucho, pero debo arrastrarlo hasta un escondite. Repto, gateo, camino de rodillas en la oscuridad, intentando abrirme camino con mis brazos. Llega un momento en el que caigo. Un agujero en el suelo y se acaba mi viaje.

Me duele todo, simplemente quiero quedarme ahí y morir. Pasar de todo y que me cojan. El miedo ya se ha apoderado de mí, me he equivocado al subestimarlo. Me ha parado. Estoy atrapado, muerto de cansancio y los animales se acercan. Es el fin. Es el fin. Es el fin y no puedo hacer nada. Acabado. Acabado. Acabado. Ya pasado. Nada. Los animales llegarán y me devorarán aquí mismo. No les puedo echar la culpa. Eso es lo natural para ellos. Soy yo el que va a contracorriente. Me van a dar caza y ni siquiera lo harán con mala intención. Devorarán mi carne hasta dejar los huesos y algunos incluso pensarán que será bueno para mí. Muchos creen que me equivoco; que busco atención, me victimizo; que estoy roto, me falta algo; que estoy mal; deprimido... Cualquier excusa será válida cuando den conmigo.
Lloro. Mis llantos casi no se oyen con el viento y los alaridos de mis futuros asesinos. Sollozo en la oscuridad, esperando el fin, en un círculo vicioso autoimpuesto que me impide continuar con la misión que me dio la palabra que ya va desapareciendo: "huye". He perdido la esperanza de huir. Me voy a quedar en este agujero hasta que muera. El miedo me ha paralizado. Se acercan. Se acercan. Se acercan.

Han llegado. Decenas de enormes fieras de pelaje oscuro y ojos eléctricos se extienden ante mí. Me es imposible ignorar lo que dicen. Vuelvo a oír las mismas palabras de la última vez. Siguen clavándose en mi cabeza, cada vez más profundo, como sus dientes. Duelen tanto como la primera vez. Suenan humanas a pesar de lo que son. "Cómo vas a saberlo si no lo has probado", "Ya sé lo que te pasa y he encontrado la manera de solucionarlo", "Eso debe ser triste y solitario", "Creo que debería llevarte a un psicólogo" "Eso es una irregularidad, algo debe de fallarte", "Él decía lo mismo hasta que encontró a la persona adecuada", "Eso no es natural", "No puedes reprimir tus instintos", "Ya sucumbirás"... Gritan alto, peleándose entre ellos por ser oídos, creyendo ser la respuesta a lo que me pasa. Quiero gritar también, enseñar mi dientes y oponer resistencia, demostrarles que no soy menos que ellos y que lo que yo decida hacer conmigo mismo es tan válido como lo que hacen ellos. Pero no soy capaz. Dicen que con los animales que te ataquen hay que hacerse el muerto para que pierdan el interés en ti. Eso es lo que estoy haciendo. Ya está, no va a ser mucha la diferencia cuando terminen de desgarrarme, pronto llegarán a mis huesos. Pronto terminarán con mi interior. No falta mucho para que todo se acabe.

Cierro los ojos, me agarro la cabeza y me tiro del pelo entre sollozos, indefenso en posición fetal, dentro de mi triste agujero. Y entonces paran. Los dientes afilados como cuchillas paran. Levanto la vista de mi sangrienta miseria. Hay dos grandes ciervos imponentes ante mí y ninguno de ellos me ataca. Me defienden de las bestias y con su cornamenta impiden que los zarpazos me lleguen. Los ruidos de los animales siguen ahí, pero ya no los escucho. Esta es mi oportunidad. Huye. Olvídate de tus heridas, de la sangre que pierdes y huye. Que el cansancio no te lo impida, que los animales no te asusten. Aguarda el tiempo suficiente para plantearles cara, pero no dejes que te alcancen mientras seas débil o mientras se nieguen a desistir en su carnicería.

Me levanto. Me yergo de entre la maleza y me pongo en pie. Los ciervos paran los golpes y debo reaccionar antes de que caigan. Huyo. Me lanzo a la carrera de nuevo, por este frondoso bosque. No debo pararme por el miedo. El miedo no debe controlarme, no debo dejarme vencer. Debo huir. Debo escapar. Seguir avanzando. Salir del bosque.

Y el bosque se acaba. Los árboles se van, la playa se extiende. Es una playa de guijarros pulidos que conduce hacia un inmenso lago. El agua es oscura, muy oscura. La luna la ilumina poco y puedo ver el reflejo de las estrellas en la negra superficie. El cielo es precioso hoy. Sé que debo sumergirme en el lago y continuar mi huida nadando, pero en cierto modo me siento mucho menos solo. Echo la vista hacia atrás, ya no se distingue a ningún animal entre la espesura de los árboles, pero los gritos siguen presentes en el ambiente y en mi cabeza. Me deshago de esos recuerdos mientras me sumerjo en el frío lago. No sé qué me encontraré al otro lado, ni lo que tardaré en llegar ahí, ni de si me ahogaré o algo me atrapará de los tobillos para llevarme hasta el fondo y no dejarme salir jamás, atraído por el rastro de mi sangre. Pienso en ello a medida que mi cuerpo se va cubriendo de agua, cada vez más lejos de la segura superficie. Empiezo a flotar y a avanzar brazada a brazada, deshaciéndome de aquello que me pesa para poder seguir.

Al fin y al cabo, eso es lo que estoy haciendo. Huir. Seguir mi camino, ya sin mirar atrás, hasta que deba vérmelas con el siguiente obstáculo. Seguiré huyendo lejos, cada vez más lejos hasta que me llegue la hora de afrontar mi verdad. Hasta que sienta que estoy preparado para detenerme.

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