Al filo de sus 17 años, Andy solo podía pensar en una cosa: aquel agujero en la Sala de Infancia nº 3 del sector decimocuarto del Sistema, donde se había criado.
Llevaba casi el 65% de su vida obsesionado con ese maldito, endemoniado y en cierto modo fortuito error en aquella sucesión monótona de azulejos en forma de rombo de color púrpura y limón... aunque Andy no sabía lo que era el limón, ni mucho menos su color.
11 años son muchos y él era consciente de ello; sin embargo, guardaba aquel inusual recuerdo como oro en paño. El recuerdo de esos azulejos inmaculados retratados a cámara lenta en su memoria, cayendo y haciéndose añicos contra la fría y dura superficie del suelo. Ningún niño de la Sala de Infancia se había inmutado ante semejante suceso. Ninguno, salvo Andy. Porque Andy estaba ahí delante y porque levantó la vista de su muñeca cuando el primer azulejo tomó la iniciativa inexplicablemente y cuando fue seguido por sus compañeros más próximos.
En aquel momento, atraído por la misma fuerza que empuja a los niños de su edad a tocar un enchufe, Andy alargó la mano hacia el vacío. Su oscuridad y misterio penetraron en la mirada curiosa del niño, a quien ya le brillaban los ojos ante la incertidumbre. Por desgracia, su viaje terminó antes de que pudiese acercarse más para arrancar a la fuerza los demás azulejos con el objeto de poder caber por aquella abertura. Uno de los vigilantes de la sala lo cogió en brazos, apartándole de aquel agujero, pese a sus lloros y pataletas. Cuando volvió, un armario demasiado pesado para él ocupaba aquel lugar sin azulejos de la pared. Mientras siguiese estando en la Sala de Infancia debido a su edad, nunca podría mover ese armario.
¿Y por qué tanta obsesión con un agujero oscuro? El caso es que aquella cosa, como ya he dicho, era un error. Una falla en la aparente normalidad (como Andy la llamaba) que regía la vida de todos los seres humanos que se habían criado en las Salas de Infancia y Adolescencia... y Andy solo conocía la existencia de esos humanos. Allí, en el Sistema, todo iba rodado en su ciclo sin fin, todo pasaba como tenía que pasar, siempre había sido así y siempre iba a serlo... o no. Esa aparente normalidad se había delatado ante la atenta mirada de un niño de una manera demasiado misteriosa como para poder ser olvidada. Lo que parecía ser la sucesión vital perfecta, el ciclo redondo de la existencia, tenía un agujero en su curso. Andy lo sabía y debido al comportamiento de aquel vigilante, era muy posible que ellos también, pero el adolescente no podría sacarles nada ni aunque lo intentase. Andy debía darse prisa.
Cualquiera habría aprovechado a la primera de cambio para correr hacia la sala, mover el armario y desentrañar el misterio de aquel agujero, pero eso no entraba en sus planes. Demasiadas cosas que podrían salir mal. Sabía que tendría una sola oportunidad de salir corriendo cuando los vigilantes no estuvieran con sus miradas fijadas en su nuca. Ahora era cuando su tamaño y habilidades adquiridas con la edad se fusionaban con los entrenamientos disimulados que había estado practicando para asegurarse de que podría mover ese armario. Se encontraba a tan solo cinco días del comienzo del periodo reproductivo predeterminado, a partir del cual no había vuelta atrás. Entonces tendía que encontrar a una chica con una predicción genética "favorable" para contribuir con la próxima generación de humanos, cuidarlos durante unos dieciocho meses y convertirse en un vigilante o trabajar en las Salas de Suministro. Así era como lo pautaba la información impartida en la pubertad y por tanto, así debía de acontecer su vida, al igual que la de todas las personas de las que él tenía constancia dentro del Sistema.
El problema con todo esto era que a Andy no le interesaba el tener hijos, ni las Salas de Suministro y mucho menos lo que había debajo de los uniformes de las chicas. No, la aparente normalidad de la vida humana como él la conocía estaba rota. Renunciar a ella ni siquiera estaba admitido en los manuales del Código de Conducta y Castigo (los C.C.C.), pero el adolescente aventuraba que no podía esperarle nada bueno de ser cogido. Lo más probable es que se juzgase como un acto de gran egoísmo en la Sala de Corte y que nunca volvería para contarlo. La contundencia y peligrosidad de esta última frase le provocaba un subidón de adrenalina, que, junto con el deseo de poder satisfacer su curiosidad, el poder escapar de la sofocante predeterminación de la vida del Sistema y su inexperiencia desafiando a las autoridades de éste, le llenaban de determinación para jugársela en estos siguientes cinco días.
Lo haría cuando saliese de la Sala de Adolescencia para ir a la Sala Médica con motivo de la enésima revisión pre-17 en la que se examinarían de nuevo sus cualidades genéticas para darle sus directrices de mejora de la especie. Eso reducía su tiempo a unos escasos cinco minutos de cola y oportunidades para salir corriendo y a apenas unos segundos para volver a la Sala de Infancia tras distinguir cuál de todas era, mover el armario y escapar antes de que los vigilantes lo apresasen. Era arriesgado, pero no barajaba ninguna otra posibilidad al respecto, el tiempo no daba más de sí y no podía traicionar a ese niño de mirada curiosa bajo ningún concepto. Estaba en un "ahora o nunca".
Al llegar el momento de la verdad, incitado por la cercanía de su puesto con respecto al principio de la cola, Andy tomó aire hondo y lo soltó justo en el momento en el que sus ágiles piernas abandonaron su lugar para salir despedido hacia su destino. Los guardas tardaron algo más del tiempo previsto para reaccionar, pues la situación era si no menos curiosa. Esquivó al primero que se atrevió a cerrarle el paso y sorteó a muchos más grácilmente mientras escapaba de todo aquello, solo deteniéndose cuando una de los guardias apareció de la nada portando la correa de un imponente dóberman. Andy tampoco había visto un perro en su vida, pero su asombro desapareció cuando su motivación volvió a su cabeza: tenía que encontrar ese maldito agujero.
Entró a su antigua Sala de infancia y buscó el armario desesperadamente, con la mente nublada por la adrenalina, la incertidumbre y el miedo. Mientras escrutaba la gran habitación intentando distinguir su armario, su determinación comenzó a ser invadida por momentos. ¿Qué pasaría si no llegaba a tiempo y de verdad lo cogían? Buscaba cada vez más deprisa mientras su pulso se veía más forzado a acelerar mientras se hacía otra clase de preguntas. ¿Era real lo que había visto entonces o sólo un producto de su imaginación? ¿Una ventana creada por su yo infantil para poder huir de todo? Al fin y al cabo, toda la presión que el Sistema ponía sobre los niños para que cupiesen en su molde de preservador de la especie tendría que haberse desahogado de alguna manera... y qué mejor en forma de agujero en ese molde. En ese caso, el final de la historia sería muy distinto y Andy sería agarrado por las axilas y apartado de los demás niños, camino a la Sala Médica y posiblemente a la Sala de Reinserción dentro de todo ese entramado que resultaba el Sistema. En el peor de los casos viviría una vida de deshonra y confinamiento... o no viviría. Pero Andy lo supo encontrar a tiempo.
Una vez frente al armario, solo había una respuesta a sus preguntas. Movió el pesado mueble cuando los guardias se acercaban corriendo a uno escasos treinta metros de él. El agujero se encontraba ahí, tan oscuro y silencioso como siempre. Derribó gran parte de los azulejos de una patada y se coló por él, a tiempo para que el perro pudiese tan solo arrebatarle la zapatilla del último pie que se adentró en la espesura de aquella oscuridad.
Enfrente de Andy se extendía una amplia explanada de centeno que se había secado sin ser recogido y, a su espalda, la otra cara de aquella pared de azulejos que acababa de atravesar se desmontaba lentamente produciendo un agudo repiqueteo, siendo estos tragados por el centeno, lo que dejaba al adolescente libertad para moverse en cualquier dirección. Lo primero que hizo Andy, aun así, fue quedarse inmóvil, cayendo sobre sus rodillas al ver, por primera vez, lo que había más allá del sistema. En ese momento, los azulejos que desaparecían en su aguda precipitación dejaron de importarle. Solo podía centrarse en que, por fin, su vida tenía un destino que solo dependía de él.
Y Andy se levantó. Y dejó atrás la recién demolida pared y el campo de centeno para construirse un futuro. Y cuando cerró los ojos aquella noche, aquella aparente normalidad era tan solo un sueño.
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Si quieres escapar lejos
Short StorySi quieres perderte un rato entre las palabras, puedes abrir la puerta y escapar lejos.